Enamorar en El Quijote
22.06.06 @ 19:58:28. Archivado en El Quijote, Poética
Don Quijote se proclama repetidamente enamorado de Dulcinea, aunque confiesa con total franqueza que este amor es por oídas y que sólo le sirve para ser caballero andante. Contrariamente a lo que imaginan ciertos lectores, que atribuyen a don Quijote una pasión amorosa exaltada y ejemplar, la intención real de su Autor fue burlarse de todos los libros de Caballerías donde se habla de enamoramientos por oídas, que son muchos. En cierta manera la ejemplaridad de la obra, en éste como en otros temas, consiste en mostrarnos con suma franqueza y humor las quijotadas que hay que evitar.
enamor-: enamora: 2; enamorada: 17; enamoradas: 3; enamorado: 63; enamorados: 20; enamoran: 1; enamorar: 4; enamoraron: 1; enamorarse: 1; enamorasen: 1; enamore: 1; enamoré: 1; enamoréme: 1; enamoró: 9; enamoróla: 1; √ amor
enamorar (doc. s. XV, de en- + amor) v.tr. y prnl. «ENAMORAR. Poner codicia a otro alguna mujer para que la quiera, con sus atavíos y halagos. ENAMORARSE. Prenderse del amor o aficionarse en buena y en mala parte.», Cov. 510.b.48.
|| enamorada: Hay que tener en cuenta la observación de Covarrubias, muy acorde con el antifeminismo de la época: «siempre se toma en mala parte, como mujer enamorada o amiga.», Cov. 510.b.54. Así se entienden las referencias despectivas de don Quijote a la «caterva enamorada», II.44.50, y a la «doncella enamorada (Altisidora)» (cuatro veces).
|| enamorado: 'amoroso' «enamorado de [Aldonza Lorenzo], un tiempo anduvo», I.1.10.
• El narrador nos explica cómo se holgó nuestro buen caballero, recién confirmado por sí mismo don Quijote de la Mancha, cuando halló a quien dar nombre de su dama. Fue a «una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque,… ella jamás lo supo, ni le dio cata dello ('ni él le dio a ella cuenta de ello'. Algunos editores enmiendan 'ni se dio cata dello'). Llamábase Aldonza Lorenzo», I.1.10.
• Cardenio cuenta su historia personal: «la privanza que yo tenía con don Fernando dejaba de serlo, por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de desasosiego.», I.24.11.
• Para el don Quijote cervantino es imposible que un caballero andante no esté enamorado. Así que él se proclama repetidamente enamorado de Dulcinea, aunque confiese que este amor sólo le sirve para ser caballero andante.
• Probablemente por esta razón Avellaneda, que no quiere admitir la ambigüedad (la actitud del moralista choca contra la del poeta), quiere que su don Quijote se convierta rápidamente en el Caballero Desamorado, con lo cual hace de él voluntaria y lúcidamente una paradoja ambulante, cuyo lugar natural sólo será el manicomio. Este Martín Quijada, presentado tan palmariamente como tontiloco desde un principio, continuará sin variaciones, en genio y figura, hasta la casa del Nuncio (Gª Salinero); mientras que el don Quijote verdadero, aunque corre a campo traviesa como caballero andante, está claro que reflexiona y duda, y que un día, tras descubrir su error, se convertirá y aceptará dignamente su propia muerte como hombre bueno.
|| enamorado de oídas: II.9.15. «Cervantes se burló en este pasaje de todos los libros de Caballerías donde se habla de enamoramientos por oídas, que son muchos: Alpartacio, hijo del Rey de Sicilia, se enamoró sólo de oídas de la Infanta Miraminia, hija del Rey de Francia, como se refiere en la historia de Lisuarte de Grecia (cap. LXXIX). Lo mismo le sucedió a Brimates, hijo de don Brián de Monjaste, Rey de España, con la Infanta Lucela, hija del Rey de Sicilia, si bien antes de verla mudó de propósito y se dedicó a servir a Onoria (Amadís de Grecia, parte 1, cap. LIX).», Clem. 1560.a.
8. Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
9. —Con la iglesia hemos dado, Sancho.
10. —Ya lo veo—respondió Sancho—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.
11. —¡Maldito seas de Dios, mentecato!—dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?
12. —Señor—respondió Sancho—, en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes; y así, suplico a vuestra merced me deje buscar por estas calles o callejuelas que se me ofrecen: podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corridos y asendereados.
13. —Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora —dijo don Quijote—, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero.
14. —Yo me reportaré—respondió Sancho—; pero ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces?
15. —Tú me harás desesperar, Sancho—dijo don Quijote—. Ven acá, hereje; ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?
16. —Ahora lo oigo—respondió Sancho—; y digo que pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco.
17. —Eso no puede ser—replicó don Quijote—; que, por lo menos, ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié contigo.
18. —No se atenga a eso, señor —respondió Sancho—; Porque le hago saber que también fue de oídas la vista y la respuesta que le truje; porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.
19. —Sancho, Sancho —respondió don Quijote—, tiempos hay de burlar, y tiempos donde caen y parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes.El Q. II.9.8-15.
|| enamorados y perdidos: hendíadis 'perdidamente enamorados'
• El cabrero Pedro se refiere a Marcela: «nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella.», I.12.21.