miércoles, noviembre 01, 2006

Fragilidad de la Democracia

Fragilidad de la Democracia

Permalink 31.10.06 @ 12:30:00. Archivado en Europa, España, Sociogenética

Para nosotros como para Platón, la tiranía trajo, al fin, democracia. Pero la democracia degenerada puede traer una vez más en nuestra historia tiranía.

La mayoría de la gente culta sabe que Atenas inventó la democracia; pero sólo una minoría ilustrada sabe que la democracia ateniense, por llenarse de orgullo y vulnerar los límites que la hacían posible como planta delicada, acabó en el desastre de la guerra civil y de la guerra externa.

Estas ideas fundamentales las aprendimos desde los años cincuenta y sesenta, tanto en España como en el resto de Europa, todos los que teníamos oídos para oírlas o leerlas de los labios y de la pluma de nuestro gran maestro del helenismo como del humanismo Francisco Rodríguez Adrados.

Hoy, desde la altura de sus lúcidos ochenta y cuatro años, Adrados nos las recuerda con la misma claridad, con la misma valentía y con la misma solicitud cariñosa de siempre:

No puede una democracia tolerar que quienes manden sean minorías ínfimas con las que se sellan innobles coaliciones. Que la línea de un pequeño grupo del partido, sea aceptada por los más por conveniencias (supuestas) o miedos o sobornos.

Que todo el país se pliegue ante sus enemigos, en honor a una supuesta conveniencia y paz momentáneas. Al estilo de Chamberlain. Ya saben lo que, a este propósito, tronó Churchill sobre el apaciguamiento. Saben a cuál, ahora, me refiero.

En fin, los que aceptan esto piensan que el mal ya pasará, quedará la ganancia. Ojalá

-oOo-

La Democracia, esa planta delicada
Por FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS
de las Reales Academias Española y de la Historia

DESDE hace cuarenta años escribo sobre la democracia. Comencé en mi Ilustración y Política en la Grecia Clásica, en el 66 (luego se tituló La democracia ateniense, es mi bestseller). Sin duda que algo nuevo se veía venir en España. Insistí en Historia de la Democracia, en el 97. Ahora vuelvo sobre la democracia y mucho más en El Reloj de la Historia. Homo sapiens, Grecia antigua y Mundo Moderno.

Mucho he meditado sobre esto. No he actuado: y tuve oportunidades, créanme.

La democracia es disensión dentro de unos límites, unas normas. En Atenas fue una apuesta por la paz entre dos grupos sociales, económicos, políticos. Pero ¿y cuando no se respetan las normas, llámense Constitución o como sea? ¿Cuando se hacen alianzas contra natura, se tolera que se impongan mínimas minorías (fuera o dentro de los partidos), cuando se llama mentira al simple error, se obliga a la sumisión o al enfrentamiento?

Porque la democracia derriba tiranías, restablece la libertad de los espíritus. Con tal de que el deseo de poder no lo invada todo, de que la libertad no degenere en decadencia hedonista. O en guerra civil encubierta. Entonces, puede pasar de todo.

Ya ven Platón. Para él, la tiranía traía, al fin, democracia. Pero la democracia degenerada traía tiranía. Él mismo, Platón, es hijo de una democracia degenerada, que acabó en guerra civil y guerra externa. Reaccionó proponiendo remedios entre excesivos e ilusorios.

La democracia tuvo grandes oportunidades en el mundo. Primero, cuando entre el XIX y el XX los socialistas y los cristianos se hicieron demócratas. Siguieron catástrofes: en vez de democracia, guerras nacionalistas, caos revolucionario, reacciones fascistas y comunistas.

Pero, tras el fin de la segunda guerra mundial, vino la gran oportunidad: sólo la democracia era un régimen viable en el mundo. Todos eran o se llamaban demócratas. Muchos, en Estados Unidos y fuera, siguen creyendo en esa idea, la verdad es que tiene, hoy todavía, grandes oportunidades.

Pero no hay que cegarse, hay que ver también los fracasos. Protágoras decía que la democracia es viable porque todos los hombres tienen logos, razón, pueden entenderse. A veces, sin embargo, parece que no siempre. Hay la intoxicación, el fanatismo, el poder antes que nada. La mente humana, sobre todo la de las grandes masas, es manipulable. Con grandes dosis de partidismo y de halago y mentira -o con la desgana, el dejar pasar. Los tres monos con el dedo en los ojos, los oídos, la boca.

No seamos ilusos, vean, vean. Claro que hay momentos favorables, en muchas partes, aquí mismo tras el setenta y cinco. Pero ya saben que Hitler ganó unas elecciones. Ya ven ahora mismo a ese señor de nombre impronunciable en el Irán, a Chávez el de Venezuela. Y no todas las revoluciones son liberadoras. Desde Nerón, que «liberó» a los griegos, son peligrosos los liberadores.

Lo que menos gente sabe es que Atenas inventó, sí, la democracia, pero que esta, por vulnerar los límites y llenarse de orgullo, acabó en el desastre de la guerra externa y la guerra civil. En fin, lo humano es delicado, nadie debe abusar del éxito, creer que todo le está permitido.
Por eso han sido siempre un fracaso las revoluciones, esa palabra mágica tras la que algunos se crecen de esperanza, otros tiemblan. En fin, tras Luis XVI, un Monarca ilustrado, vino la Revolución Francesa con sus derechos humanos -y su guillotina. Tras Nicolás II, cuando Rusia estaba mejorando, Lenin. Tras Batista, Castro. Tras Somoza, los sandinistas. Etcétera.

No toda revolución es liberadora: lo que pueda haber en ellas de positivo, se podría haber logrado con métodos humanos. Todas esas revoluciones lavan el cerebro de muchos. Hay un momento de euforia, todo va a ser magnífico. Falso. En vez de arreglarlo todo lo estropean todo, incluso sus aciertos. Esa no es vía humana. Parece que todos deberían decir, con Cristo: «Señor, aparta de mí ese cáliz». Pues no. Siguen existiendo los inconscientes del o Todo o Nada. Que es Nada.

A veces esos mismos drogados se apropian el nombre de la democracia y quieren subvertirla desde dentro. A ratos me da miedo de que en la nuestra haya algo de esto. No puede una democracia tolerar que quienes manden sean minorías ínfimas con las que se sellan innobles coaliciones. Que la línea de un pequeño grupo del partido, sea aceptada por los más por conveniencias (supuestas) o miedos o sobornos.

Que todo el país se pliegue ante sus enemigos, en honor a una supuesta conveniencia y paz momentáneas. Al estilo de Chamberlain. Ya saben lo que, a este propósito, tronó Churchill sobre el apaciguamiento. Saben a cuál, ahora, me refiero.

En fin, los que aceptan esto piensan que el mal ya pasará, quedará la ganancia. Ojalá.

Todo esto no es solo español, es a veces europeo. Europa, ante los peligros que la envuelven, procura, muchas veces, hacer como que no se entera. Carece de orgullo. Y Europa tiene grandes motivos para el orgullo. El orgullo de la democracia, por ejemplo. El orgullo de los griegos y romanos y la Cristiandad y el Humanismo y tantos más. De su defensa contra el Islamismo, de su expansión al mundo. Es maestra de este -que a veces copia su tecnología y poco más. Pero, muchos, también aceptan mucho más. Europa no debe abandonar.

Y España menos. Ha sufrido demasiado para no perseverar en una democracia en el sentido recto del nombre. Una democracia no manipulada, de concordia, que no ceda ante eslóganes y agresiones de minorías incultas y fanáticas.

A mí me da miedo ese modelo que ahora sacan a relucir a veces, la famosa II República española. Que no fue una democracia, aunque llevaba dentro muchos demócratas, que jamás habrían llegado a una guerra y sufrieron terribles consecuencias. Pero mandaban más, parece, algunos que no lo eran tanto.

Yo estoy harto de las falsificaciones interesadas de la Historia. ¿Qué democracia era aquella que llegó por unas elecciones sólo municipales, por golpes de Estado como el de Jaca, siguió con quemas de conventos y con un presidente que decía que la República era de los republicanos, que un convento no valía la vida de uno solo? ¡Tantas se perdieron luego!
Que siguió con la Revolución del 34 y con la que en el 36 anunciaban el famoso Lenin español y otros más. Pasó lo de Platón: a la democracia corrompida siguieron la guerra civil y la dictadura. Todo de libro. Pero ¡vaya modelo! Luego los grandes jefes se arrepintieron. Demasiado tarde.

La democracia es planta delicada. Claro, es de todos, no podemos evitar a los incultos, a los ilusos, a los carentes de respeto, a los ambiciosos, a los exhibicionistas. Cierto, la democracia hace posible, a veces, un cambio pacífico. Se impone, al final, el buen sentido. Ojalá así sea.
La democracia es crisis, escribí otra vez. No podemos evitar esas situaciones, aunque ciertamente nos cansen. ¡Tanto insistir en triviales acusaciones, cuando hay cosas centrales en riesgo! No podemos evitar a los pelmazos, a los fanáticos, a los ignorantes políticos. A los que, no llegando al 5 por ciento de los votos, mandan como si tuvieran el 95 por ciento. Esto tiene de malo la democracia, junto a lo bueno, que es un hálito de libertad. Y la esperanza de que, al final, se restablezca la equidad, el sentido común. Si no se va demasiado lejos y se rompe la baraja.

La democracia pasa ahora, aquí, por un momento difícil: demasiados enemigos juntos (me resulta inútil especular ahora sobre el detalle). No se ha roto nada decisivo: puede recomponerse. Pero, por favor, haría falta un poco de calma, de respeto a la ley, de vuelta a aquello que los griegos llamaban sophrosyne: 'mente sana'.