Rocinante en El Quijote
12.02.07 @ 12:35:00. Archivado en El Quijote
Rocinante, 'rocín andante, de nombre altisonante'
Como buen escritor, Cervantes se sirve del lenguaje no sólo para comunicar sino también para sugerir. Es muy posible que el nombre de Rocinante, cuya invención le costó cuatro días a don Quijote, le sirva para sugerir que “Más de uno confunde razonar con rocinar, haciéndose pasar por razonante cuando no pasa de rocinante”
La palabra Rocinante es la forma sincopada cervantina de rocín denante 'rocín antes', con evocación posible de un derivado participial del verbo rocinar ‘hacer el rocín’ (rocín + -ante), cuyo sufijo de participio activo, adj. y s., significa: 'que hace':
“—Pues, señor Araujo, si es que por la mañana se parte, todos iremos de camarada, que gusto de oírle rocinar, digo, razonar por el camino, y crea que, poco más o menos, toda la lana es pelos.”, Francisco López de Úbeda, La pícara Justina, 1605, Edición de Antonio Rey Hazas, Editorial Nacional (Madrid), 1977, página II, 549.
Analogías intratextuales de la derivación participial cervantina: altísono : altisonante :: andar : andante :: bienandar : bienandante:: malandar : malandante :: significar : significante, etc. En la entrada –ante, probamos la marcada preferencia de Cervantes por los adjetivos y neologismos en -ante ® mofante.
«Quiere decir que el nombre de Rocinante, puesto por Don Quijote a su caballo, indica que había sido rocín antes, y que continuaba siendo el ante-rocín o primero mayor rocín de todos los rocines del mundo.», Clem. 1020.a. + 739674; 'rocín andante, de nombre altisonante'
Su rara ingeniosidad inspira al hidalgo el dar un nombre «literario» o «poético» a su caballo, cuya etopeya incluye la bondad como la cualidad más importante: «Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría (a su rocín); porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces», I.1.6.
Notemos con Rico que «La literatura caballeresca española, en la tradición medieval, suele dar a los personajes nombres significativos ("Amadís", "Palmerín", etc.), pero sólo por excepción se los concede a los caballos, según ocurre, en cambio, en la italiana.», Rico 1998, p. 42.
Se inicia así la genial creación del personaje ecuestre que vendrán a representar en el arte universal Don Quijote y Rocinante, articulados en el famoso caballero de la Mancha inseparable de su caballo. Algunos la llaman, sin comprenderla, transformación grotesco-humorística, mientras que nosotros, sin olvidar la vena de humor, pero teniendo en cuenta la vena fabulística, y rechazando la apreciación de grotesca, preferimos denominarla creación fabuloso-humorística.
Don Quijote interpela al cronista de su historia, para que no olvide esta solidaridad con su caballo: «Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras», I.2.5
La lógica de esta solidaridad, llevada hasta el grado supremo del compañerismo caballeresco, hace que don Quijote considere a Rocinante como un compañero de armas, es decir, como un caballero andante con el cual comparte gloria y penas. Si la aventura de los yangüeses pone en evidencia el aprecio que siente Don Quijote por su caballo, ya que no duda un momento en pelear solo contra muchos por él, para vengarlo de una afrenta, es sobre todo la ocasión de hacernos saber, por boca de Sancho, que Rocinante es considerado por su amo como un «buen caballero andante», I.15.32, lo cual nos hace comprender que tanto el caballero como el escudero lo traten como su igual.
Un estudio minucioso de la acción de Rocinante en la novela nos pone de relieve el carácter particularmente voluntarista de la prosopopeya o personificación que Cervantes ha querido componer, con una fuerza de naturalidad y de humor creativos difícilmente superables. Sin forzar los datos, llegamos a la conclusión de que Cervantes, inspirándose de la gran tradición de los fabulistas, aunque sin tomar la licencia de dotar de palabra a Rocinante, ha querido considerarlo más como un ser humano que como un caballo, al introducirlo como personaje auténtico en su novela.
Quepa decir que si es útil considerar con la mayoría de los críticos que don Quijote y Sancho forman un binomio de protagonistas, es necesario concluir de este estudio que sin el trinomio don Quijote, Sancho y Rocinante no existiría la novela con su protagonismo completo.
El interés de la aventura de los yangüeses es el poner en evidencia esta capacidad de protagonismo que Rocinante ha recibido de su genial creador. Yo diría que en ella se ponen en escena los más profundos ingredientes de la libertad, que son los apetitos vitales y el deseo de satisfacerlos, con sus normales secuelas de drama por colisión con otras libertades, drama que Cervantes ha querido trágico-cómico:
«No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas… Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que pareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla, en pelota. Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron malparado en el suelo.
Ya en esto, don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho:
—A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo, porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante. —¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?
—Yo valgo por ciento —replicó don Quijote.
Y sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.
Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado […] Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de Rocinante; que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida.», I.15 § 3-10 y 23.
Comentarios de don Quijote y Sancho que ponen fin a la aventura de los yangüeses:
«—Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho—respondió don Quijote—, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante; que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.
—No hay de qué maravillarse deso—respondió Sancho—, siendo él tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas.
—Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas —dijo don Quijote—. Dígolo, porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mí desde aquí a algún castillo donde sea curado de mis feridas…
Levantó luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga.», I.15 § 31-33 y 40.
El retrato de Rocinante resulta del continuo contraste entre la prosopografía de un rocín flaco, que conocemos desde el primer capítulo de la novela, porque el narrador nos la procura, y la etopeya que don Quijote le atribuye, cuyas implicaciones no son casi nunca compatibles con el físico que debe soportarlas. Así, pues, es frecuente que asistamos a escenas en las que el pobre rocín, flaco, largo y tendido no está a las altura de las expectativas de su amo. Un buen ejemplo de esta inadecuación lo tenemos cuando Don Quijote intenta seguir al loco de Sierra Morena:
«aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas y más siendo él de suyo de paso corto y flemático.», I.23.39.
Pero esto no impide que exista una perfecta comunión entre el caballero, su caballo y el escudero al compartir una misma suerte, la de la andante caballería, comunión avanzada ya en los juegos poéticos que preceden la novela como una obertura musical: Diálogo entre Babieca y Rocinante:
«Metafísico estáis. | Es que no como. | Quejaos del escudero. | No es bastante. | ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, | si el amo y escudero o mayordomo | son tan rocines como Rocinante?», I.Versos preliminares § 74-77.
Quede claro: 'don Quijote y Sancho son tan bestias como Rocinante'
Es imposible no ver una relación entre este diálogo y la frase que pone lacónicamente fin a la aventura del barco encantado:
«Volvieron a sus bestias, y a ser bestias, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco.», II.29.44.».
Los famosos caballos a que se compara el rocín del hidalgo (Babieca, Bucéfalo, I.1.6, o los legendarios, Frontino, Hipogrifo, I.25.26) proceden de una tradición heroico-legendaria que no figuró en los libros de caballerías. En la poesía heroica (e.g., Orlando furioso, y no en libros andantescos) se les da nombre a los caballos. Según esta tradición también se da nombre a la espada del héroe, pero nunca se le ocurre esto al hidalgo.
Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid. Este artículo apareció el 25 de mayo del 2005.
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