miércoles, enero 31, 2007

La dialógica del diálogo

La dialógica del diálogo

Permalink 31.01.07 @ 20:19:00. Archivado en Semántica, Pragmática, Sociogenética, Epistemología

Paradójicamente, hasta los años sesenta y setenta del siglo pasado, los filósofos del lenguaje (no hay buen filósofo que no lo sea) han asignado al diálogo condiciones de posibilidad no dialógicas: para Platón era la reminiscencia; para Descartes, la común participación a la razón; para Leibniz, la armonía preestablecida; para Kant y Husserl, una estructura categorial común.

El diálogo, opuesto al monólogo como forma estilística, debe distinguirse del dialogismo del discurso, que los hace posibles a ambos. Lo cual significa que el dialogismo, entendido como raiz dialógica común tanto del diálogo como del monólogo, merece caracterizarse por sí mismo.

Desde los años sesenta y setenta sabemos que conviene definir el diálogo a partir del dialogismo del discurso. Sin embargo, el dialogismo propiamente dicho, llamado también dialógica interlocutiva, por oposición a la lógica egotista o monológica, fue puesto de relieve por Francis Jacques, que en sus Dialogiques de 1979 llama dialogista a “la distribución efectiva de la enunciación sobre dos instancias enunciativas, las cuales están en relación comunicativa actual”. Por lo tanto, define el diálogo como “la forma de discurso transfrástico cuyos enunciados, todos y cada uno de ellos, están determinados efectivamente

1) en su estructura semántica, por una puesta en común del sentido y del valor de referencia, y

2) en su encadenamiento, por normas pragmáticas que garantizan la propiedad de convergencia”.

En un diálogo que maximiza el dialogismo del discurso, cada signo “se determina lo mismo por el hecho de que procede de alguien, que por el hecho de que va dirigido a alguien”. El locutor por sí solo “no es ya el amo de la palabra”, no solamente porque las palabras se extraen de unas existencias comunes de signos virtuales, sino porque su eficacia comunicativa es “el producto de la interacción verbal del locutor y de su interlocutor”. El más insignificante de los signos sólo toma sentido en el entredós del espacio dialógico.

Es sorprendente que el dialogismo del diálogo haya sido despejado por sí mismo de manera tan reciente. Lo muestra bien una comparación entre dos de los autores que trataron de él en lengua francesa entre los años 1960 y 1980.

Según Éliane Amado-Lévy-Valensi, ajena aún al dialogismo, dialogar consiste, para el ego, en cruzar la distancia (dia- ) que lo separa de su interlocutor. Para ella, dialogar es “abrirse a la palabra del otro”, “escucharse hablar los unos y los otros con respeto”. Según Francis Jacques, plenamente consciente del dialogismo, el establecimiento de la relación interlocutiva realiza “ipso facto” (automáticamente) el paso de la distancia.

Éliane Amado-Lévy-Valensi nos reenvía, para una verdadera inteligibilidad del funcionamiento de la comunicación, “a todas las elaboraciones elementales que previamente constituyeron la existencia del sujeto en cuanto tal”. Mientras que para Francis Jacques, la implantación de la relación en el centro del proceso de significación efectiva (significancia) da por sí misma a la enunciación una estructura dialógica. Entonces las palabras no significan ya por ellas mismas ni por una intención subjetiva de sentido que el otro debería restituir mediante un esfuerzo de simpatía, por su cuenta y riesgo. Las palabras significan porque forman parte de una actividad interdiscursiva. El otro comparte con el ego la iniciativa común del sentido.

Se renunciará pues a la oscilación entre el privilegio del ego, mala conciencia de los fenomenólogos, y el privilegio del otro, como en Lanza del Vasto (1), que dice: “Debo preferir al otro sobre mí mismo y la verdad al otro.”

Desde finales de los años setenta del siglo pasado, somos numerosos los filósofos del lenguaje y especialistas de la pragmático-semántica de las lenguas naturales, que consideramos con Francis Jacques que tenemos a nuestra disposición teorías lingüísticas que nos permiten instalar de manera efectiva, en la raíz del pleito semántico, la relación interlocutiva: teoría de los actos de discurso, semántica de los mundos posibles, teoría de los juegos de estrategia, lingüística de la enunciación ampliada. Su aplicación sinérgica, a partir de las categorías de la comunicación, puede autorizar, a nivel filosófico, fuertes tesis de una nueva clase: sobre la relación con el mundo, sobre la alteridad, sobre la instancia transcendental.

Hacia una renovación de la instancia transcendental

Cuando escucho al otro, lo que oigo viene a insertarse en los intervalos de lo que yo podría pronunciar. Sólo comprendo su voz si coloco sobre cada palabra de la frase que debe comprenderse una serie de mis palabras propias, a manera de réplica interior. Dialogar, es cruzar dos voces en una palabra, para producir un sentido como cosignificación. Cuando una palabra es dirigida por mí al otro, el sentido no es solamente para el otro (versión escasa y ordinaria) sino también por obra del otro. Las palabras no tienen sentido común para el uno y el otro sin esta colaboración esencial entre el uno y el otro.

Mostrarlo efectivamente sobre el plano lógico-semántico, tal es el propósito de Francis Jacques. Por lo tanto, se ve que es necesario analizar la actividad interlocutiva, si se quiere hacer aparecer el conjunto de las condiciones necesarias para la aparición de un significado. Francis Jacques garantiza la instancia transcendental en la relación comunicativa misma, cuyo carácter último y fundador pone de relieve. Mantiene que hay que:

1. reinterpretar la relación del sujeto que conoce al objeto, como una relación de referencia;
2. componer esta relación de referencia con la relación de interlocución; el concepto que las integra es el de coreferencia.

Por fin, no se confundirá la interlocución con el diálogo. La interlocución es su transcendental. Las consecuencias quedan claras: el ego no puede ya “acaparar el lugar transcendental”. Este último debe más bien buscarse en “el espacio lógico de la interlocución”.

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(1) Lanza del Vasto: El Italiano Lanza del Vasto (1901-1981), discípulo de Gandhi, que lo había llamado “Shantidas” (criado de la paz). Fundó la comunidad del Arco, predicando el trabajo agrícola, la artesanía y la no violencia.