Desde aquí agradezco a nuestro Amigo Adolfo Suárez Illana el irremplazable testimonio sobre la personalidad de Juan-José Padilla, que publicó el 1 de marzo de este 2012 bajo el título: "El Sufrimiento es Parte de la Gloria", frase emblemática que atribuye a Padilla.
El valor de este testimonio es particularmente importante, porque Adolfo ha seguido de cerca la tragedia y el vía-crucis de Juan-José Padilla, buscando con él su resurrección personal y profesional, con la entrega de una amistad ejemplarmente solidaria; y porque Adolfo es no solamente jurista sino además uno de los más señalados defensores de la deontología del toreo, habiendo llegado para ello a lidiar más de una vez en primera persona.
Vale la pena leer, meditar y discutir con respeto y atención el testimonio completo de Adolfo, porque aporta consideraciones esenciales sobre la manera de reinventar "la fiesta taurina nacional", pero he querido subrayar aquí el valor de algunos pasajes que me parecen capitales, desde el punto de vista de los defensores de una tauromaquia no solamente legal, dentro de una tradición crítica, sino también éticamente justa.
+ Nosotros hemos tenido la oportunidad de ver al hombre levantarse. En unos días, Padilla tendrá la oportunidad de demostrar que también el torero está recuperado y que, olvidado el drama, está en condiciones de enfrentarse, de tú a tú, con los mejores. ¡Gracias a Dios! ¡Suerte Hermano!
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He sido y seré testigo, si Dios me lo permite, de todo el proceso: desde la ambulancia en Zaragoza, hasta el paseíllo el día 4 en Olivenza. He de decir que es un verdadero privilegio contemplar el afán de superación de un hombre así, tan criticado en algunos momentos como querido ahora. No ha sido un camino de rosas y aún queda mucho por recorrer. Se llegó a temer por su vida y ningún médico apostó, no ya por una vuelta a los ruedos, sino por una recuperación importante.
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Han transcurrido días muy lentos, días llenos de dolor, días llenos de noticias que parecían alejar la meta a cada paso, muchas visitas a médicos, operaciones de catorce horas, rehabilitación… pero también cariño, y coraje, y una perseverancia rayando en la locura.
¡Qué cierto es que Dios escribe recto con renglones torcidos! ¡Quién iba a decir que un percance de semejante magnitud se iba a convertir en la gran oportunidad para Juan y para todos los que no habían reparado en él!
En una época de perfección en la que apenas interesa algo que no sea el toreo en redondo y el toro “bueno”, se ha dado muy poca importancia a los toreros de las corridas “duras”. Pocas son las oportunidades que estas brindan de lucimiento al gusto actual y pocos, muy pocos, son los aficionados capaces de valorar la profundidad de una lidia valiente hecha a un toro de hace dos siglos.
Juan, un hombre lleno de humildad, ha tenido siempre claro que no es Ponce; ni falta que le hace porque, lleno de dignidad torera, ha sabido plantar cara a las más difíciles ganaderías sin importarle con quién, ni dónde; y ahí, ha resultado herido, pero victorioso siempre. También hay gente que ha venido confundiendo a Juan con su personaje, sin mirar más allá. Siempre digo que, al igual que John Wayne no iría matando indios por la calle, Padilla no va poniendo banderillas al violín… por la calle. Quiero decir con esto que, además del Ciclón que vemos en la plaza, existe un hombre prácticamente desconocido y absolutamente excepcional, dentro y fuera de ella. Tan vivo, alegre e hiperactivo, pero también prudente y reflexivo, aunque no lo crean. Es un hombre de una grandeza fuera de lo común. Y aquí encaja lo de los renglones torcidos de Dios. Gracias a la brutal cornada de Zaragoza, Juan ha recibido la atención de todo el mundo y ha tenido la oportunidad de dar a conocer su inmensa dimensión humana, ignorada por la gran mayoría hasta ahora.
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