Gregorio Marañón es considerado el médico humanista por antonomasia del siglo XX español. Así lo era y lo sigue siendo por quienes le conocieron de manera directa, cual fue el caso de mi padre, que lo respetaba, apreciaba y quería al igual que innumerables otros colegas y pacientes; y lo era y lo sigue siendo de mi familia toledana, responsables y profesores del colegio SADEL, unánimemente entusiastas de su bondad, generosidad y humanismo. Así lo fue y lo es igualmente por los que le conocimos o conocemos a través de su ingente obra, tanto científica como literaria y artística:
"El humanismo médico... tiene muchas formas de manifestarse y cada individuo con esa inquietud lo hará de la suya particular. Pero ¿existe algún caso de un médico que haya, por así decirlo, tocado todos los palos? Creo que sí y lo tenemos todavía muy reciente en nuestro pasado médico y español. Me refiero a don Gregorio Marañón. Salvo la literatura de ficción, se acercó con los sentidos abiertos y el espíritu alerta al resto de la literatura, poesía incluida, la historia, la filosofía, la sociología,... hasta la política. Y lo hizo con tal categoría, que ha sido el único español miembro de todas las Academias, un reconocimiento de la comunidad intelectual que no ha merecido nadie antes ni después. Y, sin embargo, por deseo expreso suyo, en la lápida que cubre su tumba en la madrileña Sacramental de San Justo, bajo su nombre sólo figura este título: Médico. Seguramente hubiese alcanzado las mismas cimas dentro del saber y del humanismo desde cualquier otro punto de partida; pero él siempre se vio a sí mismo como un médico obligado en conciencia al conocimiento de todos los factores humanos". (José Ignacio DE ARANA AMURRIO)
A mí me cupo la satisfacción de constatar, al coincidir mi llegada a Bélgica, en 1961, con la inauguración del "Instituto de ciencias familiares y sexológicas" de mi Universidad de adopción, Lovaina, que el prestigio de Gregorio Marañón como endocrinólogo y sexólogo estaba bien instalado en el corazón de Europa.
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Imagen: Gregorio Marañón : Médico y escritor español, nacido en Madrid el 19 de mayo de 1887 y fallecido en la misma ciudad el 27 de marzo de 1960. Alcanzó renombre universal y fue una de las más brillantes figuras de la intelectualidad española del siglo XX. Desde 1908 fue médico del Hospital General de Madrid y luego inició una serie de viajes al extranjero, donde siguió con sus estudios e investigaciones. Con su tesis doctoral sobre el tiroides demostró su competencia para la endocrinología, materia en la fue una autoridad mundial.
En 1915 apareció su primer estudio sobre la vida sexual, titulado "La doctrina de las secreciones internas" Su significación biológica y sus aplicaciones a la clínica, resultado de un curso en el Ateneo de Madrid de gran importancia para su formación intelectual. Marañón presidió el Ateneo entre 1925 y 1930.
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Humanismo médico 2/2
por José Ignacio DE ARANA AMURRIO
Profesor de la Facultad de Medicina. Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas.
MÉDICOS EN LA INTERPRETACIÓN DE LAS ARTES Y LAS HUMANIDADES
Aquí no se trata tanto de creadores como de buceadores en el significado de la creación ajena o de otras facetas humanísticas.
La pintura, otras artes plásticas y la literatura han sido objeto de esa intención analizadora de los médicos, buscando los aspectos sanitarios y patológicos o sencillamente dramáticos, en el sentido original del término, que encierran las obras en sí mismas y las que afligieron y a veces hasta atenazaron a sus autores.
Personajes como Cervantes o Nietzsche, el Greco o Van Gogh, Beethoven o Schumann han sido cernidos en este cedazo del análisis médico, con aportaciones muy interesantes que en muchas ocasiones permiten comprender mejor y más a fondo el qué, el por qué, y el cómo surgieron tantas y tantas obras geniales de la creación humana. Otras veces son distintos personajes históricos los escrutados por el ojo clínico. Libros como “Locos egregios” de los dos Vallejo Nágera son un magnífico ejemplo de glosa y matización médicas a biografías que otros autores no han sabido penetrar tan a fondo.
La historia es otro de los campos, quizá de los más transitados, para la curiosidad de los médicos humanistas. De una parte, nuestra propia ciencia es ya de por sí un ámbito suficientemente amplio para esta actividad. Quizá ningún otro conocimiento humano haya sido tan investigado y sistematizado desde sus más remotos orígenes hasta la más inmediata actualidad por sus propios ejercientes como la Medicina. Por eso la nómina de médicos que se han tomado interés y trabajo por su estudio es enorme; y por lo mismo valga recogerlos a todos bajo el nombre señero de nuestro compatriota Pedro Laín Entralgo, autor de referencia universal para cualquier historiografía de la Medicina.
Mas el resto de la historia no ha quedado ni mucho menos fuera del foco de atención de los médicos. Abundan las patobiografías de sus protagonistas y de los grupos humanos que conforman el coro de esa magna representación teatral que es la historia. Al igual que en el caso antes citado de los artistas y de sus obras, esta visión es enormemente enriquecedora para la comprensión del conjunto en el que todos somos actores. Incluso sin connotaciones médicas, la historia universal ha sido material de estudio para muchos discípulos de Hipócrates. El acontecer de los hombres en el tiempo, las relaciones de todo tipo entre ellos y con la naturaleza que los rodea o con las fuerzas que los trascienden es algo muy atractivo para quien ha sido educado en la habilidad de mirar a las personas de cerca y cara a cara para intentar comprenderlas y sentir con ellas.
LOS MÉDICOS COMO INTÉRPRETES DEL MUNDO
El ensayo y la filosofía son dos formas de meditar sobre lo que sucede a nuestro alrededor y lo que bulle en el hondón de nuestro ser; intentos de dar respuesta a interrogantes que quizá están muy por encima de nuestras posibilidades de entendimiento, pero a los que la condición humana se niega a dejar escapar sin al menos un intento de comprensión. Las cuestiones a tratar son infinitas, pero también lo es nuestro deseo de saber y entender. Hipócrates filosofó; filosofaron Avicena, Averróes, Arnau de Vilanova, Paracelso o Servet, al igual que lo hicieron los médicos de todas y cada una de las sucesivas "escuelas de pensamiento" que se han ido sucediendo hasta nuestros días. La respuesta encontrada es seguramente lo de menos; lo verdaderamente importante es el esfuerzo por conseguir alguna. Todas las ciencias desde el tiempo del empirismo, desde que merecen en puridad ese nombre, se han limitado a avanzar con el empuje de los predecesores, dejando atrás, sin volver la mirada, lo que parece obsoleto a cada nuevo descubrimiento o invento. Sólo la Medicina ha autoexplorado atentamente su pasado encontrando una línea continua de identificación, al modo del hilo rojo que, solía repetir Goethe, atraviesa todo el cordaje utilizado por la marina real británica para autentificar su origen y su propiedad.
El humanismo médico, pues, tiene muchas formas de manifestarse y cada individuo con esa inquietud lo hará de la suya particular. Pero ¿existe algún caso de un médico que haya, por así decirlo, tocado todos los palos? Creo que sí y lo tenemos todavía muy reciente en nuestro pasado médico y español. Me refiero a don Gregorio Marañón. Salvo la literatura de ficción, se acercó con los sentidos abiertos y el espíritu alerta al resto de la literatura, poesía incluida, la historia, la filosofía, la sociología,... hasta la política. Y lo hizo con tal categoría, que ha sido el único español miembro de todas las Academias, un reconocimiento de la comunidad intelectual que no ha merecido nadie antes ni después. Y, sin embargo, por deseo expreso suyo, en la lápida que cubre su tumba en la madrileña Sacramental de San Justo, bajo su nombre sólo figura este título: Médico. Seguramente hubiese alcanzado las mismas cimas dentro del saber y del humanismo desde cualquier otro punto de partida; pero él siempre se vio a sí mismo como un médico obligado en conciencia al conocimiento de todos los "factores humanos".
Muchas personas, incluso de nuestra profesión, al oír hablar de humanismo médico se hacen, escépticos, una pregunta: ¿Sirve en realidad de algo todo esto para la Medicina? Quienes así nos interrogan tienen a mi juicio las entendederas un tanto romas de nación o melladas por el mal uso. Bastaría repasar la trayectoria de Marañón, o la más arriba citada de Cajal, para dar cumplida respuesta a esa pregunta. Sirve, desde luego, para que la Medicina no haya sido nunca, y a ser posible no se convierta en ello jamás, una ciencia endogámica que se mira el ombligo de forma autocomplaciente pero al mismo tiempo miope; sirve para que los médicos seamos verdaderamente los profesionales al servicio del ser humano en su complejísima variedad de comportamientos, de aptitudes y también de actitudes en y ante la vida; sirve, cómo no, para que una actividad profesional que llevándonos cada día junto al sufrimiento físico y la angustia anímica nos llega a abrumar con su peso de responsabilidad, pueda tener una válvula de escape que nos libere de una presión por momentos insoportable.
Es cierto que hoy la Medicina tiende a ser una ciencia que se desarrolla con el ejercicio en equipo, que busca y encuentra sus fundamentos en la evidencia proclamada por un grupo de trabajo antes que en la experiencia de un solo individuo o en la de cada cual en su quehacer cotidiano. Pero esto trae consigo una incesante mudanza, no únicamente en los conocimientos, que eso es lógico y muy beneficioso en una sabiduría que se precie de científica, sino en los modos de actuar de los médicos que en este movimiento constante –y, sin embargo, muchas veces sólo pendular– pierden de vista los mojones que señalan el camino de lo que es no únicamente una ciencia y, desde luego no una ciencia exacta, sino también un arte: el arte de ayudar al enfermo comprendiendo que se trata nada más y nada menos que de un ser humano, no un ente biológico cualquiera.
Mas, después de todo lo dicho, acuden al pensamiento de quien esto escribe los versos plañideros de dos de nuestros poetas del Siglo de Oro. Dice Rodrigo Caro: "Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora,/ campos de soledad, mustio collado (...)". Y Quevedo: "Miré los muros de la patria mía,/ si un día fuertes, ya desmoronados (...)". Viene esto a cuento de que en nuestros días el humanismo no parece tener ningún atractivo para las jóvenes generaciones de médicos que salen en tropel de las facultades. El ejercicio de la Medicina, al menos en sus primeros años, se ha hecho muy competitivo y para obtener un puesto de trabajo y medrar en él se exigen exclusivamente méritos científicos.
Esto repercute en que los jóvenes médicos no tienen tiempo, ni ganas, de dedicar una parte de sus recursos intelectuales a esas humanidades definidas como "conocimientos sin aplicación práctica inmediata". ¿Hay lugar, tiempo o interés en los hospitales, los centros de salud o los congresos médicos para divagar o profundizar en temas humanísticos? Desde luego que no. ¿Puntúan en algún baremo laboral o profesional los conocimientos de este tipo? Ni por asomo. ¿Se enseña en nuestras facultades a pensar en otra cosa que no sea pura ciencia básica o aplicada a la más estricta Medicina? Si acaso, marginalmente, de forma puntual y casi de tapadillo. En este mundo en que se desenvuelve la Medicina de hoy día, pedir a nuestros jóvenes médicos que se preocupen y se ocupen de atalayar otros saberes humanos es exigirles casi una heroicidad, porque requeriría un esfuerzo que no están en condiciones de dar y también porque de seguro que se expondrían entre la mayoría de sus compañeros a un juicio de extravagantes cuando no de perdedores en la carrera por alcanzar las metas de prestigio profesional.
Una triste realidad que, no obstante, alguien tendrá que intentar modificar. Esta tarea, más ingente según pasan los años y las promociones, corresponde por un lado a los docentes que deberían imbuir en los alumnos el interés por las humanidades. Por otro, a los médicos "a la antigua usanza" que todavía desempeñan puestos de responsabilidad asistencial y que pueden influir con su ejemplo en las nuevas generaciones. Y por último, a las asociaciones que reúnen en su seno a médicos humanistas y que deberían tener más proyección social y educativa; es el caso de la meritoria Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas cuya labor de mantenimiento del humanismo médico debería ser más y mejor conocida.
No por repetida debe ser menospreciada la frase que se atribuye al legendario profesor José de Letamendi, pintor, músico y escritor él mismo: "Quien sólo sabe de Medicina, ni Medicina sabe".
Fuente: El Médico Interactivo. ANUARIO 2004 / 062-068.