martes, marzo 26, 2013

José-Luis Caravias SJ: “Gracias a Bergoglio estoy con vida"



 

1. Declaraciones de José-Luis Caravias SJ al periodista paraguayo Hugo Ruiz Olaza
2. Algunos jalones de la vida de José-Luis Caravias SJ hasta su expulsión de Argentina
3. Odisea de José-Luis Caravias SJ, contada por él mismo, desde su expulsión de Argentina
“El padre Bergoglio me salvó la vida. Me facilitó escaparme de los militares aquellos"
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1. Declaraciones de José-Luis Caravias SJ al periodista paraguayo Hugo Ruiz Olaza
El papa Francisco, cuando fue provincial jesuita en 1975, salvó la vida del sacerdote español José Caravias, radicado actualmente en Paraguay, y la de otros dos curas, amenazados de muerte en Buenos Aires por el grupo paramilitar "Triple A", reveló el religioso.
"Cuando el provincial, que era Bergoglio, me dijo: 'tengo noticias de que la Triple A decretó tu muerte y de (el húngaro Francisco) Jalics, yo consideré que no valía la pena hacerse el héroe", relató Caravias en una entrevista en su lugar de residencia, la parroquia Cristo Rey de Asunción.
"A mí ya me habían expulsado de Paraguay en 1972. Conocía la ferocidad de la dictadura. En cambio, Jalics se hizo el valiente y se quedó en Buenos Aires, y casi le cuesta la vida. No quiso irse y lo pasó muy mal. Lo torturaron mucho. Bergoglio lo salvó. Se empeñó en averiguar donde estaba. Si no lo reclamaba lo mataban. También salvó al argentino Orlando Yorio", continuó.
Yorio falleció en el año 2000.
"Yo puedo dar testimonio de la advertencia que nos hizo a Jalics y a mí, pero no de Yorio", aclaró Caravias.
"Ambos trabajábamos en las villas miseria de Buenos Aires".
El religioso relató que ellos tuvieron conocimiento de los tormentos a los que fueron sometidos otros curas. "Por eso digo que Bergoglio a mí me salvó la vida, porque a tiempo me pudo avisar", precisó.
"En esos meses anteriores habían matado a varios sacerdotes, uno de ellos, el padre Mauricio Silva. Era un padre barrendero. Era empleado barrendero. Lo mataron torturándolo. La cosa no era broma", dijo.
- ¿Por qué lo mataron?
- "Porque era cura barrendero, porque era un testimonio. Ni supimos donde estaba. Eran capaces de cometer brutalidades sin ninguna explicación.
Estando en la calle Corrientes, un coche se lo llevó. No pudimos encontrar dónde estaba.Yo era muy amigo de él. Compartíamos mucho de noche. Cuando terminábamos nuestro trabajo nos reuníamos en su casa.
A los varios meses lo soltaron en las puertas de un hospital, moribundo, flaco. Y ahí murió. Fue muy torturado", señaló el sacerdote.
Caravias recordó que estando en casa de sus familiares en Málaga (España) recibió la encomienda de trasladarse a Ecuador, adonde el jefe provincial de Roma lo envió para trabajar con indígenas. "En Ecuador estuve 14 años".
En Paraguay, Caravias trabajaba para organizar a los campesinos en cooperativas. "Un día me alzaron en una camioneta de la policía y me arrojaron en Clorinda (Argentina). No olvida la fecha. "Fue el 5 de mayo de 1972", dijo.
"De ahí fue a trabajar con obrajeros de la provincia del Chaco argentino. Formamos un sindicato de hacheros, gente muy explotada, muy maltratada. De allí ya fui corrido con amenazas de muerte y fui a parar a Buenos Aires", precisó.
Dijo que él podía dar testimonio de lo que hizo el entonces padre Bergoglio, al tiempo de calificar de "calumnia terrible" la versión de que supuestamente el ex provincial entregó a sus compañeros.
"Gracias a Bergoglio estoy con vida y hoy estoy aquí hablando con usted", manifestó Caravias con convicción.
El sacerdote jesuita, autor de unos 40 libros y ensayos vinculados al área social, se confesó socialista y atribuyó las "calumnias" contra el Papa al "gran capitalismo internacional".
"Lo quieren ensuciar. Es muy peligroso para ellos que un Papa denuncie la pobreza mundial", enfatizó.
Sostuvo que el "capitalismo" habrá considerado como una afrenta el hecho de que el Pontífice haya adoptado el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asis, "el rico que prefirió vivir como pobre". (1)
Caravias justifica los periodos de silencio de Bergoglio en los años 70 y estima que “por supuesto que no era momento para ser valiente, porque denunciar era motivo de cárcel y de muerte”, al referirse a la sangrienta dictadura militar argentina de esos años, encabezada por el presidente de facto Jorge Rafael Videla.
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2. Algunos jalones de la vida de José-Luis Caravias SJ hasta su expulsión de Argentina
El misionero y polígrafo jesuita José-Luis Caravias, perseguido por la dictadura argentina tras haberlo sido por la paraguaya, nació en Alcalá la Real (Jaén), Andalucía, a finales de 1935. Creció e hizo sus estudios primarios en Coín (Málaga), tras los cuales cursó sus estudios secundarios en el colegio jesuita San Estanislao de Kostka de El Palo (Málaga).
En 1953, a los 18 años, ingresó en el Noviciado de El Puerto de Santa María, teniendo como maestro de novicios al padre José Gómez, del que dice: "me inyectó lo más importante: un deseo grande de conocer, amar y seguir a Jesucristo. ¡Este poderoso motor me llevaría muy lejos y me haría superar muchos obstáculos!".
Tras los dos años de noviciado (1953-1955), también hizo en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María, durante tres años (1955-1957), los estudios superiores en culturas, lenguas y literaturas clásicas y modernas del "juniorado". Entre sus maestros recuerda con especial cariño al padre Salvador Loring, que considera su maestro en escritura: "nos hacían estudiar hasta la saciedad los clásicos griegos y latinos, lo cual dejó en mí un hábito de pensamiento ordenado. Y un excelente profesor de Literatura, el P. Salvador Lóring, me enseñó a escribir, de lo que le quedo eternamente agradecido." Durante estas época se ofreció al padre provincial como voluntario para trabajar en Paraguay.
Entre 1957 y 1961 estudió filosofía en la Facultad filosófica complutense SJ de Alcalá de Henares. Entre sus maestros de Alcalá destaca la importancia que tuvo para él la personalidad del padre José-María Díez Alegría con la orientación social de su curso de ética y su compromiso vivencial con los pobres en El Pozo del Tío Raimundo de Madrid: "en esta época me marcó para siempre la línea social del P. Díez Alegría, mi profesor de Ética."
Su deseo de trabajar en Paraguay como "maestrillo" lo pudo cumplir entre 1961 y 1964: "Mis tres años de magisterio los hice en Asunción del Paraguay, a partir de 1961, en el colegio Cristo Rey."
Volvió a España para estudiar en la Facultad de Teología de Granada durante cuatro años (1964-1968). A partir del segundo curso obtuvo el "privilegio" de poder convivir en un barrio granadino con familias gitanas: "Unas lluvias torrenciales habían hundido en Granada las cuevas de los gitanos. El Gobierno los había instalado en “albergues provisionales”. Varios grupos de estudiantes jesuitas conseguimos permiso para ir a vivir con ellos y como ellos. A mí me tocó “El Chinarral”, una vieja fábrica en ruinas en cuyos patios se habían construido cuartitos de 3 x 2 metros, con paredes de caña y yeso, que no aislaban ni ruidos ni olores. Unos solos baños comunes. Una sola llave de agua."
Gozando ya del fruto de esta experiencia apostólica, fue ordenado sacerdote, tras el tercer curso de teología, el 14 de julio de 1967.
De vuelta en Paraguay, recién terminada la teología en 1968 y su tercera probación, en 1969, trabaja primero como sacerdote-campesino, luego como encargado de la formación campesina dentro de las Ligas Agrarias y por fin como asesor nacional de las Ligas Agrarias Cristianas, nombrado en asamblea, hasta que, según lo cuenta él mismo: "en mayo del 72, un piquete policial me secuestró y violentamente me arrojó en una calle de Clorinda (Argentina), sin ropa, sin dinero y sin documentos." (2)
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3. Odisea de José-Luis Caravias SJ, contada por él mismo, desde su expulsión de Argentina
16. Corrido de Argentina
La vida en el Chaco se iba enrareciendo hasta grados asfixiantes. Hasta el mismo obispo de Saenz Peña, que tanto había apoyado al “Equipo Monte”, acabó poniéndose en contra nuestra.
Las ácidas intrigas de los obrajeros acabaron por agujerear las defensas eclesiales. Documentos “policiales” revoloteaban agriando el aire en contra nuestra.
A los dos jesuitas que trabajábamos en la diócesis nos visitó el Provincial del Paraguay, Bartomeu Vanrrell. Él le exigió al obispo que le diera copia de las denuncias en contra nuestra, pero se negó en rotundo.
Estando el P. Vanrrell en la casa parroquial de La Tigra, donde era párroco mi compañero Vicente Barreto, éste encontró en la sacristía una caja vacía de una ametralladora, parecía que rusa. Inteligentemente la destruyó y enterró.
A la mañana siguiente la Policía Federal se presenta alegando que tenían una denuncia contra el párroco por estar repartiendo armas entre los campesinos… Fueron derechos a la sacristía, y al no encontrar nada, lo rompieron todo…
El P. Vanrrell nos ordenó dejar de inmediato la zona. Pues la próxima vez la misma policía podría dejar un arma metida por ellos mismos…
Me fui a Buenos Aires, al Teologado de San Miguel, donde pasé seis meses estudiando Cristología. Ahí redacté “Cristo nuestra esperanza”, con sed de identidad. Y poco a poco fui metiéndome en los barrios periféricos en los que vivían los paraguayos.
◊ Pero después de no mucha actividad, el P. Provincial de Argentina me pidió salir inmediatamente del país, pues tenía noticias de que la “Triple A” había decretado mi muerte, junto a la de otros dos jesuitas más. ◊
Antes de marcharme de Argentina, quise despedirme de mis muchos amigos del Chaco. Y en Resistencia, después de un día de reuniones, al anochecer, me apresó la policía, junto con la religiosa que me llevaba en su Citroën, María Elena, con la que habíamos puesto en marcha el sindicato de hacheros.
Escuché cómo el comisario pedía informes sobre mí, y cómo por largo rato tecleó el telex. Después me leyó lentamente el largo mensaje recibido. A cada rato levantaba su mirada y me preguntaba:
- ¿Es esto verdad?
- Si ahí está escrito… -era mi constante respuesta.
La verdad es que estaban muy bien informados de mis actividades. Parecía “bien fichado”. Hasta sabían a qué hora y con quiénes había tomado un helado esa misma tarde.
Después me hicieron creer que me iban a hacer “desaparecer”, sacándome a “pasear”, muy bien armados, con fusiles largos, en un coche rojo.
A la vuelta a la comisaría, llevando todos mis enseres personales, me metieron en un calabozo. ¡Qué duro me resonó el ruido seco del cerrojo! No sabía qué iba a ser de mí. ¡Es terrible esa inseguridad!
Era una noche de terrible calor húmedo. A la vuelta del “paseo”, cuando me tumbé aliviado, ¡vivo!, en aquel jergón del calabozo, al apoyar mi cabeza en la almohada, altamente mugrienta, se me pegó a ella la cara y, al levantarla, hilos de mugre entre almohada y cara parecían como que me amarraban al camastro.
Y allá sentí de nuevo a Jesús. ¡Cuántas personas habían apoyado en esa almohada su cara como para poder acumular tanta suciedad! ¡En cada preso había sudado Jesús! Ese Jesús de la seducción y de la cruz… Ese Jesús que me esperaba de nuevo disfrazado con un mugriento disfraz…
Después de fotografiarme en todas las posturas sujetando un número con mis manos, y de tomarme las diez huellas digitales, a media mañana del día siguiente me dejaron libre con la orden expresa de que me fuera inmediatamente del país… Tuve que volver a Buenos Aires. Y tres días más tarde estaba ya volando.
17. Monseñor Proaño me desacompleja
Salía de Argentina dolido, solo, fracasado, acomplejado… Llevaba varios escritos que parecían ser impublicables, entre ellos “Cristo nuestra esperanza” y “Consagrados a Cristo en los pobres”. El Provincial me había comunicado que ningún obispo argentino había querido ni siquiera mirar mis originales.
Alguien de confianza me dijo que el presidente de la Conferencia Episcopal, mons. Tortolo, había dicho que a comunistas como yo había que echarlos de la Iglesia por los medios que fuera.
Pesimista, desanimado, con un terrible complejo de hereje en mi corazón, emprendí mi segundo destierro. Parecía que nadie me quería en la Iglesia. Me sentía derrotado. La crisis vocacional me mordía con rabia de nuevo: ¿Valía la pena tanta lucha a contracorriente?
Pero a pesar de todo, me propuse pasar por diversos países latinoamericanos, buscando en cuál de ellos podría proseguir mi compromiso con el campesinado. Con la venta de mi “Dos Caballos”, cochecito con el que había visitado multitud de obrajes chaqueños, compré un boleto de avión hacia España con escala en casi todas las capitales de Sudamérica. Y así recalé en Ecuador, con una obsesión: visitar a Monseñor Proaño, el apóstol de los indios. Necesitaba vitalmente que un obispo siquiera me comprendiera…
Desde Guayaquil me dirigí derecho a Riobamba. Allá fui en taxi a la casa de los jesuitas, pues sabía que la residencia del obispo estaba lejos. Y mi crisis se agravó. Aquellos “compañeros” hicieron lo imposible por convencerme de que no valía la pena visitar a aquel obispo “comunista”.
Triste, medio a escondidas, pedí a un taxista que me llevara a casa de “taita obispito”. El dueño de aquel “carro” destartalado puso cara de complacencia al conocer el destino. Me habló muy bien de su “taiticu”. El panorama comenzaba a aclararse.
El obispo, embutido en su poncho blanco y gris, con un sombrerito de fieltro de ala estrecha, al estilo de los puruháes, me recibió con una ternura inmensa. Su sonrisa suave me hacía sentir en familia. Me devolvió la paz. Sus ojos me acariciaban. Ahora era en la figura de un obispo donde se me presentaba Jesús, dándome seguridad.
◊ Casi al comienzo de nuestra conversa, al enterarse de dónde venía, me dijo que él tenía un escrito paraguayo sobre pastoral campesina, no sabía de qué autor, que había mandado editar en su diócesis, y quería que todos sus agentes pastorales fueran por un camino semejante.
Ante mi cara de admiración, enseguida se levantó para traérmelo. No tenía yo ni idea de quién pudiera ser el escrito.
Al ponerlo en mis manos me quedé helado. Se trataba de una edición mimeografiada con el nombre de “Experiencias campesinas en el Paraguay”, fechado en 1973, sin nombre de autor. ¡Era un escrito mío! Justo aquél que un obispo paraguayo había afirmado que se trataba de un escrito marxista que jamás un obispo católico podría apoyar… ◊
Lo que un obispo había condenado tan duramente, otro lo ponía como modelo en su diócesis. ¿Cómo quedaba entonces aquello del magisterio episcopal que tanto me habían refregado? ¿Cómo lo que para uno era malo para otro era muy bueno?
Monseñor Leonidas Proaño curó mi complejo de hereje. Encontré un obispo dispuesto a recibirme en su diócesis con inmenso cariño y esperanza.
Gracias, Leonidas Proaño. Desde el cielo me llega hasta hoy tu profunda sonrisa suave. Recuerdo tu frase en tu lecho de muerte, muy flaquito, como indígena hambriento, dicha a otro obispo, gran amigo con el que me identifico: “No tengas miedo a nada, ni al Vaticano siquiera. Tu camino es de Dios…”
18. Desconfianzas radicales
Monseñor Proaño me había reconfortado. Pero a la hora de intentar asentarme en el equipo de jesuitas que trabajaba con indígenas en Guamote, se me dijo educadamente que mi presencia entre ellos le podía traer problemas serios, y que sería mejor que buscara otro sitio.
La siguiente escala fue en Perú. Allá había otro equipo de compañeros comprometidos con los campesinos del norte, en Piura, en un programa educativo: CIPCA. Fui recibido con mucho cariño, pero temían que mi posible presencia con ellos aumentara los problemas que ya tenían con el gobierno: “Estás demasiado fichado…”
Pasé a Bogotá. Tomé contacto con el CINEP, institución jesuita dedicada a la formación campesina. La respuesta fue la misma: Sí, pero no.
La siguiente escala fue en Caracas. En el Gumilla se repitieron los mismos inconvenientes.
Con tristeza crucé el charco. Llegué a España. Y me sentí jesuíticamente huérfano. Fuera de mi familia, no tenía dónde ir. Parecía que nadie se fiaba de mí.
◊ A los quince días de permanencia en España mi madre recibió copia de un telegrama fechado en Buenos Aires, destinado al Provincial de Andalucía, en el que decía textualmente: “Padre Caravias no debe viajar Argentina razones seguridad”. Lo conservo aun. El susto de mi madre fue terrible. ◊
...
Un compañero jesuita, muy amigo mío, me preguntó:
◊ - Pero chiquillo, desahógate de una vez, con toda sinceridad. ¿A cuántas personas has matado? Si ya dos gobiernos te han expulsado, es porque algo muy gordo has cometido… ◊
Aquello me abrió los ojos. Rumores e informes muy negros recorrían mis ambientes. Juré con toda seriedad que jamás había tocado un arma de fuego. Pero parecía que no me creían.
Pasé varios meses sin ningún tipo de vinculación con ninguna comunidad jesuítica. Pero reaccioné en aquel desierto, e insistí por escrito: “Mi profesión religiosa me da derecho a exigir un destino” (20-9-1974). Y el P. General, P. Pedro Arrupe, que con todo cariño había presidido mi profesión en la Iglesia en ruinas de San Ignacio Miní de Argentina, en un gesto maravilloso de confianza, me destinó a Ecuador.
...
19. Cartas dolorosas
En los meses de mi destierro en España recibí diversas cartas, no muchas, que contaban, siempre en lenguaje figurado, las dificultades por las que muchos de mis amigos estaban pasando. Sus problemas no eran “moco de pavo”. Se trataba de torturas y muertes. La “Operación Cóndor” estaba en su apogeo…
◊ Ante mi insistencia en volver de nuevo a la Argentina, el P. Bergoglio me escribía el 15 de julio de 1975: “Respecto a tu posible venida aquí consulté a los doctores entendidos, y todos opinan que no te conviene el clima, ni aun por poco tiempo, pues temen una recaída en la enfermedad que tuviste en Resistencia pocos días antes de partir…” Se refería a aquella noche tenebrosa en un calabozo… ◊ (3)
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(1) Fuente: Hugo Ruiz Olazar/AFP: “El padre Bergoglio me salvó de la Triple A", afirma el jesuita Caravias
El hoy papa Francisco salvó la vida del sacerdote español José Caravias, radicado actualmente en Paraguay, y a otros dos curas, amenazados de muerte en Buenos Aires por el grupo paramilitar. El religioso hizo esta revelación hoy.
viernes, 22 de marzo de 2013
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