jueves, octubre 11, 2007

Dios en la escuela

Dios en la escuela

Permalink 11.10.07 @ 17:43:01. Archivado en Universidades, Amistad Europea Universitaria, Semántica, Pragmática, España, Sociogenética, Epistemología, Educación, Pro justitia et libertate

Los cristianos tenemos la osadía de creer que Jesús, hijo de María, es el hijo de Dios encarnado, a pesar de haber nacido pobre, de una madre cuyo prometido no comprendía la maternidad extraconyugal de su prometida; de haber sido perseguido desde su nacimiento por el poder civil, ayudado por el religioso; de haber sido perseguido de nuevo por las autoridades religiosas y políticas, a causa de su acción profética, juzgada subversiva por ambos poderes; de haber sido procesado y crucificado, tras haber sido traicionado y entregado por uno de sus discípulos, y negado tres veces ante sus enemigos por el mayor testigo de su actividad y referente privilegiado de sus discípulos, que él había preparado como apoyo sólido de la fe de sus seguidores principales o apóstoles.

Los cristianos estamos convencidos, por el testimio de mútiples testigos directos y creíbles, de que Jesús probó su verdad resucitando de entre los muertos.

Jesús nació pobremente en un establo de las afueras de Belén, durante un viaje obligatorio de sus padres. Al igual que otros niños, Jesús fue educado como aprendiz de un oficio, lo que le permitió ser carpintero hasta la edad de treinta años. Entre los treinta y los treinta y tres años fue un predicador ambulante, oído por la gente sencilla, y perseguido por las autoridades religiosas y civiles de su pueblo. Seguidamente, acusado de blasfemia y de pretenderse rey de los judíos, fue procesado y condenado a muerte por el gobernador romano, autoridad suprema del poder ocupante extranjero, que complacía así al poder religioso que lo acusaba sin pruebas. Tras varias horas de humillación y de suplicio, Jesús murió en la cruz, habiendo perdonado a sus enemigos, declarado su sentimiento de abandono a su Padre Dios y entregándole voluntariamente su espíritu. Tres días después de haber sido enterrado, resucitó y durante cuarenta días probó a sus discípulos que estaba vivo.

Cuando José Mª Castillo dice que Dios debe ir a la escuela no se refiere a un extraterrestre, sino que se refiere sobre todo a Jesús, hermano nuestro en humanidad, como verdadero hijo de María, que es al mismo tiempo, para quienes creemos en él, en su vida, en su muerte y en su resurrección, en sus obras ejemplares y en sus palabras inequívocas el verdadero hijo de Dios encarnado, maestro de tolerancia, perdón, solidaridad, paz y libertad personal.

Dios debe ir a la escuela
por José Mª Castillo

07-Octubre-2007

Dios no es la religión. Y menos aún la asignatura de religión. Casi todos los españoles han dado esa asignatura en la escuela o el colegio. Casi todos la han aprobado. Y algunos con nota. Pero a pocos se les nota que han tomado en serio a Dios. Si el fracaso escolar es preocupante, el fracaso de la asignatura de religión es clamoroso. ¿No será que esa asignatura hace lo que las demás, que da unos “conocimientos”, pero no transmite una “fe”?

Ningún estudiante, por aventajado que sea, dice: “yo creo en el teorema de Pitágoras”, sino que asegura: “yo me sé el teorema de Pitágoras”. Como nadie dice: “yo creo en Napoleón”, sino que afirma: “yo sé lo que hizo Napoleón”. Me temo que, en el mejor de los casos, los muchachos, que acaban la escuela, salen de ella diciendo “yo sé que Dios es mi Padre”. Pero no estoy seguro de que afirmen “yo creo que Dios es mi Padre”, con todas las consecuencias que eso lleva consigo. Es más, estoy seguro de que casi todos los estudiantes se van de la escuela, del colegio, sin tomar en serio a Dios.

La escuela se inventó para enseñar “conocimientos” y comunicar “valores”. Para transmitir “creencias” está la familia y la parroquia o su equivalente en otras confesiones. Y sin embargo, yo pienso que Dios debe estar en la escuela.

Primero, porque en la escuela se debe enseñar el respeto a los demás, a los que son creyentes y a los que no lo son. Y se debe enseñar la tolerancia. Con los que tienen creencias religiosas y los que no las tienen.

En la escuela se debe enseñar a convivir en paz en una sociedad plural, en la que viven creyentes, agnósticos y ateos. Y hay creyentes con creencias distintas. Por lo tanto, en la escuela se debe enseñar que Dios, por medio de las conciencias, no puede ser el gobernante supremo. Porque hay conciencias que admiten a Dios y conciencias que no lo admiten o que creen en dioses distintos. Una escuela que no aclara estas cosas, es una escuela que no educa para el respeto y la tolerancia, sino que deseduca y crea fanáticos que convierten la convivencia en un infierno.

Pero hay algo más importante todavía. Dios debe ir a la escuela para que allí se aprenda a no utilizar el nombre de Dios para lo que no se debe utilizar. Cuando los cristianos decimos “santificado sea tu nombre”, es eso lo que queremos decir.

Echar mano del nombre de Dios para imponer a otros lo que queremos (o para rechazar lo que no queremos) no se debe hacer nunca. Además, eso es peligroso, muy peligroso. Porque no es lo mismo decir “yo quiero esto” que decir “Dios quiere esto”.

Para mucha gente no es lo mismo desobedecer a un hombre que desobedecer a Dios. Por eso ocurre que, con frecuencia, las religiones, utilizando el santo nombre de Dios, limitan, recortan o niegan los derechos de las personas. Por ejemplo, les conceden a los hombres derechos que niegan a las mujeres. O les asignan a los creyentes una dignidad que les niegan a los ateos. Con lo que se establecen privilegios para unos y humillaciones para otros. En ese caso, Dios irrumpe en la sociedad civil para sembrar la discordia y el enfrentamiento. Y lo peor ocurre cuando, esgrimiendo la voluntad divina, se justifican resentimientos, odios, venganzas, humillaciones, violencias y guerras. El terror brota con frecuencia de mentes “enfermas de divinidad”, que ofenden, insultan y si es preciso matan en nombre de Dios. Estoy hablando de uno de los azotes más crueles que padecemos en este momento.

Muchas veces, el abuso de Dios no llega a tanto. Pero si es abuso, siempre es peligroso. Eso también se debe enseñar en la escuela. Porque hay gente que utiliza la voluntad de Dios y sus sagrados designios para hacer carrera, para trepar en la vida, para instalarse y aparecer como un notable, un personaje importante, dotado con una autoridad indiscutible. Con el agravante de que quien hace eso, normalmente invoca también a Dios para obtener privilegios, ganancias y favores que no se les conceden al común de los mortales.

Es importante que Dios esté en la escuela para evitar estos abusos. Porque sólo así será posible el respeto para todos por igual. Es más, sólo así será posible que la gente le tenga respeto a Dios. Porque un Dios que favorece a unos con detrimento de otros no puede ser el verdadero Dios. Por eso a veces pienso que quienes se imaginan que son los más dignos representantes de Dios en la tierra, lo que realmente hacen es provocar el rechazo. El rechazo hacia ellos mismos, que, en última instancia, llega a ser rechazo de Dios. Dicho más claramente, el llamado “ateísmo” de algunos, no es sino la manifestación más fuerte del explicable “anticlericalismo” de muchos.

No sé si la asignatura de educación para la ciudadanía puede entrañar posibles peligros. Lo que sí sé con seguridad es que lo que he intentado explicar en este artículo es uno de los más serios problemas que tenemos que resolver en España lo antes posible. Por respeto a nosotros mismos, a los demás, y también a Dios. Por eso he dicho (y repito) que Dios debe ir a la escuela.

En España, la de antes y la de ahora, el “factor Dios” siempre ha sido (y es) importante. Y también ha sido (y sigue siendo) un problema. Porque nuestros intereses y nuestras revanchas andan casi siempre “enfermas de divinidad”. Y ya está visto que esta enfermedad no se cura sólo con clases de religión. Se curará el día que empiece a ir a la escuela el Dios que exige, antes que nada, respeto y tolerancia. El Dios que no tolera el abuso de su santo nombre. El Dios que nos enseña a convivir en derecho, igualdad y armonía.

El mundo que estamos haciendo

El mundo que estamos haciendo

Permalink 10.10.07 @ 23:55:55. Archivado en Europa, Universidades, España, Sociogenética, Antropología, Ética, Educación, Pro justitia et libertate

Comencemos echando una mirada a esos enormes estercoleros que nos anuncian la proximidad de una de nuestras grandes ciudades. Miremos, por ejemplo, el que nos brinda la foto: nuestra basura es tan insolente, que todos los elementos arquetípicos fundamentales, Aire, Agua, Fuego y Tierra, han sido asfixiados con su presencia.

Vemos al hombre ejecutando una parodia de navegación sobre un agua ausente, respirando un aire fétido, sin esperanza de arribar ni a una tierra fértil ni a un hogar donde reanimarse, alimentarse y calentarse con el fuego del amor.

El autor de esta foto, empleando letras mayúsculas, para expresar la urgencia de su advertencia, la ha comentado así:

"ES UN HECHO QUE NO PODEMOS ESCONDER :
NUESTRO ACTUAR SOBRE LA TIERRA, ESTÁ MATANDO EL PLANETA.
LA TIERRA NOS PROPORCIONA COBIJO, Y NOSOTROS LE PAGAMOS DAÑÁNDOLA.

LA ÚNICA FORMA DE DEFENDERSE DE LA PLAGA QUE SOMOS NOSOTROS, ES ENVIANDO HURACANES, Y TORMENTAS.

YO VEO ESTA SITUACIÓN COMO CUANDO SE TIENEN PIOJOS.
IMAGÍNENSE QUE CADA UNO DE NOSOTROS ES UN PIOJO PENSANTE QUE CONSTRUYE EDIFICIOS, PUENTES, CARRETERAS, EN SU PROPIA CABEZA.

Y LA TIERRA SÓLO SE RASCA, ES ALGO NATURAL.

NO SABEMOS CONVIVIR EN EQUILIBRIO CON LA TIERRA:
SOMOS CONTAMINANTES.

NOSOTROS TALAMOS ÁRBOLES INMODERADAMENTE, TIRAMOS BASURA A LOS RÍOS, DESVIAMOS LOS RÍOS PARA REGADÍOS, VERTEMOS PETRÓLEO EN EL MAR, EMITIMOS GASES C02 CON LA UTILIZACION DE AUTOMÓVILES, Y AEROSOLES

LO QUE PROVOCA EL EFECTO INVERNADERO...".

MR-MAN.2ya.com

El mundo que estamos haciendo
por José Mª Díez-Alegría

Soy un anciano que está viviendo el nonagésimo sexto año de su vida. Soy un hombre religioso de fe religiosa jesuánica (seguidor –muy imperfecto– de Jesús de Nazaret). He sido profesor de filosofía (ética) y profesor de teología de las realidades terrenas (morales, sociales y políticas)

¿Cómo veo yo desde mi ventana de fe imperfecta, pero vitalmente profunda, el cuidado de la vida en el mundo que estamos construyendo?

Padecemos una globalización exclusivamente económica de carácter predominantemente financiero y especulador, marcadamente oligopolista, carente de elementos éticos, educativos, jurídicos, políticos y sociales, que serían propios de un liberalismo auténticamente humano y democrático (1). El resultado de este sistema (pretendidamente científico) es que media humanidad se debate entre una pobreza muy severa y una extrema miseria; mientras tanto el 20% más rico de la población mundial tiene unos ingresos setenta y cuatro veces más altos que el 20% más pobre, sin que se registren medidas redistributivas eficaces por parte de los más favorecidos.

En el fondo de esta horrible situación, que es el caldo de cultivo de la inseguridad y el terrorismo que afectan al mundo, está el desequilibrio entre la enorme y creciente potencia científica y técnica de los medios y el empobrecimiento paulatino de la sabiduría de los fines (2). Es la realidad del “pensamiento débil”, que tiende a enseñorearse del mundo.

Los movimientos contrarios al actual modelo de globalización acentúan la prevalencia de la solidaridad humana, del respeto a la naturaleza y de la ayuda de urgencia a los más necesitados. Creo como ellos, que estos son valores humanos fundamentales, que no son exclusivos de Jesús de Nazaret, pero de los que él es un testigo de máxima categoría.

Jesús dijo que “no se puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al dinero”. Pero las Iglesias cristianas –particularmente la católica romana– estas palabras de Jesús las tienen metidas en el frigorífico. En el desarrollo de las Iglesias Cristianas hay un factor que les impide romper su colusión con las estructuras del capitalismo moderno: su elevado grado de institucionalización. Aunque interiormente distantes del sistema, que hace cada vez más pobres a los pobres, estas Iglesias están ligadas al sistema en el plano institucional y, por tanto, tienen que tener la boca cerrada. ¡Para estar en condiciones de poder llevar su mensaje tienen que dejar de hablar¡ Es el círculo vicioso que caracteriza esta situación.

Sería bueno no olvidar al Papa Juan Pablo I (Alberto Luciani), que lo fue sólo durante 33 días, desde el 26 de agosto hasta el 29 de septiembre de 1978. El recién nombrado Papa, que había sido obispo de Vittorio Veneto, al norte de la provincia de Treviso, y después patriarca de Venecia, era un cristiano profundamente humilde y evangélico, hijo de un albañil socialista, que había sido emigrante en Alemania. Alberto Luciani trabajó estudiando a fondo la figura teológica de Antonio Rosmini, que con su libro De las cinco llagas de la Santa Iglesia (de 1848) intentó que el cristianismo retornase a la pureza de los orígenes. Pero aquella obra fue incluida en el Índice de libros prohibidos al año siguiente. Luciani, el recién nombrado Papa, estaba convencido de que la iglesia tenía que renunciar de una manera drástica a un sistema que, para funcionar, exige una base económica tan grande, que le liga fuertemente a los problemas estructurales del capitalismo. El Papa Luciani quería hacer mucho más efectiva la colegialidad episcopal, más descentralizado el gobierno pastoral de la Iglesia, más pobre el tenor de vida y el aparato burocrático del obispo de Roma. Pero se sintió tan solo e impotente dentro del Vaticano, tan abrumado de papeles curiales atrasados (que le traía continuamente el cardenal Villot), que se agravaron algunos problemas circulatorios que tenía y murió de repente, (probablemente de una embolia pulmonar), sentado en la cama, con unos papeles (que estaba leyendo) en las manos, hacia las dos de la mañana del 29 de septiembre de 1978. (Véase Giancarlo Zizola, La otra cara de Wojtyla, Valencia 2005, pp. 91-110).

Respecto al problema ecológico, el cambio climático, el calentamiento, el aumento del nivel del mar, la posible escasez de agua potable ¿a qué problemas pueden conducir en dos o tres siglos? ¿No podrá extinguirse sobre la tierra el homo sapiens como se extinguieron los dinosaurios, pero ahora por una especie de suicidio estúpido, por el abuso incipiente e irresponsable de posibilidades técnicas ecológicamente nocivas?

En la carta de Santiago del Nuevo Testamento, contextualizada en el seno del primer cristianismo de Jerusalén, se encuentra la siguiente definición: “La verdadera religión consiste en atender a las viudas y a los huérfanos y conservarse incontaminado de este mundo” (Sant, 1, 27). La palabra griega que emplea (zreskeía) es la específica para lo que llamaríamos lo religioso, de modo que es como decir: “la verdadera religión no es rezar, sino asistir a las viudas y a los huérfanos”. Entonces tiene sentido rezar, porque por otra parte estoy convencido de que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, y ¡cuidado¡ que el monopolio del Espíritu Santo no lo tenemos ni lo católicos ni los hombres religiosos, porque el Evangelio de S. Juan dice aquello tan bello : “El viento (to pneuma) sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu (ek tou pneumatos)” (3,8). De modo que si hay una persona agnóstica o incluso atea que tiene un gran espíritu de solidaridad afectuosa y afectiva con los pobres, ese tiene el Espíritu Santo.

27-Febrero-2007.

-oOo-

Notas del editor, fechadas el 10/10/2007

(1) "La globalización tiene sus pros y sus contras. En el lado positivo, está yendo acompañada de un incremento en los ingresos en todos los segmentos de población, incluidos los más pobres. Pero los ricos también son más ricos, lo que potencia las desigualdades, como señala un estudio elaborado por el Fondo Monetario Internacional" (FMI).

(2) El FMI identifica el avance tecnológico como otro factor que potencia las desigualdades, sobre todo en las economías avanzadas.