domingo, julio 02, 2006

Sabiduría vasca

Sabiduría vasca

02.07.06 @ 23:27:31. Archivado en Pro pace, Ética, Educación

Somos muchos quienes reconocemos la deuda inmensa que tiene el cristianismo, por no decir la humanidad, con una pléyade innumerable de sabios vascos. Quiero referirme aquí a dos de ellos, cuya disciplina ha sido la educación, es decir, el dominio privilegiado de la sabiduría humana, sin que mi atención a ellos dos implique el olvido de todos los demás. Se trata de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y de Pedro Arrupe, el fiel heredero de su ingente obra educativa en el contexto apocalíptico del siglo veinte.

Considero al primero como el mejor intérprete de las necesidades educativas de su tiempo, al abandonar su profesión de militar, en uno de los momentos más conflictivos y paradójicamente más brillantes de nuestra historia occidental, para sentarse en los bancos de la escuela, y transformarse así, tras largos años de humildad en el estudio, en el más eficaz de los educadores. La historia es testigo de la inmensa obra educativa a que dio lugar su fundación de la Compañía de Jesús, desde entonces hasta ahora.

Considero a Pedro Arrupe como el mejor intérprete, en cuanto general de los jesuitas actuales, del espíritu ignaciano, en el contexto del siglo que ha hecho posible la autodestrucción física de la humanidad por la energía nuclear, al mismo tiempo que su mayor envilecimiento, al negar sus derechos más sagrados a las personas y a pueblos enteros. Uno de sus méritos incontestables ha consistido en llevar la obra educativa de los jesuitas a los medios más olvidados y menos favorecidos de la familia humana actual.

Quienquiera conozca las personalidades de estos dos grandes hombres, sabe perfectamente que una parte importantísima de sus valores morales e intelectuales procede de su propia educación vasca. Esto explica el afecto que une tanto a los jesuitas como a sus antiguos alumnos con Loyola y con las tierras vascas. Prueba de ello son las celebraciones de este año.

Quisiera que mi lector compartiera conmigo un momento de placer esperanzado, saboreando una de las múltiples pruebas de la sabiduría vasca, en relación con el tema que nos preocupa a todos por el momento: el tema de la Paz. Verá, por poco que preste atención a los autores vascos de hoy, que esta sabiduría sigue ofreciéndose generosamente a nuestros espíritus, como lo hiciera antaño con Ignacio de Loyola y con Pedro Arrupe.

Con-vencedores y con-vencidos
por Mikel Aguirregabiria Aguirre

Algunos prefieren ser vencedores con-vencidos. Muchos preferimos que todos pasemos de vencidos en la violencia a convencidos en la paz.

Es eterno el tema de vencedores y vencidos. La ley del universo y de la historia es contundente: ¡Ay de los vencidos! Pero los vencedores más célebres parece que se sorprendieron de lo que significa vencer sin convencer. Napoleón señaló: “Lo que más me extraña de este mundo es la impotencia de la fuerza. De los dos poderes, fuerza e inteligencia, a la larga el sable siempre es vencido por el espíritu” o “Un gobierno que sólo se sostiene en las bayonetas es un gobierno vencido”. Su gran adversario, el Duque de Wellington, también opinaba que “Únicamente una batalla perdida puede ser más triste que una batalla vencida”.

Más recientemente otros han hablado de vencedores y vencidos. Pinochet se delató cuando declaró: “Aquí no hay ni vencedores ni vencidos, pero sepan estos últimos”... Más cercanamente, Fraga Iribarne declaró: “La victoria en la guerra sólo se consigue cuando se hace ganar también a los vencidos”,… en la etapa de la transición. El mismo Juan Carlos I recordaba que “No quería, a ningún precio, que los vencedores de la guerra civil fueran los vencidos de la democracia”. Pero la mejor cita es la de un clásico (Lucano): “¡Tan miserable es salir vencedor en una guerra civil!”.

La humanidad no ha conocido hasta la fecha sino una historia de odio, donde no cabían más que dos héroes: Hamlet, el impotente, y Macbeth, el vencedor. Y ambos son atormentados por espectros. Con ese maniqueo esquema bipolar, de buenos y malos, de vencedores y vencidos,… hemos crecido. Los filósofos lo mitigaron, pero no lo superaron. Nietzsche sugirió “También los vencedores son vencidos por la victoria”, o Maquiavelo creyó “Los pueblos sométense voluntariamente al imperio de quien trata a los vencidos, no como enemigos, sino como hermanos”.

Son insuficientes consejos como éstos, porque suponen que debe haber vencidos: “Con la misma mano con que vence, protege a los vencidos. El vencedor siempre honra al que ha vencido. Es perdonar al vencido, el triunfo de la victoria. La mayor satisfacción del vencedor consiste en perdonar al vencido. La paz es conveniente al vencedor y necesaria al vencido”. Ya no queremos victorias, ni victorias ni victoriosos que impliquen vencidos. La concordia crea invencibles, invencibles convencidos y sin vencidos. Quien domina por la fuerza no ha vencido a su enemigo. Preferimos el amor, en cuyas contiendas es indiferente vencer o ser vencido, porque siempre se gana.

Quizá, en ocasiones, la vida nos vence, y el sentimiento de vencidos se mantiene. Pero no es vencido sino quien cree serlo. Ya no aspiramos a ser vencedores de otros, sino de nosotros mismos como Buda predica: “vencedor es quien se vence a sí mismo”. Sin necesidad de que nos enfrentemos los unos con los otros, la vida nos somete a una escuela de adversidad, frente a la desigualdad, frente a la enfermedad, frente a la muerte. La naturaleza humana nos orienta hacia la solidaridad con las víctimas, con quienes generosamente no buscan revancha sino el fin del infortunio para todos.

El concepto vencer es propio del caduco lenguaje militar: en una civilización madura el gran verbo es convencer. En la guerra, sea quien sea el que se pueda llamar vencedor, no hay ganador, sólo perdedores, sólo hay vencidos; en la paz, todos somos ganadores y vencedores de nosotros mismos. Una sana democracia no acoge vencedores y vencidos, sino que sólo caben convencedores y convencidos. Pidamos a nuestros dirigentes que se transmuten, y convirtámonos cada uno de nosotros, en vendedores de paz ante nuestros convecinos.