jueves, enero 17, 2008

La gallardía de Gallardón 1/2

La gallardía de Gallardón 1/2

Permalink 16.01.08 @ 23:58:58. Archivado en España, Sociogenética

Mariano Rajoy y José María Aznar harían bien en leer la semblanza antológica que Francisco Umbral hacía de Alberto Ruiz-Gallardón, el martes 27 de mayo de 2003, en Los placeres y los días de la última de El Mundo

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La gallardía
por Francisco UMBRAL

Unidos por la amistad más que por la política, Alberto Ruiz-Gallardón sigue siendo para uno aquel mozallón moreno y alto que llegaba con sus amigos, todos poetas, a visitarme en la revista donde yo trabajaba. Alberto era el retraído, el grave, el que se quedaba atrás. En esos artistas adolescentes, mansurrones y educados, suele haber un violinista, un académico o un presidente de Gobierno. De momento, ya le hemos hecho alcalde.

Alberto parece que va siempre de luto por España, pero no por la suya sino por la España de su padre. Todavía se defiende con un resto de aquella timidez que tenía cuando andaba con los poetillas que digo. Su frecuentación de la poesía fue sin duda un anticipo de su frecuentación de la música. La música es la orgía creadora e imaginativa, libérrima, de estos hombres graves, austeros, recios, formales y tímidos. La música es la abstracción que salva a un vocacional de las realidades netas y compactas como Alberto: véanse sus realizaciones sólidas, definitivas, calculadas y audaces. Después de haber llevado el Metro de Madrid hasta el quinto pino, se recoge en casa para escuchar a Bach en una intimidad y en una huida que le depuran de todo colosalismo estatal.

Ruiz-Gallardón le parece a uno un político geómetra y calculador más que un político de improvisaciones falaces y geniales. Su padre, a quien traté bastante, sí era un inspirado de la política. Alberto es un calculador que se ha fijado un destino: la presidencia de su país. Pero esto en él no es una meta vanidosa sino una fe en la política como disciplina que somete el caos natural de la vida a las exigencias del pensamiento y de la biografía. Si se hubiera hecho poeta, como sus amigos, habría sido un poeta rigoroso, más en Jorge Guillén que en Federico García Lorca. Como se hizo político, es el político más serio de España, serenamente enfadado cuando al adolescente que todavía le asoma no le salen las cosas como él quería. La otra noche sí le salieron a modo, porque eso es lo que sigue teniendo de poeta, que la realidad y lo inevitable le comen en la mano, y así pudo anticipar su armonioso discurso a su propia victoria. Sabe que la realidad viene siempre a coincidir con él. Es lo que tiene de lírico aunque no haya vuelto a escribir un verso.

Quizá pensaba saltar de la Comunidad a la presidencia del Gobierno. Por eso Aznar le desconcertó un poco al desviarle hacia el Ayuntamiento, pero Aznar sabe calcular a un hombre y decidió que Gallardón era el único capaz de guardar Madrid ante la izquierda. Madrid ha sido siempre una ciudad republicana de organillo, pero la ancha gestión de este político le ha ganado el voto de la metrópoli. Pienso que se obligará a seguir fabricando realidades de hombros altos para esta ciudad que se cae de vieja y de sabia. Y Madrid será un día su carta de la baraja, su as definitivo para ganar el Gobierno de la nación. Claro que ahora tiene otra vez el socialismo delante y el socialismo es una constante histórica más que una ocasión electoral. Gallardón viene de la derecha abanderada, pero ya se le ha visto una secreta vocación social. Esta vocación tiende más a persuadir a las izquierdas que a acabar con ellas. Seguro que esta misma mañana Gallardón ha empezado a tender puentes al PSOE. Y sus puentes son de hierro y plata.