martes, mayo 08, 2007

Ejemplaridad francesa, 2/2

Ejemplaridad francesa, 2/2

Permalink 08.05.07 @ 20:15:41. Archivado en Europa, España, Sociogenética, Pro justitia et libertate

La oposición socialista

En estas elecciones, los franceses tenían ante sí dos proyectos de sociedad completamente distintos, y han optado por el que han creído más razonable. Quien ponga en duda esta verdad es porque cierra los ojos ante la evidente seriedad con que los franceses se han tomado la doble convocatoria de esta elección presidencial.

Que las consecuencias sean muy importantes, cabe deducirlo de la importancia y el poder que la Constitución vigente atribuye al presidente, cuya legitimidad deriva directamente del voto directo de su pueblo: se trata de la suprema instancia de la jerarquía política en Francia, cuyo poder es superior al de todas las monarquías costitucionales existenes actualmente en Europa.

No exageran quienes estos días recuerdan un tópico de la politología a propósito de los presidentes franceses de la V República: Luis XIV, conocido como El Rey Sol, es el arquetipo ideal al que quieren parecerse todos los presidentes de la «République», no por simple egolatría, que también, sino sencillamente porque así lo quiere el pueblo que los elige. Paradógicamente este pueblo, cuyos antepasados guillotinaron a su monarca hereditario, borrando explícitamente su derecho divino, quiere que su presidente sea por un tiempo determinado monarca elegido de derecho democrático.

"No tardarán mucho los ideólogos de guardia de la izquierda en empezar a advertir que los ciudadanos se han equivocado y que esta decisión llevará a Francia a la catástrofe, o a la violencia, como llegó a decir la candidata socialista, Ségolène Royal, en el debate televisivo de hace unos días. Más les valdría a los socialistas empezar a pensar en resolver antes sus propios problemas, porque, en efecto, para el PS empieza una larga travesía del desierto, y no cualquier desierto: si no resuelven sus querellas fratricidas, aclaran sus ideas y piensan en una refundación, corren el riesgo de quedarse dando vueltas entre las dunas, esperando el maná de una casualidad". (ABC)

Dominique Strauss-Khan dijo ayer ante las cámaras de televisión: "Es la tercera derrota consecutiva de la izquierda, es una catástrofe que viene del hecho de que este partido no ha sabido hacer su renovación... Y yo estoy dispuesto a hacerla".

Nótese que Dominique Strauss-Khan no ha perdido tiempo para declarar que ésta ha sido una gran derrota de la izquierda, la tercera, y que él está decidido a luchar por el liderazgo de un PSF que debe girar de manera definitiva hacia la socialdemocracia y también hacia la modernidad: «Hemos sufrido un inmenso fracaso. Es nuestra tercera gran derrota en una elección presidencial. Jamás en la historia política reciente han estado tan hundidas todas las izquierdas. La izquierda socialista no ha sabido renovarse. El PS debe afrontar con urgencia la gran renovación socialdemócrata que no hemos sabido realizar hasta ahora".

Confesiones de otro importante dirigente socialista: "La posibilidad de que el partido se rompa, aunque no de forma inmediata, no es descartable. Esta campaña ha puesto en evidencia que la izquierda ha adelgazado sensiblemente en Francia. No sólo los partidos de la izquierda radical, sino en su conjunto. Las llamadas que en la última fase de la campaña hicieron algunas figuras históricas del PS, como Michel Rocard o Bernard Kouchner, hacia un pacto con el centrista François Bayrou, siguen resonando, aunque en la sede parisiense de la calle Solferino no se las quiera escuchar".

Este dirigente socialista añade: "En cuanto a Ségolène Royal, todo depende de cómo se valore el resultado y de la correlación de fuerzas que quede en el partido". Strauss-Khan, agregaba la citada fuente, "intentará controlar el partido".

Son muchos los cuadros del partido socialista que ahora, tras la derrota, lamentan haber realizado las elecciones primarias que el pasado otoño supusieron la elección de Ségolène Royal como candidata a la presidencia: "Las heridas de aquella guerra interna, con sus golpes bajos y sus inevitables agresiones, no habían tenido tiempo de cicatrizar cuando arrancó la campaña electoral", apuntaba un antiguo ministro del presidente socialista François Mitterrand. Y matiza que el supuesto boicot, o al menos un cierto desinterés de los derrotados durante la campaña electoral no fue premeditado. "No fue tanto ella la que no abrió la puerta de su equipo de campaña a los derrotados, sino también ellos quienes se sintieron cohibidos cuando todavía se lamían las heridas". Y añade: "Conclusión: no celebraremos más elecciones primarias en el futuro".

El aparato del PS está manifiestamente dividido. Hay, al menos, tres grandes corrientes: la derecha socialdemócrata representada por Dominique Strauss-Khan; el centro, encabezado por Hollande, y la izquierda ortodoxa del ex primer ministro Laurent Fabius.

Lo que ya ayer noche aparecía como evidente era que no había salido ningún acuerdo de la reunión del Consejo Nacional del PS, que había tenido lugar a las siete de la tarde, cuando ya estaba clara la derrota de su candidata. "Mañana tendremos la revancha del aparato", señalaba un militante. "Entraremos en una crisis", añadía. "Hay varios dirigentes que quieren acabar con el partido tal como existe y construir un nuevo partido de izquierdas, abierto a las tendencias postsocialistas y parasocialistas: tendremos este debate", apuntaba un miembro del Consejo.

Ségolène Royal se ha presentado como una socialista moderada. Su única opción, para intentar ganar las elecciones, estaba en abrirse al centro, pues la reserva de votos a su izquierda era casi inexistente. Ayer, en un ejemplar reconocimiento de su derrota, un minuto después de cerrados los colegios electorales y anunciarse el resultado de los sondeos, llamó a "renovar la izquierda, más allá de sus fronteras actuales". Ségolène Royal piensa ya, con un realismo muy propio de su talante, en las elecciones legislativas de junio, viendo un más allá de ayer, y haciendo ver a sus partidarios que no le falta coraje para emprender un nuevo camino sembrado de sangrientas espinas más bien que de rosas rojas.

La participación, que rozó el 85%, la más alta desde 1981, muestra que pese a la claridad de su victoria, el nuevo presidente francés no puede prescindir de los millones y millones de franceses que votaron por Ségolène Royal, y concretamente en contra suyo. Por eso, Nicolas Sarkozi, en su primer discurso de presidento electo, se dirigió nominalmente a la derrotada candidata socialista -con la que ya había hablado por teléfono- y a sus numerosos electores. "Le quiero decir a Royal que tengo respeto por ella y por sus ideas con las que tantos franceses se han identificado", dijo. Y a los exaltados que silbaron desde un lado de la sala, al oír la referencia a la oposición, les replicó: "Respetar a Royal es respetar a los millones de franceses que han votado por ella. Un presidente de la República debe serlo de todos los franceses. Hay una sola Francia. Seré el presidente de todos los franceses. Ésta no es la victoria de una Francia contra otra; es la victoria de la democracia".

Errores estratégicos

Los socialistas han cometido errores muy graves de estrategia en su campaña electoral. El error original fue el frentismo a la española que, desde el comienzo de la campaña, concibió un estéril frente anti-Sarkozy. Además, en las fechas inmediatas a la segunda vuelta, han jugado con la amenaza de una rebelión popular en los barrios periféricos en los que ya explotó la violencia cuando el presidente electo era ministro del Interior. Han exagerado, asimismo, con las propuestas del programa de Sarkozi acerca de la seguridad, como si ésa fuese la única cuestión que le preocupa o como si la candidata socialista no deseara un país más seguro. La candidatura de Sarkozi ha tenido el mérito de ser la única que se ha presentado como un programa positivo, no contra los demás o contra el adversario como lo ha hecho la socialista.

El supremo error fue el insoportable tono de arrogancia moral exhibido por Ségolène Royal, durante El Debate televisivo de la segunda vuelta. Esta arrogancia, tan rutinaria en España durante la presente legislatura, es ya casi un tic socialista, copiado por los franceses de los socialistas españoles que, carentes de razones, acuden sistemáticamente a la descalificación de la oposición, acusando por sistema a su adversario de «inmoralidad política» como si ellos fueran los depositarios de la corrección moral. Actitud zapateril que redondeó anteayer al asegurar que con Sarkozy la democracia «está amenazada» y su triunfo provocará «violencia y brutalidades». En el climax del Debate y muy en el tono de la perfecta «Zapatera», sacrificó el talento en aras del talante.

Hoy sabemos que las llamadas al miedo se han vuelto contra quienes las lanzaron, y esperamos que la irresponsable y desestabilizadora incitación al desorden callejero que lanzó una irreconocible Ségolène Royal, en las últimas horas, no sea tampoco atendida por sus propios seguidores inoportunemente exaltados.

Finalmente es de destacar como error anticonstitucional la tentación socialista de echarle la culpa al sistema existente, proponiendo nada menos que una refundación del Estado, casi a la manera populista latinoamericana. Mientras Sarkozy pretende jugar de la manera más realista posible dentro del marco constitucional de la V República, Ségolène Royal, de nuevo siguiendo ejemplos tercermundistas, sugiere la refundación de una VI República.

Los centristas

François Bayrou se presentó como «juez centrista» contra la tentación del «poder absoluto». La emergencia de este candidato centrista podría contribuir a la ruptura de un Partido Socialista que deberá preguntarse cuál es su lugar en Francia. "El poder absoluto puede ser muy confortable", dijo ayer Bayrou, "se puede hacer lo que se quiere, no hay oposición. Pero es sólo apariencia, porque tampoco hay nadie que pueda impedir equivocarse. Hay que equilibrar el poder. Éste es el envite de las legislativas".

Los cerca de siete millones de electores que votaron por el centrista François Bayrou en la primera vuelta, que interiorizaron el mensaje de la necesidad de un centro político escorado hacia la izquierda, y que ayer, según las distintas encuestas, se dividieron casi a partes iguales por uno y otro candidato, pueden acabar forzando al PS a hacer la siempre aplazada transición hacia la socialdemocracia, o pueden acabar provocando una ruptura en el partido.

Incidentes deplorables

Al menos 270 personas detenidas y 367 coches quemados. Es el saldo de la primera noche de incidentes en varias ciudades de Francia en protesta por la victoria del candidato conservador, Nicolas Sarkozy. Las protestas han comenzado en París, en la plaza de la Bastilla, el lugar donde tradicionalmente la izquierda celebra sus victorias, y se ha extendido a otras ciudades por todo el país.

El primer secretario del Partido Socialista (PS) y compañero sentimental de Ségolène Royal, François Hollande, ha hecho un llamamiento "a la calma y a la coherencia". Hollande ha invitado a los 18 millones de franceses que han votado por la candidata socialista a que "se traguen su ira, su frustración" y que dirijan toda su "energía" a las elecciones legislativas del próximo mes de junio.

Identidad: heredero, por su madre, de una familia hispano-judía

Los ciudadanos han elegido como su presidente a un hijo de emigrantes, lo que representa una señal que no puede dejar de ser tenida en cuenta en momentos en que el fenómeno de la inmigración está poniendo a prueba la capacidad de absorción de una sociedad que había hecho blasón de su generosidad y apertura al mundo. Francia demuestra que sigue estando abierta para los que quieren ser franceses y trabajar para este país, ya sea en la selección nacional de fútbol o en el Elíseo. Pero también, como Sarkozy recordaba ayer mismo en su primera alocución, tras su triunfo electoral, que la integración exige al inmigrante que esté dispuesto a agradecer con su propia resiprocidad generosa lo que la sociedad de acogida le ha entregado.

Nadie le puede negar a este político conservador, parisiense de 52 años, su determinación. Es la primera vez que alguien con orígenes extranjeros llega a la presidencia de la República francesa: su padre era un exiliado húngaro que huyó del comunismo tras la II Guerra Mundial y su abuelo, Benedicte Mallah -una persona que tuvo una enorme influencia en su formación después de que su padre les abandonase-, un judío sefardí de Salónica.

Aunque procede de una familia burguesa y se crió en barrios acomodados, no estudió, como muchos dirigentes franceses, en las grandes écoles o en la ENA (Escuela Nacional de la Administración), que ha formado generaciones de políticos y funcionarios; sino en la Universidad París X, donde cursó Derecho, tras no poder entrar en Ciencias Políticas.

Es, como escribió recientemente en The International Herald Tribune el gran columnista estadounidense afincado en París William Pfaff, "una figura digna de Balzac": "Un aventurero devorado por la ambición que se abre camino en la ciudad y que, gracias a una gran habilidad y una energía inagotable, llega hasta el objetivo que ha perseguido toda su vida. Podría ser un hombre de derechas o de izquierdas, porque su compromiso es con el éxito", prosigue Pfaff. "Es hiperactivo, es ambicioso, es un trabajador inagotable, un workalcoholic que nunca descansa", ha escrito la periodista Anita Hausser, autora de una biografía de Sarkozy.

La victoria de Sarkozy, por contraste con la de Chirac frente a Le Pen, ha sido fruto de una larga batalla en la que el candidato de la UMP ha tenido que luchar contra todo tipo de conspiraciones, incluyendo muchas dirigidas desde el entorno del propio Chirac. Tal vez a causa de esta hostilidad, Sarkozy ha sido capaz de hacer llegar a los votantes el mensaje de que su candidatura representaba el cambio regenerador que el país necesita, a pesar de que lo decía como miembro del actual Gobierno y como presidente del partido político que ha apoyado a Chirac durante sus dos mandatos.