Facultad teológica granadina 1/2
09.11.06 @ 21:20:00. Archivado en Universidades, Religiones
La prueba de incomprensible incomprensión administrativa que sufren por el momento mis compañeros y hermanos jesuitas de la Facultad teológica granadina, me hace pensar en las terribles pruebas que sufrió el padre Pedro Arrupe al final de su vida.
Las causas de esta sorprendente prueba, venida de la curia arzobispal, son prácticamente las mismas que las pruebas, venidas de la curia vaticana, que inclinaron a Pedro Arrupe a renunciar a su generalato.
En un caso como en el otro se ignora o no se comprende en su justa medida la vocación propia del espíritu ignaciano, una de cuyas características esenciales es la intrepidez en la tarea a la hora de asumir misiones heroicas.
Considero a Pedro Arrupe, en cuanto general emblemático de los jesuitas actuales, como el mejor intérprete del espíritu ignaciano, en el contexto del siglo que ha hecho posible la autodestrucción física de la humanidad por la energía nuclear, al mismo tiempo que su mayor envilecimiento, al negar sus derechos más sagrados a las personas y a pueblos enteros. Uno de sus méritos incontestables ha consistido en llevar la obra educativa de los jesuitas a los medios más olvidados y menos favorecidos de la familia humana actual.
La Congregación General XXXII (1974‑1975) animó a los jesuitas a «participar activamente en el gran debate de nuestro tiempo: la promoción de la fe y la lucha por la justicia ». Arrupe estaba convencido de que los jesuitas debían estar en la frontera de este mundo. Que debían estar más comprometidos con la vida y sobre todo caminar con los marginados de este mundo, dialogar con los no creyentes, insertarse con el mundo obrero, sentarse con los intelectuales, acercarse a los jóvenes.
Arrupe era un hombre crítico con esta sociedad. Viajero por medio mundo, supo relativizar las particularidades culturales para sentir el dolor humano allí donde se manifestaba. Intuyó que la injusticia existente, que la desigualdad en países ricos y países pobres tiene su raíz última en un elemento cultural: en la cultura basada en el dinero, en el poder. Que vivimos en una cultura de la ceguera y del olvido. En una cultura que hace ciegos a los humanos ante la realidad dolorosa de la historia y en una cultura del olvido, que pretende negar la realidad tozuda de los errores del pasado.
El artículo que sigue del padre Sequeiros San Román, escrito hace cinco años, con ocasión del décimo aniversario de la muerte del padre Pedro Arrupe, explica con perfecta claridad y humilde franqueza las verdaderas causas de una y de otra incomprensión.
El padre Sequeiros es profesor de la Facultad de Teología de Granada,
catedrático universitario de Paleontología en situación de excedencia, presidente de la Sociedad Española de Paleontología (1994- 1997) y miembro de INHIGEO (Comisión de la UNESCO para la Historia de la Geología).
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Granada, los jesuitas y Arrupe.
En el décimo aniversario de la muerte del padre Pedro Arrupe
Por Leandro SEQUEIROS SAN ROMÁN, S.J.,
Profesor de la Facultad teológica granadina.
En la madrugada del 5 de febrero del año 1991, ha hecho ahora diez años, falleció el padre Pedro Arrupe. Se extinguió plácidamente en la enfermería de la Curia Generalicia de los jesuitas en Roma, junto al Vaticano. Durante estos años, los jesuitas hemos ocultado con pudor su figura. Fue un hombre discutido. Como todos los humanos, tuvo errores. Pero pasados estos diez años, se tiene perspectiva suficiente para intentar situarlo en el lugar que le corresponde. Pero hay más: la presencia actual de los jesuitas en Granada no se puede entender sin aludir a su figura y a la dinámica que creó. Será necesario tomar la historia desde más atrás.
En septiembre del año 1554, viviendo aún San Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús abre un colegio en la ciudad de Granada. En los últimos años del siglo XVI se transformará en una de las instituciones universitarias más importantes que tuvo Granada: el colegio de San Pablo. En él se establecieron las cátedras de Lógica, Filosofía y Teología. Posteriormente la Compañía promovió la fundación del colegio de los Santos Apóstoles Bartolomé y Santiago como centro universitario. Otros jesuitas trabajaban con los enfermos, los pobres y los presos. La expulsión de los jesuitas de España en 1767 terminó esta etapa de presencia de la Orden fundada por San Ignacio.
Pero ¿cuál es la realidad de los jesuitas hoy en Granada? En nuestra ciudad viven y trabajan desarrollando su propia misión eclesial nada menos que 81 jesuitas. Están distribuidos por la ciudad en cinco comunidades. De ellas, la más numerosa con mucho es la de Cartuja, en la que viven 42. De ellos, una gran parte son hombres beneméritos que ya están jubilados. El resto desarrolla una gran actividad tanto en instituciones de la Compañía (Facultad de Teología, Residencia del Sagrado Corazón, Colegio Mayor Loyola, Centro Suárez...) como desde otras plataformas (desde la Universidad hasta Almanjáyar, pasando por la Asociación Pro Derechos Humanos, por Granada Acoge, etc.).
Tal vez la institución más característica, el buque insignia de la Compañía de Jesús en la ciudad es la Facultad de Teología, en el Campus Universitario de Cartuja. En 1894, en el Cercado Alto de Cartuja, inicia sus actividades con la creación de un centro de formación para estudiantes jesuitas. Ahí está el germen de lo que es la actual Facultad. Desde entonces, en Cartuja se han formado cientos de jesuitas, de sacerdotes de las diócesis de Granada y Guadix, así como de otras diócesis andaluzas y miembros de muchas órdenes y congregaciones religiosas. Desde los años setenta inician también sus estudios los primeros laicos que cursan Teología. Hasta el momento, es la única Facultad de Teología que existe desde Madrid hasta el Sur de la Península.
«¡Cuánto habéis cambiado!», nos dicen con frecuencia los amigos. Pero esta exclamación puede interpretarse de muchas maneras. Para algunas personas, puede contener un cierto sentido de reproche, cuando no de amargura. Pero para otros, esta expresión significa el respaldo a unos intentos de presencia social diferente en el mundo de hoy. Tal vez sea éste el elemento más característico de los jesuitas en Granada y en el mundo. Pero esto no viene solo. El cambio en la actitud, las tareas, la visión del mundo y la presencia más social de los jesuitas se debe en gran parte al espíritu de un hombre que desapareció hace diez años: el padre Pedro Arrupe.
En 1965, cuando el Concilio Vaticano II estaba aún en marcha, Pedro Arrupe, provincial entonces de los jesuitas en Japón, asumió la difícil misión de animar, orientar, estimular, conducir hacia los horizontes del Concilio a la Orden fundada por San Ignacio. Arrupe fue general de la Compañía de Jesús durante 18 años (largos y penosos para él), en una época muy difícil de la historia del mundo y de la Iglesia católica. En esta época la Compañía tuvo una de las épocas más creativas de su historia. Pero también unas graves crisis internas. Todo cambio genera tensiones y resistencias. La Congregación General XXXII (1974‑1975) animó a los jesuitas a «participar activamente en el gran debate de nuestro tiempo: la promoción de la fe y la lucha por la justicia ». Arrupe estaba convencido de que los jesuitas debían estar en la frontera de este mundo. Que debían estar más comprometidos con la vida y sobre todo caminar con los marginados de este mundo, dialogar con los no creyentes, insertarse con el mundo obrero, sentarse con los intelectuales, acercarse a los jóvenes.
Pero estas tareas no se hacían desde fuera, desde la periferia. Una de sus palabras más repetidas era la inculturación. Se refería al esfuerzo que debían hacer los jesuitas para sumergirse en la realidad social y desde ella reformarla con palabras, sentimientos y acciones de la cultura en la que vivían la experiencia del seguimiento de Jesús de Nazaret.
Pero el ser humano tiene un límite de resistencia. Incluso Arrupe, que parecía hecho de acero. El 7 de agosto del año 1981, cuando regresa de un viaje por Asia Oriental, sufre una trombosis cerebral en el aeropuerto de Fiumicino, de Roma. El 3 de septiembre de 1983 la Congregación General XXXIII acepta la renuncia del padre Arrupe como prepósito general de la Compañía de Jesús.
Dos elementos destacan en el empeño de Arrupe para la Compañía de Jesús: en primer lugar, su amor a la Iglesia. Que no es servil, sino creativo. La Iglesia está al servicio del Evangelio y al servicio del mundo. En este sentido, el amor a la Iglesia se expresa en el amor al mundo y a la vida. Por otra parte, Arrupe era un hombre crítico con esta sociedad. Viajero por medio mundo, supo relativizar las particularidades culturales para sentir el dolor humano allí donde se manifestaba. Intuyó que la injusticia existente, que la desigualdad en países ricos y países pobres tiene su raíz última en un elemento cultural: en la cultura basada en el dinero, en el poder. Que vivimos en una cultura de la ceguera y del olvido. En una cultura que hace ciegos a los humanos ante la realidad dolorosa de la historia y en una cultura del olvido, que pretende negar la realidad tozuda de los errores del pasado. Tal vez ahora, diez años más tarde, Arrupe sigue vivo en todos aquellos que intentan crear en nuestra sociedad una cultura más solidaria defensora de los derechos humanos.
IDEAL • JUEVES 8 DE FEBRERO DE 2001 • OPINIÓN: http://www.jesuitas.es/Sequeiros.htm
Tribuna Abierta