martes, marzo 10, 2009

Mi divisa como escritor

Mi divisa como escritor

Archivado en Escritura bloguera, El Quijote, Sociogenética

Mi divisa como escritor se inscribe en una tradición de honda raigambre cervantina: Tanto monta monta tanto el lector como el autor

Imagen: Lector in fabula. Gran formato. Agradezco esta imagen a su discreto Autor Anónimo, cuya identidad y mérito me gustaría reconocer públicamente.

He aquí lo que yo publicaba sobre este tema en 2005, sacado de mi "Diccionario enciclopédico del Quijote", con ocasión del cuarto centenario:

lector: (doc. s. XIII, del lat. lector, -oris, -orem ) adj. y s. 'que lee': «Lector, el que lee alguna cosa; también se toma por el maestro, como lector en Teología; también por una de las cuatro órdenes menores.», Cov. 757.a.1.

|| [lector]: «Procurad también que, leyendo vuestra historia, el [lector] melancólico se mueva a risa, el [lector] risueño la acreciente, el [lector] simple no se enfade, el [lector] discreto se admire de la invención, el [lector] grave no la desprecie, ni el [lector] prudente deje de alabarla.», Q. I.Pról.14. •

No es necesario enmendar el texto de la ed. pr. explicitando el sustantivo elidido [lector] que, como en otros pasajes, está implícito en el verbo «leer», aquí seis veces en el aspecto durativo del gerundio «leyendo» (elipsis de lo sobreentendido léxicamente).

|| lector carísimo: 'queridísimo lector' En los prólogos del Q., esta interpelación fática, particularmente cariñosa, alterna con otras donde el humor se conjuga con la proximidad del cariño: 1) desocupado lector / lector suave 2) lector ilustre o quier plebeyo / lector amigo / lector amable.

En el prólogo de las Novelas ejemplares encontramos: lector amantísimo / lector amable.

En el prólogo del Persiles, escrito cuando Cervantes, gravemente enfermo, esperaba serenamente la muerte, leemos: lector amantísimo.

Como lectores sentimos que Cervantes, creador libre por antonomasia, busca de tal modo el ejercicio de nuestra propia libertad en relación con su obra máxima, que nos considera coautores con él del Quijote auténtico. Este sentimiento, incomprensible para quien no busca la autenticiad sino el conformismo como Avellaneda, explica el tenor de sus palabras en el prólogo de la primera parte:

«no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado… § Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.», Q. I.Pról.1.

Esta manera de abrir su obra a la acción reactiva de los lectores, por considerar que tanto monta monta tanto el lector como el autor, al ser ambos vecinos del mismo mundo, es la mejor lección que Cervantes había retenido del Lazarillo de Tormes.

En efecto, como lo hace notar Lázaro Carreter: «El Lazarillo ha revelado que cuanto pasa o puede pasar al lado es capaz de subyugar con más fuerza al lector que las cuitas de azarosos peregrinos, pastores refinados o caballeros andantes por la utopía y la ucronía. Ha sido obra de aquel genial desconocido que ha afrontado el riesgo de introducir la vecindad del lector en el relato e instalar en ella su propia visión de un mundo ya no remoto e improbable, sino abiertamente comprobable. Autor, personajes y público habitan un mismo tiempo y una misma tierra, comparten un mismo censo y han de ser otras sus mutuas relaciones…

Tal propuesta de dos lecturas es el signo de la nueva edad, porque el escritor ya no repite siempre enseñanzas inmutables, sino que aventura con riesgo su propio pensamiento…

Esta nueva actitud del narrador impone un nuevo tipo de lector. Podrá buscar mera recreación en la lectura, pero, inevitablemente, al toparse con cosas que ocurren en sus cercanías, se convierte en coloquiante activo con el relato y con el autor, dotado de facultades para disentir: «Libertad tienes, desenfrenado eres, materia se te ofrece; corre, destroza, rompe, despedaza como mejor te parezca», dice Mateo Alemán al vulgo que le lea.

Cervantes le brinda al lector el libro que llama hijo suyo, aceptando que, pues tiene libre albedrío, puede decir de la historia todo lo bien o lo mal que le parezca. Y una cosa fundamental que tiene que someter a su aprobación es el idioma, el cual ha de ser tan reconocible como el mundo que se le muestra…

Al introducir la verdad de la calle y de los caminos, penetra en el relato la verdad del idioma. Tímidamente aún en el Lazarillo; con decisión en el Guzmán; plena y extensamente con el Quijote. Cuando se asegura que este funda la novela moderna, esto es esencialmente lo que quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo cotidiano. Y algo muy importante: que ensancha el camino abierto por el autor anónimo y por las primeras novelas picarescas; ha respetado, se diría que exhibitoriamente, la libertad de sus criaturas de ficción.», F.L. Carreter, en Rico 1998 a, p. XXII.

Fuente de las citas cervantinas: Salvador García Bardón: El Quijote para citarlo