Petróleo sobrevalorado vs. Humanos infravalorados
Querido Amigo: Considera este artículo como un grito de alarma que lanzo a nuestros conciudadanos europeos, en mi calidad de promotor de la "Amistad Europea Universitaria", hondamente preocupado por el “tiempo confuso” que atravesamos.
Este tiempo, heredero de los “tiempos revueltos” de las posguerras europeas del siglo XX, comprende tanto las crisis globales actuales como el largo período de insensatez financiera, hipotecaria, bancaria y socioeconómica que las engendró.
Durante el “tiempo confuso” que atravesamos, una parte de más en más importante de la ciudadanía europea, drogada por un apetito insensato de riqueza mercantil y monetaria, se comporta socioeconómica y políticamente con sus semejantes humanos como si fueran menos valiosos que el petróleo, mercancía que menciono, no por considerarla única en este desbarajuste, sino como emblemática del siglo XX. Prueba de ello es el tratamiento inhumano que infligen estos ciudadanos a sus mujeres, a sus propios jóvenes, a sus conciudadanos emigrantes y a la dramática inmigración extranjera.
1) La violencia machista se propaga en la Unión Europea a un ritmo y con una alevosía comparables con el ritmo y la alevosía de algunos de los virus que amenazan la salud de nuestra "afortunada sociedad del bienestar y de la información". Por desgracia esta revigorización del machismo corre pareja a la incontrolada avalancha del pansexualismo y a la pérdida de prestigio de la función capital de la maternidad, de lejos más importante que todas las riquezas mercantiles, para el futuro de la familia humana globalmente considerada. El machista sólo atiende a su egoísmo más grosero, incluso conculcando los derechos más sagrados de la mujer en cuanto mujer, que son los derechos indisociablemente vinculados al futuro de la humanidad. Estos son: los derechos distintivos femeninos de concebir, de parir, de amamantar y de educar en sus primeros valores a los humanos del futuro. En efecto, la mujer en cuanto madre es la auténtica representante directa de los derechos más vitales de toda la humanidad, cuya perduración garantiza ella con su función materna completa.
2) Paradójicamente nuestros jóvenes no encuentran al término de sus estudios un trabajo en relación con su preparación profesional. La paradoja es particularmente ilógica porque muchos de ellos han debido optar por una preparación profesional que no correspondía exactamente a su gusto personal. Tal es el caso emblemático de las víctimas del absurdo “numerus clausus” en las facultades de medicina de varias universidades europeas. Al no disfrutar del trabajo adecuado a su preparación, el salario del que disponen nuestros jóvenes no les permite disfrutar de una vivienda digna, para organizar su independencia del hogar materno (más que paterno) y su eventual constitución de una familia propia.
3) Nuestros emigrantes, incluso los que permanecen en el mismo estado o en la Unión Europea, son con frecuencia expoliados, durante su larga ausencia en el exterior, por los encargados de preservar sus intereses, que son, según las reglas más elementales de la solidaridad humana, sus propios familiares y allegados. En la perspectiva de su vuelta a casa, los emigrantes son tratados como menos deseables, en su propia tierra, que los especuladores ricos, que se instalan donde les viene en gana, incluido en los bienes expoliados al emigrante, para disfrutar de privilegios inaccesibles a quienes sólo disponen del modesto fruto de su trabajo, como suele ser el caso de los emigrantes asalariados de vuelta en su tierra.
4) Los inmigrantes extranjeros pobres, tras una acogida mediatizada como humanitaria, son directamente tratados por nuestras administraciones como indeseables, optando compulsivamente por su expulsión, sin tener en cuenta ni el mérito de su odisea migratoria; ni su “derecho humano migratorio”, superior al de las “aves migratorias”, que nadie niega; ni la contribución de sus potencialidades de trabajo, de corage y de juventud, incontestablemente benéficos para el país y para el continente que los expulsan, por encontrarse actualmente éstos en situación de recesión demográfica crónica.
La Unión Europea sufre una crisis seria de senectud moral, que convierte en dramático su envejecimiento biológico.
Sin una superación urgente de esta crisis seria de senectud moral, la Unión Europea tendrá que encontrar en el mercado mundial del trabajo, a precio de oro, el personal sanitario y asistencial que asuma las labores de la enorme “senior-ía” que necesitará nuestro ya próximo envejecimiento biológico mayoritario.
La superación urgente de esta crisis seria de senectud moral de la Unión Europea, cuyo síntoma más evidente es la desconfianza mútua generalizada, particularmente visible en las últimas elecciones europeas, sólo es posible mediante el respeto de los derechos femeninos ligados a la maternidad; el respeto de los derechos al trabajo y a la vivienda propia de nuestros jóvenes; el respeto integral de los derechos de nuestros emigrantes y la acogida inteligente y generosa de la inmigración extranjera.
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