Antonio Gala, profético en 1995
13.08.07 @ 20:07:00. Archivado en Poética, Sociogenética, Novela
Mucho antes de la revolución bloguera, Gala predijo que en el final del milenio se iban a producir las mayores transformaciones que la Humanidad había experimentado a través de su historia entera. El intuyó y receló que por encima de las naciones y de las ciudades, la gente se vincularía en función de sus afinidades electivas, a través de cables, de conexiones, de una super red del sistema global. De esta intuición dedujo que la sociedad de masas se acababa, que estaba en sus últimos estertores. Según él, los medios de comunicación, a los que tanto se acusaba de estandarizar y uniformizar, se comportarán en sentido contrario: la individualización y los personalismos, con ofertas dirigidas a cada persona o a cada grupo voluntario y elegido.
Vale la pena releer este texto y reflexionar sobre los temores de Gala en 1995:
Palmira, como de costumbre, se desayunó con el ama. Hojeó con pereza un diario de Madrid. Se detuvo en un artículo sobre una cuestión cuyos términos ella apenas entendía: la electrónica, la cibernética... Por lo visto, en el final del milenio se iban a producir las mayores transformaciones que la Humanidad había experimentado a través de su historia entera. Pronto no tendrían razón de ser las naciones ni las ciudades. Por encima de ellas, se vincularía la gente en función de sus afinidades electivas, a través de cables, de conexiones, de una super red del sistema global. Palmira leía en voz alta; el ama ni siquiera la escuchaba: ni comprendía nada, ni le importaba: era demasiado mayor. Bancos de datos, centros electrónicos, agencias que difunden o piden información... La sociedad de masas se acaba: está en sus últimos estertores. Los medios de comunicación, a los que tanto se acusaba de estandarizar y uniformizar, se comportarán en sentido contrario: la individualización y los personalismos, con ofertas dirigidas a cada persona o a cada grupo voluntario y elegido. Y esa elección estará por encima de las fronteras, de las religiones, de las creencias, de las ideologías, de las economías incluso. Cualquier homogeneidad va a romperse. Ya no hará falta salir de casa para trabajar, ni para formarse, ni para distraerse, ni para comprar, ni para hacer ejercicio. La familia vuelve a verse ratificada. Vuelve a ser la célula central. «Salvo que se produzcan luchas intestinas. Hoy ya la televisión, con sólo cuatro o cinco canales, provoca litigios entre los miembros de una sola familia.» Se gobernará por medio de consensos establecidos a través de la red; los políticos serán superfluos, y también los votos, aunque podría votarse por medio de la interacción. Hasta el amor será posible hacerlo (con holografias, botones, corrientes, sensaciones y teclas) a solas con uno mismo...
«¿De qué servirán entonces las calles, los teatros, los cines, los cafés? ¿De qué servirá la distinción entre lo público y lo privado?¿Quedará algo ciertamente privado, o el espionaje universal se ejercerá contra la voluntad de quien sea y en interés de quien sea? No estoy de acuerdo con la nueva forma de vida. Espero morirme antes de que se generalice... Tendré que hablarle a Hugo de que esta tecnología informática que leo inspirará un nuevo arte, una nueva actitud, otras vanguardias, otra pintura. ¿Tendremos todos que aprender un diccionario que está por estrenar? Demasiado tarde para mí... El ama ya va por la tercera taza de café, y me oye como quien oye llover.» La vigilancia electrónica del ambiente mejorará la situación de la biosfera y se producirá sin duda un nuevo renacimiento. «Yo tengo suficiente con el que conozco.» Parece que Europa se ha retrasado mucho en esta carrera desbocada hacia el futuro, y no se ocupa de instalar las grandes redes para transportar textos, imágenes o voces. Por doquiera se ha establecido la tecnología informática, pero EE. UU. y Japón van a la cabeza... «Por fortuna, eso nos dará un respiro. Si no, ¿qué será de Sevilla? Quizá ella y Venecia sean las ciudades que representan, más que ningunas otras, la postura contraria a esa barbaridad. Hay ciudades que personifican la moda, como París; otras, una expresión de la cultura, como Florencia o Córdoba; otras se representan sólo a sí mismas, cargadas con el peso de su propia belleza, no re novada secularmente, sino día a día... Así es Sevilla. El bullicio y la estrechez de sus callejas, un olor a tostadero de café repentino o al azahar de los naranjos urbanos (los que dan las sevilian oranges de la mermelada), la sonrisa de sus habitantes y la augusta superficialidad con que se cruzan felicitándose mutuamente por disfrutar semejante ciudad, la fascinación que ha ejercido a través de la historia, la picardía ya mística que por abajo o por arriba la definen, la gracia de su pronunciación del castellano, la hospitalidad con que recibe a quien va a exprimir y el salero con que consigue que encima estén agradecidos, la sugerencia de ser distinta y aun opuesta para cada mirada, es decir, todo cuanto es Sevilla, ¿no sobrevivirá?»
Palmira arrojó al suelo aquel periódico lleno de amenazas. Sintió el antojo de estar en su jardín, de contemplar los campos llanos de los alrededores de la ciudad que amaba, de color casi lila, y sus cielos imperturbablemente azules, salvo a estas alturas del verano cuando el calor los vuelve malvas; el antojo de divisar al fondo, contra el horizonte, una Sevilla recostada, envuelta en la calima, entre dos lomas amorosas, bajo un árbol de Júpiter donde rumorea al ardor del mediodía.
Antonio Gala, Más allá del jardín, Una mujer en busca de sí misma, Planeta, 2000, pág. 215-218.