¿A quién quieres más, a tu padre o a tu madre?
27.07.06 @ 18:18:11. Archivado en Pro pace, Pro amicitia universale
Esta era la pregunta tonta que nos hacía el adulto architonto que quería liarnos en nuestros sentimientos, cuando éramos niños pequeños. Alguno de nosotros, sentimental, se echaba a llorar, con su corazón partido, sin llegar a responder; mientras que el menos tímido de los peques, aunque no por eso menos sentimental, le gritaba al preguntón que él los quería por igual a los dos y que era una tontería el preguntarlo.
Entonces el preguntón, para dárselas de más inteligente que el menos tímido, que era lo que de verdad él pretendía, nos preguntaba si queríamos más a nuestro tatarabuelito o a nuestra tatarabuelita.
El mayor problema para responder a esta pregunta era no solamente que nos parecía un trabalenguas, sino que no teníamos una idea muy clara de quiénes podían ser nuestro tatarabuelito y nuestra tatarabuelita.
Era la perplejidad que esperaba el preguntón, para abandonarnos en nuestra confusión sentimental, empeorada con nuestra manifiesta ignorancia.
Desde la escuela sabemos, más o menos claramente, según la ideología de la escuela, que los españoles tenemos entre nuestros antepasados no sólo vascos, que parece que es nuestra familia más antigua, sino también y entre otras muchas familias conocidas, hebreos y moros, que por otros nombres llamamos hispanojudíos o sefarditas e hispanoárabes. También sabemos que durante algunos siglos la España de las tres culturas fue más culta y más civilizada que el resto de Europa, precisamente a causa de la complementariedad de sus tres culturas.
Estos días la pregunta tonta que nos hace el político tonto que quiere liarnos en nuestros sentimientos es: ¿A quién quieres más, a tus parientes moros o a tus parientes judíos?
Nuestra respuesta es, mientras no nos traiciona el absurdo, odioso y mentiroso casticismo de la pureza de sangre, que los queremos a los dos por igual, como queremos a todos nuestros ancestros, y que es una tontería el preguntarlo, cuando de lo que se trata ahora es de evitar el que se hagan trizas los unos a los otros.
¿Cómo vamos a lograrlo?
Por el momento no metiendo la pata, dando la impresión al uno o al otro que lo olvidamos, prefiriendo a su contrincante, en la pelea que los tiene enzarzados.
Al mismo tiempo recordándoles al uno y al otro que no es justo que ejerzan la violencia, para dirimir sus divergencias, cuando tanto de un lado como del otro hay tantísimos inocentes que están sufriendo las consecuencias de la ceguera que la violencia produce en ambos.
No está de más el que les recordemos al uno y al otro, puesto que se pretenden creyentes, que ambos defienden en el mundo, con nosotros los cristianos, la creencia en un solo y mismo Dios, cuyo decálogo ha transformado a toda la humanidad en una familia de seres libres y generosos, que no tienen nada que temer el uno del otro, porque los une como hermanos la solidaridad universal.
El poder reconciliador de este decálogo es tan fuerte, que no hay sociólogo, por ateo que sea, que no vea en él la semilla de las mayores solidaridades personales e institucionales y de las más sorprendentes reconciliaciones de la historia.