La buena y la mala leche
24.08.06 @ 12:27:00. Archivado en Energías renovables, Migraciones, Turismo universitario
Un amigo bloguero nos ha preguntado esta mañana muy temprano desde Málaga, a todos y a cada uno de sus interlocutores habituales: ¿qué cóctel o bebida te gusta?
Yo le he respondido sin dudarlo: la leche.
Gracias a ella muchos inmigrantes logramos sobrevivir durante nuestra dura época personal de vacas flacas en nuestro país de adopción.
Yo descubrí la maravilla de esta bebida en mis largas estancias estudiosas en Gran Bretaña, entre los años 62 y 64 del siglo pasado.
Los británicos diponían ya, por aquél entonces, de autoservicios automáticos, donde por unos chelines se obtenía un maravilloso cartoncito de leche fresca, que tenía la milagrosa propiedad de atajar el hambre, sobre todo si se acompañaba con un sencillo bocadillo de pan con un trocito de embutido más o menos lejanamente emparentado con el jamón serrano español.
Mi falta de recursos económicos como investigador independiente me obligaba a sustentarme con los medios más sencillos de nuestra madre naturaleza.
Desde entonces tengo la costumbre de pedir un vaso de leche fresca las pocas veces que tengo la paciencia de sentarme en un bar o en restaurante con ritmos no universitarios. Denomino así los locales donde los camareros no se dan cuenta de que el tiempo en sus "salas de espera sin el título de tales" es para mí el peor de los suplicios.
Puedo añadir que más de una vez el mero hecho de pedir mi vaso de buena leche fresca me ha valido la revelación de que todavía hay en el mundo de los servicios, que debe ser el mundo de la más simpática hospitalidad, gente con muy mala leche, puesto que se enfadan cuando yo les pido mi democrático vaso de leche fresca.
Un abrazo de lactófilo para todo aquél que comparta mi atractivo por la buena leche, esperando que tú, mi lector amigo, seas una o uno de ellos.