martes, marzo 25, 2008

Homenaje de la AEU a monseñor Óscar Romero

Homenaje de la AEU a monseñor Óscar Romero

Permalink 24.03.08 @ 23:58:43. Archivado en Las Américas, Universidades, Sociogenética, Ética, Religiones, Pro justitia et libertate

Hoy se cumplen veintiocho años del día en que monseñor Óscar Romero murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral, justo "mientras celebraba el Sacrificio del perdón y reconciliación”, en El Salvador, el 24 de marzo de 1980.

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Imagen: Mural de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador.

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Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (Ciudad Barrios, El Salvador, 15 de agosto de 1917 –† San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) fue un sacerdote católico salvadoreño, cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980).

Se volvió mundialmente célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.

Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.

Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador.

Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977).

En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas; Monseñor Romero recibió el título de Siervo de Dios. El proceso de canonización continúa. En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.

Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Comunión Anglicana. Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres. (Fuente: Wikipedia).

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Monseñor Romero previó su propio martirio:

He estado amenazado de muerte frecuentemente.

He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.

Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad.

Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los salvadoreños,

incluso por aquellos que vayan a asesinarme.

Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.

El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecerlo.

Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.

Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo

y como un testimonio de esperanza en el futuro.

Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.

De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.

Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, nunca perecerá.

(Entrevista, marzo 1980).

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Elogios papales a Monseñor Óscar Romero
Carlos Ayala Ramírez, Director de Radio Ysuca. El Salvador:
Adital

Cuando Juan Pablo Segundo vino por primera vez a El Salvador, en su plegaria ante la tumba de Monseñor Romero dijo:

“Reposan dentro de sus muros (de la Catedral) los restos mortales de monseñor Romero, celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida de manera violenta, mientras celebraba el Sacrificio del perdón y reconciliación”

(El Salvador, marzo, 1983).

Y en su homilía pronunciada horas más tarde expresó:

”¡Cuántas vidas nobles, inocentes, tronchadas cruel y brutalmente!

También de sacerdotes, religiosos, religiosas, de fieles servidores de la Iglesia, e incluso de un pastor celoso y venerado, arzobispo de esta grey, monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien trató, así como los otros hermanos en el Episcopado, de que cesara la violencia y se restableciera la paz”

(El Salvador, marzo, 1983).

Benedicto XVI, en el discurso que dirigió recientemente a los obispos de la Conferencia Episcopal de El Salvador, con motivo de la visita ad limina; manifestó que el pueblo salvadoreño se caracteriza por tener una fe viva y un profundo sentimiento religioso. Ello, gracias a los primeros misioneros y al fervor de “pastores llenos de amor de Dios, como Monseñor Óscar Romero” (cfr. Discurso con motivo de la visita “ad limina”, 28/02/08).

Estos elogios papales confirman lo que la fe viva del pueblo ha sostenido durante años, es decir, que Monseñor Romero fue un obispo testigo del Evangelio para la esperanza de El Salvador. Y lo fue de forma muy concreta. Acompañando y orientando al pueblo en sus anhelos de libertad: “Por eso pido al Señor, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento” (23/03/80).

Consolando a las víctimas: “No me interesa la política. Lo que me importa es que el Pastor tiene que estar donde está el sufrimiento, y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren” (30/08/77). Siendo voz de los que no se les permitía tenerla: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor. Es un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz” (18/11/79). Arriesgando y dando su vida: “Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme” (entrevista, marzo 1980).

Juan Pablo Segundo antes y Benedicto XVI hoy, con sus elogios ponen de manifiesto de que en Monseñor Romero, tenemos un pastor ejemplar. Es, precisamente, lo que ha creído el pueblo de Dios. Por eso uno de sus más sentidos clamores ha sido “Queremos obispos como Monseñor Romero”. Si hombres y mujeres de fe han hecho ese pedido y si los dos últimos papas reconocen de que Monseñor Romero ha sido un celoso y venerado pastor, lleno del amor de Dios, ¿por qué ese modo de ser pastor no inspira, predominantemente, en la elección de nuevos obispos?

Si pastores como Monseñor Romero son los que han posibilitado una fe viva y un profundo sentimiento religioso entre el pueblo, ¿por qué no se cultivan y favorecen esos rasgos en los futuros jerarcas de la Iglesia?

El padre Ellacuría sostuvo en su momento, que a lo mejor nadie olvida a Monseñor Romero, pero no todos lo recuerdan como resucitado y presente. Y agregaba: “Hasta puede considerarse (Monseñor Romero) un pasado glorioso, un pasado del que vana-gloriarse, pero que no ha de seguir dándose, por cuanto son otras las circunstancias”. A los que así podían pensar Ellacuría les replicaba: “pueden ser distintas las circunstancias y la situación, pero es más clara aún la ausencia del Espíritu, la pascua o paso del Señor, como se dieron en monseñor Romero”. (Cfr. Memoria de monseñor Romero, Carta a las Iglesias, nn.493-494, 2002).

Ese paso de Dios en monseñor Romero es lo que se elogia con toda razón, pero, más importante que el elogio, es hacerlo presente en los criterios para elegir a los nuevos pastores, es darle continuidad en el modo de ser obispos. Los desafíos actuales de la Iglesia en El Salvador, señalados por el propio papa Benedicto XVI, también lo exigirían: la situación de pobreza que lleva a muchos salvadoreños a emigrar en busca de mejores condiciones de vida, el problema de la violencia y sus víctimas cotidianas, la necesidad ineludible de mejorar las estructuras y condiciones económicas que permitan llevar una vida digna. Esos desafíos, entre otros, plantean la necesidad de una Iglesia y de unos pastores cuidadores de su pueblo, cercanos, solidarios, críticos y compasivos.

No se trata sólo de llevar a los altares a Monseñor Romero, tampoco de limitarnos a elogiar virtudes, sino de dejarnos inspirar por su ejemplo en la consecución de las causas que siguen vigentes: el Reino de Dios y su justicia, la opción por los pobres, la compasión con las víctimas, la indignación profética. Esas también deberían ser las causas de los nuevos pastores.