Dibujar a la plumilla como Doré
11.05.07 @ 22:48:00. Archivado en El Quijote, Poética, Pintura
Mi vocación de dibujante a la plumilla se confunde con mi acceso al tintero escolar. Esta ceremonia solemnísima fue considerada por mí como la celebración de un acto iniciático que me permitía franquear la barrera de la desconfianza de los adultos, que me tenía confinado en los dominios del lapicero.
Como mis primeras lecturas se desarrollaban por las páginas de un Quijote ilustrado por Gustave Doré, siguiendo el imparable entusiasmo vallisoletano de mi padre, a la hora de la siesta andaluza, nunca dormida y siempre animada con nuestras francas risas castellano-cervantinas, uno de mis deseos más ardientes de aquella época era el imitar con mi pluma las excelentes ilustraciones de este autor.
Evocando este recuerdo, cae en mis manos la entrevista que el Faro diario hace al ilustrador Julián Redondo (Collado Villalba, 1954), icono en el arte de su localidad, con 40 años de carrera.
“No soy un bohemio, lo que sí soy es un desastre”
Un ejemplar del Quijote con grabados de Gustave Doré inoculó a los 12 años la pasión por el grabado y la plumilla en Julián Redondo (Collado Villalba, julio de 1954). Desde entonces, cientos de retratos, paisajes y escenas oníricas han salido de su estudio, sin mayores reconocimientos, “porque además no me gusta presentarme a concursos”. Aún así, en 1980 logró el Segundo Premio Nacional de Pintura Juvenil y con 19 años ganó el Villa de El Escorial con un espectacular óleo llamado El Sueño de Velázquez (1972), en homenaje a su admirado pintor sevillano. Aficionado en sus pocos ratos libres a los crucigramas y al bitter kas, Julián Redondo siempre fue alérgico a someterse al dominio público.
Imagen: Fin del gobierno de Sancho Panza. El Quijote de Gustave Doré. Grandes formatos.
¿Por qué es tan difícil entrevistarle?
Pues porque no tengo nada que decir, si es que lo que tengo que decir lo digo dibujando. No soy un orador.
Pero entenderá que la gente necesita conocer al artista que está detrás de los dibujos...
Sí, claro, pero superficialmente. Pocos saben quién hizo la catedral de Segovia, por ejemplo; pues esto es una cosa así. Soy tímido.
¿Cómo entró o quién hizo entrar la pintura en su vida?
Cuando era niño no había televisión, ni los juegos que hay ahora. Dibujaba en las tardes de invierno para entretenerme. Y no, no había antecedentes familiares.
Se le conoce por la plumilla, pero eso no fue siempre así. Sus inicios se asocian a otras técnicas...
Me encaminé a la plumilla porque me gusta la ilustración. He hecho y hago óleo, poco, pero algo hago. Pero es que en eso hay gente muy buena. Cuando vi la obra de Eduardo Naranjo, uno de los mejores pintores de España, que no muchos conocen, dije: “Si esto es adonde yo quería llegar”. Me desanimé y tiré a la plumilla. Además es más barata.
Ha dibujado Villalba sobre fotografías, pero en su carrera también hay un fuerte componente de imaginación, de creación propia...
Cuando rescato una fotografía antigua y quiero hacerla visible, la reproduzco fielmente, porque lo contrario sería traicionar a la gente. Pero luego tengo otras cosas mías, de las que me gustaría vivir, pero de las que no vendo nada (ríe).
¿Es dura la vida del artista?
Sí, hay pocos que viven de ello. Que yo conozca, sólo Soledad Fernández. Ahora tengo la suerte de trabajar para una empresa (Grupema) en la que dibujo, y eso es mucho mejor que andar por ahí pendiente del encargo.
¿Le hubiera venido mejor vivir en otra época, como en la de su admirado Velázquez?
Creo que no. Estamos en la mejor época. Y a mí en el fondo me ha ido bien. He estado casi 50 años malviviendo de lo que yo quería.
¿Siente que cuando entrega un encargo es como si se desprendiera de un hijo suyo?
Antes, sí. Ahora te alegra que se lleven al hijo tuyo, porque sabes que lo van a educar mejor que yo. Me gusta que se lo lleven y lo aprecien.
¿Lleva la cuenta de lo entregado?
No, para eso soy un desastre. Hay gente que me enseña dibujos de hace 20 años que no recuerdo.
¿Cuántas horas emplea de media en cada plumilla?
60 ó 70. Eso sí que lo apunto.
Acaba de dibujar varios parques de Villalba para su empresa que ha publicado el Ayuntamiento en un libro. ¿De qué manera ha cambiado eso su carrera?
Me ha venido Dios a ver con Grupema, gracias a gente como José López Aguado. Allí trabajo de dibujante, con proyectos no sólo de Villalba, sino para Toledo, Ciudad Real... Ahora, por ejemplo, estamos en El Paular. Son trabajos muy bonitos, de creación. Y como me pagan un sueldo, no tengo la preocupación de tener que vender, aunque en mis ratos libres sigo con los encargos.
¿Le gusta exponer?
Sí, pero me da un poco de miedo escénico. Y no me gusta aparentar. Me da miedo hasta que vea mucha gente esta entrevista.
¿Hubiese brillado más su trabajo en una ciudad más monumental que Villalba?
Como Villalba cambió tan deprisa, quise que la gente tuviera memoria, que se fijase más en los dibujos que en la fotografía. Ahora ya la gente mira más las fotos, pero hace 30 años estaban desperdigadas por ahí y quise recuperarlas. Yo creo que al contrario: si dibujas Segovia, es muy bonita, pero en cambio hay más competencia.
¿Para ser artista hay que ser bohemio? ¿Usted lo es?
No es necesario. Y yo me considero un desastre, no un bohemio.