miércoles, junio 27, 2007

¡Perdónales!, porque no saben lo que hacen

¡Perdónales!, porque no saben lo que hacen

Permalink 27.06.07 @ 16:57:00. Archivado en Sociogenética, Pro pace, Religiones, Educación

Mi Cristo del perdón lo dibujé, siendo yo un niño, entre 1943-45. Ya había hecho mi primera comunión, en 1942, y cada mañana, a las siete o las siete y media, ayudaba la misa en latín a un franciscano, en el colegio de las Hermanitas de la Cruz de Estepa (Sevilla). Por aquél entonces mi sueño era el que Jesús, maestro del perdón, en un mundo de odios ciegos semejante al que vivíamos en la España de la posguerra, me abrazara desde su cruz y me hiciera su compañero, como lo había hecho con San Francisco de Asís, o al menos éste lo había imaginado de buena fe como yo lo imaginaba por mi cuenta.

La noticia de la muerte de seis jóvenes inocentes, que estaban en Líbano intentando contribuir a la restauración de la paz, me ha incitado a descolgar del muro de mi despacho, al frente de mi mesa de trabajo, el dibujo más antiguo que conservo de mi época escolar, a fotografiarlo y a mostrároslo, para compartir con vosotros una meditación sobre el perdón.

Sin perdón del ofensor por el ofendido, el primero arrepentido y el segundo generoso, nunca ha habido ni habrá reconciliación; ahora bien, sin recociliación la paz es imposible.

Creo que me sirvió de modelo para el dibujo una esquela mortuoria que reproducía la cabeza coronada de espinas del Santo Cristo de Limpias. Es posible que fuera la esquela mortuoria en recuerdo de la muerte y funeral de una hermana de mi madre, que su padre había llevado en peregrinación a Limpias (Santander) cuando ella cayó enferma. La familia tenía la convicción de que esta peregrinación si no la curó completamente sí cambió el sentido de su vida.

Mi dibujo del Cristo del perdón lo hice a lápiz en casa de mi maestra, que seguía con ternura materna, durante los recreos, mis aventuras pictóricas de entusiasta dibujante contemplativo. Imagino que yo tenía entre siete y nueve años, porque no hacía mucho que había hecho la primera comunión, y porque diariamente, a las siete de la mañana, ayudaba por entonces la misa en latín a un franciscano, en la iglesia de las Hermanitas de la Cruz de Estepa. El ejemplo y la sencilla influencia del convincente padre Diosdado, paisano y amigo de mi padre, que decía la fervorosa misa que yo ayudaba con su mismo fervor, hacía que yo deseara entrar en los franciscanos o en un Seminario, para hacerme cura y ocuparme de reconciliar a la gente, que por entonces estaba totalmente loca con el recuerdo obsesivo de las malas artes de la reciente guerra fratricida, cuyas intenciones y acciones aviesas perturbaban gravemente las relaciones familiares y sociales de la mayor parte de los españoles.

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Imagen: Mi Cristo del perdón, SGB, entre 1943-45. Grandes formatos.

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¡PERDÓNALES! PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN
http://www.churchforum.org/reflexion/perdonales.htm

Cae la tarde sobre el Monte Calvario. Tres cruces se levantan de la tierra sosteniendo tres cuerpos. Dos de ellos vivos y el tercero muerto. Se desplomaría al suelo si no estuviera asido con clavos en las manos y en los pies. Ya no habla, ya no respira; está inmóvil, muerto. En lo alto de la Cruz puede leerse: "Jesús nazareno, Rey de los judíos".

Más de lo que se ha hecho contra ese hombre no se puede hacer, aunque lo intentaran.

Le han coronado de espinas, le han escupido la cara, golpeado su rostro, le han flagelado, clavado en unos maderos, le han llamado embaucador, mentiroso, borracho y amante de la buena mesa. Le han llamado blasfemo y usurpador. Se han reído, le han ido machacando todo su cuerpo y toda su alma hasta convertirlo en un gusano, ante el cual uno se cubre el rostro, porque no se le puede mirar.

Ese hombre nada posee, ha muerto sin nada. Sus vestidos los sortean los soldados, hasta la túnica y sus sandalias son de éllos. No tiene sepulcro donde reposar y un amigo le prestará el suyo. Él no tiene nada.

¡Ah, sí! Tiene una Madre ahí cerca de la Cruz, por cierto que es la mujer más maravillosa que ha pasado por este mundo, pero desde ahora ya no será solamente suya, porque nos ha dicho a cada uno de nosotros: "Ahí tienes a tu Madre". A Ella le ha dicho: "Ahí tienes a tus hijos"; no te asustes de cómo son, los tienes que amar y cuidar como si fuera Yo mismo.

Es impresionante ver con qué autenticidad esta Madre se ha preocupado por todos sus hijos. Aquella Madre del calvario tiene también ese nombre tan cercano, tan nuestro de "Santa María de Guadalupe".

Aquella tarde de Viernes Santo estaba en la colina del Calvario, después vendrá a visitarnos a otra colina, la del Tepeyac. A decirnos que sí, que había aceptado ser nuestra Madre.

Antes de morir, Jesús ha tenido buen cuidado de decir a su Padre: ¡Perdónales, porque no saben lo que hacen! Esta ha sido y sigue siendo su respuesta al odio más negro que se haya visto en esta tierra en contra de alguien. ¡Perdónales, no saben lo que hacen... Perdónales a todos, a Pilatos, a Pedro, a ti y a mí.

Todos los caminos de los hombres pasan delante del Calvario. Tarde o temprano nuestros pasos se detendrán ante ese Hombre Dios caído, derrotado, humillado y muerto.

Eres libre de hacer lo que quieras con Él en este momento. Piensa, sin embargo, que esos ojos muertos hoy, un día te miraran otra vez, y esa boca que hoy ya no habla, hablará en tu favor o en tu contra.

Cristo estuvo colgado tres horas en la Cruz para que todos los presentes pudieran pensar las cosas, y tomar su decisión; y algunos, aunque al final, reaccionaron.

Unos que le habían gritado y se habían reído y burlado, regresaron golpeándose el pecho. El centurión a su modo, rezó así: "Este era el Hijo de Dios".

Uno de los ladrones se arrepintió totalmente y le pidió: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino", y tuvo tiempo de oír estas palabras de Jesús: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Cristo crucificado sigue expuesto ante ti, a los ojos de tu cara y de tu fe, hasta el último día de tu vida; para que alguna vez, aunque sea ya tarde, puedas decirle también: ‘¡Acuérdate de mi!’. Pero que sea antes de cerrar los ojos definitivamente a este mundo.

"Perdónales padre, perdónales". El que tanto insistió en esta oración, tiene derecho a pedirnos a nosotros: perdona a tu hermano, perdona.