miércoles, junio 21, 2006

La esencia del terrorismo etarra

La esencia del terrorismo etarra
Permalink 21.06.06 @ 14:42:04. Archivado en Ética, Pro justitia et libertate

[euroduelo] La Audiencia Nacional concluye hoy, miércoles 21 de junio de 2006, el juicio contra el ex dirigente de ETA Francisco Javier García Gaztelu "Txapote" y su compañera Irantzu Gallastegi "Amaia", por el asesinato del concejal del PP de Ermua (Vizcaya) Miguel Angel Blanco, hechos por los que el fiscal pidió ayer que sean condenados a 50 años de cárcel.

Este es el segundo juicio contra "Txapote", desde su entrega temporal por Francia, en diciembre de 2005. Hace una semana fue juzgado por el asesinato del edil del PP José Luis Caso en 1997. El fiscal solicitó, como pena por este otro crimen, que tanto él como su compañera "Amaia" cumplan íntegramente 30 años de cárcel, ya que su actitud “desafiante y chulesca” durante la vista no permite “atisbar ninguna esperanza de reinserción”.

Estas son las últimas palabras que el fiscal pronunció ayer: “Quienes hemos estado presentes en esta sala no podemos comprender humanamente la indiferencia de la conducta de los acusados, como no sea una artificial pantalla para salvar su cobardía de enfrentarse a la acusación y a este juicio.”

Transcribimos a continuación el texto íntegro de los cinco últimos minutos de la intervención del fiscal ayer.

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[etarras]

«Es evidente la crueldad del cautiverio, con una víctima que por su cultura, su dedicación política, se puede presumir que era consciente de que carecía de cualquier oportunidad de sobrevivir al secuestro. También las condiciones del asesinato: en un lugar despoblado, rematado y abandonado a su suerte... Y si el terrorismo persigue a través de irradiar el terror a toda la población fines políticos que no puede conseguir por fines democráticos, es evidente que este atentado fue la esencia del terrorismo, porque durante ese fin de semana, durante esas angustiosas cuarenta y ocho horas (sin pretender compararlo al sufrimiento de su familia, de su círculo más cercano) todos los españoles pudieron ser, pudieron sentirse hermanos, padres, primos, novias de Miguel Ángel Blanco.

Pocas veces, y eso debe tenerse en cuenta por la Sala, un asesino ha tenido tantos motivos para evitar llevar a cabo su despreciable propósito criminal. Pocas veces ha tenido que superar más escrúpulos y difícilmente explicable es que no haya sido capaz de oír, de sentir, el clamor desesperado de una sociedad que le reclamaba clemencia. Los gritos de las manifestaciones de aquellos días sin duda debieron oírse en cualquier bajera situada en cualquier punto del País Vasco. Tal vez de estos hechos sólo pueda rescatarse la unión de los vascos, de los españoles, un clamor social que hoy llega institucionalizado en lo que se llamó espíritu de Ermua, en lo que fue una auténtica rebelión cívica para evitar el colmo de un acorralamiento de las víctimas y de todos aquellos que no participaban en un nacionalismo violento que se desarrollaba por cauces delictivos.

Si a ello unimos la pasmosa, pese a lo habitual, sorprendente conducta de indiferencia de los acusados en el juicio, se apreciará la necesidad de un largo tratamiento penitenciario, de manera que las penas no pueden ser otras que las solicitadas por este Ministerio Fiscal. Quienes hemos estado presentes en esta sala no podemos comprender humanamente la indiferencia de la conducta de los acusados, como no sea una artificial pantalla para salvar su cobardía de enfrentarse a la acusación y a este juicio».

Partidocracia minoritaria

Partidocracia minoritaria

Permalink 21.06.06 @ 09:28:19. Archivado en Ética, Pro justitia et libertate

No hay que ser académico de ninguna academia científica, para reconocer que una de las mejores definiciones del fascismo que nos amenaza, por degradación del seudo-socialismo ex obrerista que dilapida el patrimonio constitucional español, sería la que lo caracterizara como una “partidocracia minoritaria”.

En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. En el nuestro, que por el momento es más bien el país de los cegatos, el mayor miope, el que aprieta los ojos para entrever algo, sin que nunca estemos seguros de que lo haya logrado, es el oráculo. El PSOE no ha podido elegir mejor encarnación para este cargo de oráculo que José Blanco, cuya imagen televisiva como secretario de organización del partido (algo así como el titiritero de los títeres) encarna perfectamente, sin necesidad de retoque, la misión semiabstracta del icono emblemático.

Es sabido que la prerrogativa de los oráculos consiste en ver sin que les quepa la duda, donde los demás cegatos, según él y quienes lo ponen en el cargo, no ven ni torta. Así lo entienden ellos, mientras que los cegatos un poco más videntes protestan por su continua ingerencia.

Esta continua injerencia del oráculo José Blanco ha provocado recientemente la ira del presidente del Partido Socialista Canario (PSC) y ex ministro, Jerónimo Saavedra, al oír que José Blanco tenía previsto un presidente para la Autonomía canaria, lo que hasta declararlo guardaba “in pectore” como si fuera cosa muy suya, a la usanza de los poderes sobrenaturales. El ex ministro socialista, dirigiéndose, en una emisora local de radio, al conjunto de los ciudadanos de Canarias, con el deseo de neutralizar la injerencia del oráculo, ha replicado indignado: “El señor Blanco tiene una interpretación jacobina al peor estilo de la historia de los socialistas, pero no puede estar metiendo la cuchara donde no le corresponde”.

Hay que ponerse estas gafas de sol, que nos brinda desde Canarias Jerónimo Saavedra, para interpretar lo que el oráculo José Blanco ha asegurado, a propósito de la votación en el referéndum catalán, metiendo de nuevo la cuchara donde no le corresponde. Según él los ganadores del referéndum han sido nada más y nada menos que: “la democracia, la Constitución, el Estado de las autonomías, Cataluña y España”.

Imagino que para crear un claroscuro muy propio de una visión maniquea, José Blanco ha añadido que el único perdedor ha sido “el PP y su estrategia de confrontación”. No contento con este claroscuro, se ha creído con el derecho a exigir al presidente del PP, Mariano Rajoy, que admita las reglas de juego después de que “hablara el Parlamento y la ciudadanía”. Ha epilogado su ingerencia lanzando a los dirigentes populares una pregunta y estigmatizando su estrategia de vencidos, cotrastándola con la suya propia de vencedor: “¿Están ustedes promoviendo que la gente no cumpla la ley?”. “Van de derrota en derrota” en una “huida hacia delante”.

He aquí la cruda realidad del referéndum catalán: menos del 50 por 100 de participación; un 21 por 100 de voto negativo; un 5 por 100 nulo o en blanco; en definitiva, un respaldo de sólo el 36 por 100 del electorado, excepto para quien quiera engañarse como lo hicieron inmediatamente Maragall, Montilla y el propio Zapatero, cuya euforia enardecía el atrevimiento interpretativo de su oráculo triunfalista.

En una muestra del desinterés por la reforma de la norma que ha de regir, a partir de su entrada en vigor, la vida de Cataluña, sólo el 36% de los electores catalanes dieron anteayer su apoyo a la reforma del Estatuto catalán, al abstenerse más de la mitad del electorado (Ramón Tamames). De los 5,3 millones de catalanes con derecho a voto, 2.563.551 acudieron a las urnas, dejando así en evidencia su malestar, o en el mejor de los casos su hartazgo, por cómo se ha desarrollado el debate sobre el texto estatutario. A esta cifra hay que sumar 135.670 votos en blanco, un 5,3%, y 22.999 nulos, un 0,9 por ciento. Este resultado sólo puede interpretarse como un severo correctivo a toda la clase política catalana.

La abstención (50,59%) fue casi diez puntos superior a la del referéndum del Estatuto de 1979. Todo demócrata con un mínimo de cultura política sabe que un referéndum sin el quorum del 50 por 100, no sólo queda más que deslucido, sino que incluso sería declarado nulo en bastantes países democráticos.

La noticia ha sido expresada de múltiples maneras, como si los diferentes comentaristas quisieran hacer sentir mediante frases sinónimas la unanimidad de la sorpresa: “Dos de cada tres catalanes no respaldan este nuevo estatuto”. “Sólo uno de cada tres catalanes apoya en las urnas el Estatuto del Tinell”. “Sólo apoyan la reforma el 36% del censo total de ciudadanos con derecho a voto”, etc.

Las palabras precavidas de Jordi Pujol, “no podemos hacer el ridículo” , se han cumplido, como si el miedo del resbalón electoral hubiera tenido virtudes proféticas. Los políticos catalanes, tanto del PSC como de CiU, han hecho el ridículo, dado el manifiesto desinterés de una sociedad que, mayoritariamente, ha preferido broncearse en la playa antes que defender el texto (Luis Solana, El Estatut de la discordia).

El ridículo también lo ha hecho Zapatero, al proclamar que “el refrendo ha sido amplísimamente mayoritario” y al presagiar, cara al futuro, como un segundo oráculo, que el Estatut va a tener excelentes resultados. Más bien convendría prever, por los síntomas presentes, que los resultados futuros no serán mejores, sino peores, y que el texto va a continuar provocando problemas. Estos síntomas son: 1) que el Estatut no ha servido para poner de acuerdo a los catalanes, sino más bien lo contrario, como ya se ha visto con los independentistas; 2) que el Estatut nace con un déficit democrático evidente, puesto que se ha fabricado y votado de espaldas a los principales interesados, que son los ciudadanos; y 3) que el Estatut implica el principio del fin de Maragall en Cataluña, porque el mecanismo corrosivo de la indiferencia ciudadana ha puesto cruelmente en evidencia su liderazgo deficiente cara a la ciudadanía.

No hay que ser profeta para predecir que

“la entrada en vigor del nuevo Estatuto dará pie a no pocos problemas políticos y de confrontación social, empezando por la marginación o la persecución del idioma castellano o español”, Pablo Sebastián, Cataluña, al treinta y seis por ciento.

“En el orden práctico, que es lo que más le interesa a los ciudadanos, lo que el Estatut significará para los catalanes, tanto los del “sí” como los del “no” y los de la abstención activa, es, por encima de lo político, el decaimiento económico que, quiérase o no, irá generando el flujo intervencionista, que, contra el ritmo de los tiempos y los supuestos europeos, viene a establecer ese texto que encandila a unos sin haberlo leído y entristece a otros por contagio de sus líderes.”, Manuel Martín Ferrand, ¿A qué le han dicho que “sí” los catalanes?

“el presidente Zapatero, diga lo que nos diga, no está en condiciones de presumir de nada porque ha roto el consenso de la Constitución, e incluso el marco constitucional, y ha dejado tras este debate una crisis de confrontación territorial y social entre españoles, con el argumento de que el Estatuto era una necesidad y una demanda del pueblo catalán, lo que ha resultado ser falso, visto lo ocurrido en el referéndum.”, Pablo Sebastián, Cataluña, al treinta y seis por ciento.

El énfasis con el que José Blanco señala al PP como el principal derrotado por los resultados del referéndum tiende a ocultar el gran fracaso que significa para el Gobierno que sólo el 36 por ciento de los electores catalanes hayan respaldado expresamente el nuevo Estatuto.

El Ejecutivo, que representa José Blanco, se siente sorprendido, contrariado y humillado, porque todo su discurso preelectoral, a favor del proyecto estatutario, se basó en la supuesta “demanda abrumadora de la sociedad catalana por un cambio de su marco jurídico”. El comportamiento mayoritario de los electores ha probado, tanto con su abstención como con sus votos negativos y nulos, que el Ejecutivo mentía escandalosamente. Los datos son los que son. La legitimación democrática cuestiona la suficiencia de tan parco apoyo para un cambio radical del orden constitucional establecido en 1978. Este comportamiento, visto en su conjunto, y no la apariencia de los votos positivos despojados de su contexto socio-político, pone en evidencia que el nuevo estatuto no era una demanda de los catalanes, sino un empeño de los políticos.

“Si los catalanes tienen ahora más derechos que un ciudadano que no vive en Cataluña, es una norma injusta para los no catalanes. Si los catalanes tienen más deberes que yo, es injusta para ellos. Lo mismo podría decirse de los impuestos, ¿quién pagará más, ellos o los demás españoles? El principio fundamental de la igualdad se quiebra con un Estatuto que establece para un grupo de ciudadanos —todavía españoles— unos derechos y una financiación diferentes, por mencionar tan sólo un par de puntos controvertidos... Pronto Andalucía, Baleares y Galicia tendrán a su vez sus propias normas feudales, sus respectivas institucionalizaciones personalizadas del caciquismo local.”, Daniel Martín, Aviados estamos.

Según enseña Montesquieu, el espíritu democrático degenera cuando se pierde el espíritu de la igualdad. cada día más dañado en un Estado que olvida fundamentales principios de convivencia.

La sociedad pasa, y pasa mucho, de los asuntos que sus líderes convierten en prioritarios.

La escasa participación en el referéndum demuestra, por un lado, que los profesionales españoles de la política van por libre. Inventan y complican los problemas para sacarse de la manga falsas necesidades y normas que convertirán en reales los antes inexistentes problemas. Y los ciudadanos, pobrecitos, con sus mentes racionales centradas en el empleo, la vivienda, la hipoteca, los robos, el paro y esas minucias, pasan de sus políticos, sus gilipolleces y sus estatutos (Daniel Martín, Aviados estamos).

La gente más bien piensa en los atracos a chalets y pisos, las infraestructuras precarias, la deslocalización industrial, las insuficiencias de la sanidad pública, etc. (Ramón Tamames, 194. El buen seny de los catalanes: un referéndum con sólo el 36 por 100 del voto popular)

Por otro lado, la abstención catalana vuelve a demostrar que los catalanes, como el resto de los españoles, viven completamente despreocupados del futuro del Bien común.

En estas circunstancias resulta bastante fácil el implantar una partidocracia minoritaria, la cual no se salvará de ser fascista por el hecho de seguir empleando la etiqueta socialista como un simple adjetivo desprovisto de su sentido humanista auténtico. Por desgracia existen numerosos precedentes para este exceso de lenguaje.

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