jueves, febrero 15, 2007

Motivos para avergonzarse

Motivos para avergonzarse

Permalink 15.02.07 @ 18:52:18. Archivado en España, Sociogenética, Ética, Pro justitia et libertate

De Juana ha tratado de coaccionar al tribunal y de chantajear a la sociedad con una huelga de hambre. Parece que está alcanzando su objetivo, puesto que ha habido revisión a la baja de la condena. La ha obtenido rápidamente y con una reducción casi a la medida, para obtener también la libertad condicional.

Que la sentencia esté tan en los márgenes de lo que permite la ley, prueba que estamos ante un caso de ingeniería jurídica.

Patxo UNZUETA pretende, en El País de este 15/02/2007, que no es algo de lo que tengamos que avergonzarnos.

No comparto este parecer, sobre todo si se admite, como lo hacen algunos y lo sabe Unzueta, “que el chantaje de De Juana con dejarse morir ha podido influir en el ánimo de los magistrados”. Esta circunstancia no sólo no redime ni ennoblece el caso, sino que lo hace sencillamente mucho más vergonzoso. Unzueta apunta en este sentido cuando dice que De Juana está dispuesto a añadir un homicidio más, el suyo propio, a los veinticinco que ya ha cometido. ¡Malísima manera de probar su respeto de la vida! ¡Mala manera también de probar que no tiene la intención de reincidir en su delito de amenazas mortales, que es el tema de su actual condena!

La lección de derecho procesal y de ética que se está dando con este caso, dejará huella en los anales de nuestra institución judicial. También la dejará en las conciencias, tanto de los que creían en la justicia y creerán bastante menos en ella como en la de los que se sirven interesadamente de su empleo marrullero.

A pesar de esta divergencia de opinión, sintonizo con Unzueta cuando dice, al final de su artículo, más o menos lo mismo que yo dije ayer:

“Es De Juana quien tiene motivos para avergonzarse, ahora que millones de personas identifican su rostro con el preso que pidió champán para celebrar el asesinato de un concejal de Pamplona, y que tras conocer el de Jiménez Becerril y su mujer dejó escrito que le encantaba "ver sus caras desencajadas" y aquel terrible "con esta ekintza (acción) ya he comido yo para todo el mes" que no podrá quitarse de encima ni con cien huelgas de hambre.”
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miércoles, febrero 14, 2007

El dolor de las víctimas directas de ETA

El dolor de las víctimas directas de ETA

Permalink 14.02.07 @ 16:05:15. Archivado en Europa, España, Sociogenética, Ética, Pro justitia et libertate

Una vez más queremos darle la palabra y el pésame a Teresa Jiménez-Becerril, hermana de Alberto Jiménez-Becerril, concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla, asesinado por ETA junto a su esposa, Ascensión García, en la capital andaluza el 30 de enero de 1998.

Recordemos los hechos:

Alberto regresaba con su esposa a casa el pasado viernes 30 después de tomar unas copas con los amigos en un bar cercano a su domicilio. Próximos ya a la entrada a su hogar, la pareja escuchó unos ruidos por la calle detrás de ellos a la 1.24 de la madrugada. En ese momento, dos personas se acercaron a ellos y les dispararon sendos tiros en la nuca, dos balas del calibre nueve milímetros parebellum -munición utilizada por ETA habitualmente- que les produjeron la muerte en el acto. El suceso ocurría en la calle Remondo, en pleno centro de Sevilla, a escasos metros de la Giralda y la catedral, donde el arzobispo de la capital andaluza, Monseñor Carlos Amigo, ofició al día siguiente el funeral por la pareja asesinada.

Pablo A. Iglesias. ETA asesina a un concejal del PP en Sevilla y su esposa. La Semana que vivimos. Semana del 26 de enero al 1 de febrero de 1998.

Para Jiménez-Becerril, De Juana Chaos es un "asesino múltiple, frío y calculador". El sanguinario etarra, en una de sus cartas, enviadas desde la cárcel en el año 1998, se refería así al asesinato del matrimonio Becerril en Sevilla, poco después del reconocimiento por ETA de la autoría del hecho:

"Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes."

Tres chiquillos miraban con ojos de asombro y súplica a su abuela y a su tía Teresa. Éstas miradas inocentes fueron razones más que poderosas para que estas mujeres fuertes, justas y nada vengativas siguieran viviendo y se obligaran a hacerlo sin permitirse derramar las lágrimas que ayudan a descargar el sufrimiento.

Con el tiempo esos niños, a los que los terroristas de ETA habían dejado huérfanos, necesitaron algo más que el cariño y la tranquilidad que siempre les han dado su abuela, Teresa Barrio, y su tía, Teresa Jiménez-Becerril. Llegó la hora de devolverles el honor, de reconocer el sacrificio de sus padres. Desde entonces, su tía Teresa luchó como pudo, para que la memoria de su hermano y de su cuñada siguiera viva y para que sus huérfanos pudieran, si no disfrutar como debieran de sus padres, sí tener el consuelo de sentirse orgullosos de ellos.

Así ha sido hasta que empezó el martirio al que las víctimas de ETA se han visto sometidas durante estos últimos dos años, dedicados por nuestro ingenuo y torpe gobierno al mal llamado "proceso de paz". Declaraciones y más declaraciones gubernamentales tenían como propósito contentar al entorno de ETA, sin reparar en que se violentaba y traicionaba la justicia debida a sus víctimas. En el lenguaje y en los hechos se transformaba a los asesinos en hombres de paz y a las víctimas del terrorismo en gentes de mala fe. Cabe decir, sin exagerar, que las víctimas del terrorismo de ETA han oído y visto mucho más de lo que podían soportar; tanto, en cantidad y en calidad, que tienen todo el derecho de proclamar que se las ha humillado como nunca pensaban que se pudiera hacer.

Las víctimas más directas de la criminal doctrina del ideólogo terrorista que escribió cuando asesinaron a los padres de esos niños que "con el dolor de estos había comido para un mes", necesitan tiempo para poder tomar aliento con el que pedirle a los españoles que les ayuden, que no permitan que un grupo de asesinos, animados por una chusma nacionalista, golpee hasta la muerte a quienes nunca pudieron defenderse. Que no se conviertan en cómplices de este circo romano, donde parece que todos han perdido la razón y disfrutan de un innoble espectáculo.

El terrorista que escribió esa frase maldita, seguirá hambriento durante un tiempo, todo el tiempo que él quiera, quizás hasta que estos niños logren comprender que han sido abandonados por quienes tenían el deber moral de protegerlos. Entonces llorarán de nuevo, como lloran su abuela y su tía Teresa hoy, viendo cómo Ignacio De Juana Chaos se prepara para darse de nuevo un festín, animado por su dolor.

Quienes preferimos la justicia a la venganza sabemos como Teresa lo rápido que puede cambiar la corriente ruidosa y desconcertante de nuestro actual circo político, y aunque el exaltado panegirista del asesinato de los padres de estos niños se libre gracias a la ambición de algunos y a la indiferencia de muchos, estas víctimas inocentes volverán a recuperar el sitio que merecen y que nunca debieron perder.

Solamente a su lado, con las víctimas y no con sus verdugos, recuperaremos el sitio moral que merecemos, tanto los españoles como los europeos, que hoy nos encontramos perdidos ante un gobierno y una justicia españolas por lo menos desconcertantes.

-oOo-

¡Qué dolor!
POR TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL

HA sido un golpe bajo. He sentido ahora el viento del dolor que arreció cuando me dieron la noticia del asesinato de mi hermano y su mujer. Entonces, el huracán arrastró nuestra razón y nuestra voluntad, y si no se llevó más fue porque no pudimos permitirnos el lujo de abandonarnos, como habríamos deseado más de uno de los que llevamos su misma sangre. Tres chiquillos que nos miraban con ojos de asombro y súplica fueron razones más que poderosas para seguir viviendo y hacerlo sin poder derramar las lágrimas que ayudan a descargar el sufrimiento. ¡Cuántos dibujos animados, cuánta risa forzada, cuánta alegría inexistente para paliar el ansia de unos niños que se habían quedado sin madre ni padre de la noche a la mañana! No existían asociaciones de víctimas, ni foros de libertad, ni ideologías, ni medios de comunicación. Por no existir, no existían ni los terroristas que habían matado a los nuestros. Nada se anteponía a lo que sería por mucho tiempo nuestro único objetivo; aliviar la angustia de quienes a tan corta edad habían pasado de tenerlo todo a no tener nada. Y eso hicimos y hacemos desde entonces. Pero llegó un momento en el que en sus miradas empecé a ver algo más.

Quizás esos niños, a los que ETA había dejado huérfanos, necesitaban algo más que el cariño y la tranquilidad que siempre les habíamos dado. A lo mejor había llegado la hora de devolverles el honor, de reconocer el sacrificio de sus padres. Desde entonces, luché como pude para que la memoria de mi hermano y de su mujer siguiera viva y para que sus hijos pudieran, si no disfrutar como debieran de sus padres, sí tener el consuelo de sentirse orgullosos de ellos. Y eso hice: recordarlos en público en su aniversario cuantas veces pude para que no cayeran en el olvido. Hasta que empezó el martirio al que las víctimas de ETA nos hemos visto sometidas durante estos últimos dos años. Negociaciones, siempre desmentidas. Continuos acercamientos a la banda terrorista. Declaraciones y más declaraciones que contentaban al entorno de ETA. Se cambiaba a los asesinos por hombres de paz y a las víctimas del terrorismo, por gentes de mala fe. Hemos visto mucho más de lo que podíamos soportar, se nos ha humillado como nunca pensamos que se pudiera hacer. Y cuando aún suspirábamos aliviados por el triunfo de la justicia sobre la conveniencia, cuando dormíamos tranquilos pensando que el asesino Ignacio De Juana Chaos esperaría unos años antes de asustarnos de nuevo con sus pistolas o con sus carcajadas, cuando aún no nos habíamos recuperado de esa mirada de odio que el etarra nos lanzaba desde su cama, mientras vendía su cuerpo y su alma a un diario inglés, nos vuelven a poner a prueba.

¡Qué más da, son sólo víctimas! Están acostumbradas a sufrir, otro empujoncito más y otra que cae. Si este Gobierno hubiera puesto el mismo empeño en derrotar a ETA que en acabar con nosotros, yo creo que la banda terrorista estaría contra las tablas.

En cambio, somos nosotros los que pedimos tiempo, los que nunca hemos matado a nadie, los que ni siquiera nos hemos defendido... Tiempo para respirar, para curar nuestras heridas, fruto de los continuos golpes recibidos. Tiempo para poder tomar aliento con el que decirle a los españoles que nos ayuden, que no permitan que un grupo de asesinos, animados por una chusma nacionalista, golpee hasta la muerte a quienes nunca pudieron defenderse. Que no se conviertan en cómplices de este circo romano, donde parece que todos han perdido la razón y disfrutan de un innoble espectáculo.

No logro escribir más. Sólo sé que esta noche yo dormiré triste, pero tranquila, y que las risas de mis sobrinos Ascen, Alberto y Clara aliviarán mi pesar, aunque no logren saciar mi sed de justicia. El terrorista que escribió cuando asesinaron a los padres de esos niños que con el dolor de estos había comido para un mes, seguirá hambriento durante un tiempo, quizás hasta que sean mayores y logren comprender que han sido abandonados por quienes tenían el deber moral de protegerlos. Entonces llorarán de nuevo, como lloro yo hoy, viendo cómo Ignacio De Juana Chaos se prepara para darse de nuevo un festín, animado por nuestro dolor.

Pero no te confíes, héroe y mártir de pacotilla, porque nosotros, con lágrimas o sin ellas, somos más y somos mejores. Y al final lo conseguiremos. No creáis tú , tus amigos y tus falsos enemigos que estos vientos que ahora os son favorables y que intentan plegar a las víctimas son eternos. Todos sabemos lo rápido que cambia la corriente y aunque tú, De Juana, te hayas librado gracias a la ambición de algunos y a la indiferencia de muchos, nosotros volveremos a recuperar el sitio que merecemos y que nunca debimos perder. Y con nosotros lo recuperarán todos los españoles que hoy se encuentran perdidos.

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martes, febrero 13, 2007

Malos toros parlamentarios

Malos toros parlamentarios

Permalink 13.02.07 @ 11:48:30. Archivado en Semántica, Pragmática, Poética, España, Pro justitia et libertate

Escribí esta crónica en caliente, un día después de asistir a la corrida de marras. La he dejado en borrador hasta hoy, porque no acababa de creerme lo que había sucedido. Sin embargo hoy, me decido a publicarla, porque un colega bloguero, benemérito promotor de concursos, me pide que participe en su mundial de fantasías cortas.

Lo hago porque para motivarme me dice que soy un "todoterreno de la escritura". Halagado por esta calificación, que al mismo Cervantes le halagaría, me decido a sacar del toril mi recuerdo, o mejor dicho: mi pesadilla. Me he contentado con cambiarle el título, que era "Dialogar no es monologar", y con reemplazar el sintagma de proximidad temporal "ayer tarde" por el de lejanía "aquella tarde".

Aquí va la crónica como ha quedado, transformada con el tiempo en lo que espero no pase de ser una fantasía, cuya catarsis contribuya a reavivar nuestra adormecida democracia parlamentaria.

-oOo-

Ni dialogar es monologar, ni parlamentar es torear.

Todo buen monólogo es un diálogo, mientras que todo mal diálogo es un monólogo malo.

Quienes tuvimos aquella tarde, a la hora clásica de las corridas de toros, la valentía de afrontar por televisión la sesión extraordinaria del congreso de los diputados, no sabíamos qué categorías emplear, para comprender lo que estaba pasando en el palacio del congreso de Madrid: ¿había que emplear categorías retóricas, estilísticas, pragmáticas, o más bien taurinas?

El espectáculo comenzó con dos monólogos, interrumpidos de vez en cuando por los aplausos e incluso por el levantamiento de sus sillones de la mitad corta de los espectadores del paraninfo, para cada uno de los monologantes la pequeña mitad suya propia.

El primero de los dos monologantes, que fue el presidente del gobierno, con la ayuda de un texto, que por la manera de leerlo y gesticularlo se veía que no era suyo, reconoció retóricamente un error cometido por él el día veintinueve de diciembre. Lo hizo con énfasis, aunque olvidando reconocer la cadena causal de errores imperdonables que habían hecho posible este error doblemente mortal. Como el error reconocido era colosal, el escenario que estaba leyendo tenía previsto que su mitad de oyentes aplaudiera, con pasión de confesores indulgentes e irresponsables, su confesión tardía del pecado de sobra conocido, no sólo por todos los oyentes de todo el paraninfo, sino por todos los españoles y por los numerosos observadores extranjeros del mundo entero.

El segundo de los dos monologantes, el jefe de la oposición, enunció en su monólogo, cuya autoría no es cuestionable, una serie muy precisa de preguntas que se referían con ejemplar precisión a la cadena causal de errores que habían hecho posible el colosal error del presidente del gobierno.

Al ser dos monólogos, aunque dirigidos el uno y el otro, sobre todo el primero, el del gran pecador arrepentido, menos a la atención de su adversario que al aplauso de su clientela respectiva, cabe compararlos al juego con la capa, que sirve de prólogo al toreo de cada uno de los toros durante una corrida. No creo que forcemos la alegoría al decir que cada uno de los dos monologantes se veía a sí mismo, el primero con mucho menos fundamento que el segundo, como el torero inteligente, capaz de embaucar al toro, y al otro como el pobre toro facilísimo de engañar, dada su falta de inteligencia.

A continuación de los dos monólogos, el primero de los dos monologantes tomó de nuevo la palabra como si hubiera tomado una pica y se dirigió al segundo, visto como su toro, no con la idea de responder a sus preguntas, sino con la intención de quitarle fuerza, a fuerza de pinchazos, inmediatamente aplaudidos por su clientela.

No os cuento más, sobre todo no os cuento la suerte suprema, porque el juego, que me pareció además de sucio paradójico, se repitió más de una vez, aunque con figurantes que reenforzaban al primero de los dos monologantes del comienzo, sin que el segundo pudiera replicar. O sea, que el segundo les sirvió de toro a todos, cuando de hecho tenía que haber figurado de matador. Así son de malas las cosas, cuando se traspapelan los papeles de un drama.

Era la tarde del catorce de enero, una mala tarde de toros, en la que el toreo fue reemplazado por el cruel espectáculo de dos picadores, uno de ellos con compinches, que se tomaban uno al otro por el toro.

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lunes, febrero 12, 2007

Rocinante en El Quijote

Rocinante en El Quijote

Permalink 12.02.07 @ 12:35:00. Archivado en El Quijote

Rocinante, 'rocín andante, de nombre altisonante'

Como buen escritor, Cervantes se sirve del lenguaje no sólo para comunicar sino también para sugerir. Es muy posible que el nombre de Rocinante, cuya invención le costó cuatro días a don Quijote, le sirva para sugerir que “Más de uno confunde razonar con rocinar, haciéndose pasar por razonante cuando no pasa de rocinante”

La palabra Rocinante es la forma sincopada cervantina de rocín denante 'rocín antes', con evocación posible de un derivado participial del verbo rocinar ‘hacer el rocín’ (rocín + -ante), cuyo sufijo de participio activo, adj. y s., significa: 'que hace':

“—Pues, señor Araujo, si es que por la mañana se parte, todos iremos de camarada, que gusto de oírle rocinar, digo, razonar por el camino, y crea que, poco más o menos, toda la lana es pelos.”, Francisco López de Úbeda, La pícara Justina, 1605, Edición de Antonio Rey Hazas, Editorial Nacional (Madrid), 1977, página II, 549.

Analogías intratextuales de la derivación participial cervantina: altísono : altisonante :: andar : andante :: bienandar : bienandante:: malandar : malandante :: significar : significante, etc. En la entrada –ante, probamos la marcada preferencia de Cervantes por los adjetivos y neologismos en -ante ® mofante.

«Quiere decir que el nombre de Rocinante, puesto por Don Quijote a su caballo, indica que había sido rocín antes, y que continuaba siendo el ante-rocín o primero mayor rocín de todos los rocines del mundo.», Clem. 1020.a. + 739674; 'rocín andante, de nombre altisonante'

Su rara ingeniosidad inspira al hidalgo el dar un nombre «literario» o «poético» a su caballo, cuya etopeya incluye la bondad como la cualidad más importante: «Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría (a su rocín); porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces», I.1.6.

Notemos con Rico que «La literatura caballeresca española, en la tradición medieval, suele dar a los personajes nombres significativos ("Amadís", "Palmerín", etc.), pero sólo por excepción se los concede a los caballos, según ocurre, en cambio, en la italiana.», Rico 1998, p. 42.

Se inicia así la genial creación del personaje ecuestre que vendrán a representar en el arte universal Don Quijote y Rocinante, articulados en el famoso caballero de la Mancha inseparable de su caballo. Algunos la llaman, sin comprenderla, transformación grotesco-humorística, mientras que nosotros, sin olvidar la vena de humor, pero teniendo en cuenta la vena fabulística, y rechazando la apreciación de grotesca, preferimos denominarla creación fabuloso-humorística.

Don Quijote interpela al cronista de su historia, para que no olvide esta solidaridad con su caballo: «Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras», I.2.5

La lógica de esta solidaridad, llevada hasta el grado supremo del compañerismo caballeresco, hace que don Quijote considere a Rocinante como un compañero de armas, es decir, como un caballero andante con el cual comparte gloria y penas. Si la aventura de los yangüeses pone en evidencia el aprecio que siente Don Quijote por su caballo, ya que no duda un momento en pelear solo contra muchos por él, para vengarlo de una afrenta, es sobre todo la ocasión de hacernos saber, por boca de Sancho, que Rocinante es considerado por su amo como un «buen caballero andante», I.15.32, lo cual nos hace comprender que tanto el caballero como el escudero lo traten como su igual.

Un estudio minucioso de la acción de Rocinante en la novela nos pone de relieve el carácter particularmente voluntarista de la prosopopeya o personificación que Cervantes ha querido componer, con una fuerza de naturalidad y de humor creativos difícilmente superables. Sin forzar los datos, llegamos a la conclusión de que Cervantes, inspirándose de la gran tradición de los fabulistas, aunque sin tomar la licencia de dotar de palabra a Rocinante, ha querido considerarlo más como un ser humano que como un caballo, al introducirlo como personaje auténtico en su novela.

Quepa decir que si es útil considerar con la mayoría de los críticos que don Quijote y Sancho forman un binomio de protagonistas, es necesario concluir de este estudio que sin el trinomio don Quijote, Sancho y Rocinante no existiría la novela con su protagonismo completo.

El interés de la aventura de los yangüeses es el poner en evidencia esta capacidad de protagonismo que Rocinante ha recibido de su genial creador. Yo diría que en ella se ponen en escena los más profundos ingredientes de la libertad, que son los apetitos vitales y el deseo de satisfacerlos, con sus normales secuelas de drama por colisión con otras libertades, drama que Cervantes ha querido trágico-cómico:

«No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas… Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que pareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla, en pelota. Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron malparado en el suelo.

Ya en esto, don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho:

—A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo, porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante. —¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?

—Yo valgo por ciento —replicó don Quijote.

Y sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.

Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado […] Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de Rocinante; que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida.», I.15 § 3-10 y 23.

Comentarios de don Quijote y Sancho que ponen fin a la aventura de los yangüeses:

«—Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho—respondió don Quijote—, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante; que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.

—No hay de qué maravillarse deso—respondió Sancho—, siendo él tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas.

—Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas —dijo don Quijote—. Dígolo, porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mí desde aquí a algún castillo donde sea curado de mis feridas…

Levantó luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga.», I.15 § 31-33 y 40.

El retrato de Rocinante resulta del continuo contraste entre la prosopografía de un rocín flaco, que conocemos desde el primer capítulo de la novela, porque el narrador nos la procura, y la etopeya que don Quijote le atribuye, cuyas implicaciones no son casi nunca compatibles con el físico que debe soportarlas. Así, pues, es frecuente que asistamos a escenas en las que el pobre rocín, flaco, largo y tendido no está a las altura de las expectativas de su amo. Un buen ejemplo de esta inadecuación lo tenemos cuando Don Quijote intenta seguir al loco de Sierra Morena:

«aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas y más siendo él de suyo de paso corto y flemático.», I.23.39.

Pero esto no impide que exista una perfecta comunión entre el caballero, su caballo y el escudero al compartir una misma suerte, la de la andante caballería, comunión avanzada ya en los juegos poéticos que preceden la novela como una obertura musical: Diálogo entre Babieca y Rocinante:

«Metafísico estáis. | Es que no como. | Quejaos del escudero. | No es bastante. | ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, | si el amo y escudero o mayordomo | son tan rocines como Rocinante?», I.Versos preliminares § 74-77.

Quede claro: 'don Quijote y Sancho son tan bestias como Rocinante'

Es imposible no ver una relación entre este diálogo y la frase que pone lacónicamente fin a la aventura del barco encantado:

«Volvieron a sus bestias, y a ser bestias, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco.», II.29.44.».

Los famosos caballos a que se compara el rocín del hidalgo (Babieca, Bucéfalo, I.1.6, o los legendarios, Frontino, Hipogrifo, I.25.26) proceden de una tradición heroico-legendaria que no figuró en los libros de caballerías. En la poesía heroica (e.g., Orlando furioso, y no en libros andantescos) se les da nombre a los caballos. Según esta tradición también se da nombre a la espada del héroe, pero nunca se le ocurre esto al hidalgo.

* * *

Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid. Este artículo apareció el 25 de mayo del 2005.

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sábado, febrero 10, 2007

Aprendiendo a dialogar

Aprendiendo a dialogar

Permalink 10.02.07 @ 09:45:00. Archivado en Semántica, Pragmática, España, Sociogenética, Ética

Nuestro colega bloguero valenciano César Quevedo Navarro ha tenido la amabilidad de enviarme un comentario completo de mi posteo Las reglas del diálogo cooperativo. Lo publico hoy aquí, agradeciéndole su contribución.

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Aprendiendo a dialogar,
por César Quevedo

09/02/2007 18:46

Estimado Salvador García Bardón:

Como me parecen interesantísimas las reglas que has expuesto para un diálogo eficaz, voy a comentarlas a continuación. Para ello pondré en letras cursivas cada regla y seguidamente mi comentario en letras normales (1). Veamos:

Primera, no te consideres infalible; no creas que tus ideas son intocables y tus argumentos incontrovertibles. Tienes todo el derecho a tratar de ser convincente, pero, si no lo logras, reconócelo, por lo menos en tu interior. Mantente abierto a la duda y dispuesto a revisar tu posición de partida.

¿Quién puede considerarse infalible? Tan sólo un necio. Además, si alguien se considerara así, no necesitaría dialogar y consecuentemente no lo haría. En todo caso pretendería molestar al que no piensa como él, que es otra cuestión. Si se desea convencer, hay que empezar por no molestar, por no herir los sentimientos del persuadible. Y si se tiene plena seguridad en lo que uno dice y desea trasmitirlo para el bien ajeno, poco bien puede hacérsele lacerando sus convicciones más íntimas por falsas que éstas sean.

Segunda, busca un punto de partida común. La idea de que no se puede discutir si no se está de acuerdo puede sonar a paradoja, pero compartir al menos una premisa resulta fundamental por ese principio banal pero ineludible según el cual ex nihilo nihil. Es desalentador medir algo con dos varas distintas.

En efecto, ponerse en el lugar del otro, tratar de entender por que piensa así. Y si se llegara a la conclusión de que eso no es posible, de que no hay nada común entre esa persona y tú, triste conclusión, entonces el diálogo será imposible. Pero eso no suele suceder, siempre hay elementos comunes, puntos de encuentro. El encontrarlos es fundamental para el diálogo persuasivo, no así para la polémica que ensalza el propio ego en detrimento del contrario.

Tercera, atente a lo que crees cierto. No afirmes como si fuera objetivamente verdadero lo que sabes que es falso o puramente subjetivo.

Evidentemente, a esto se llama honestidad, honradez, nobleza… El diálogo no es una pelea barriobajera en la que vale todo, ni siquiera una polémica en la que demostrar nuestra capacidad argumentativa o nuestra erudición. Dialogar es conectar con otra persona o con otras personas (aunque etimológicamente el diálogo sea cosa de dos) para unir las fuerzas mentales en busca de la verdad.

Cuarta, aporta las pruebas que se te piden. Si se te exige que demuestres algo, hazlo o prueba que es una pretensión absurda. Las pruebas serán de la calidad adecuada, y la cantidad, suficiente (puede bastar con una sola o puede ser necesario reunir más de una).

Así es, nada resulta tan molesto como el que tu interlocutor eluda cualquier cosa que le pidas o pregunta que le hagas. Eso suele hacerse porque no se tiene la prueba o la respuesta adecuada. Y en tal caso hay que reconocerlo noblemente y admitir las razones de la persona que dialoga con nosotros. Lo contrario tan sólo sirve para hacerte perder la estimación del contrario e imposibilitar, por ende, el diálogo.

Quinta, no eludas las objeciones. En la disposición a responder a las contestaciones y a las críticas está la razón de ser de la discusión; por tanto, eludirlo la hace naufragar.

Algo que se hace con mucha frecuencia. Se hace caso omiso de los argumentos del contrario, se los olvida deliberadamente. Eso, además de una falta de respeto al contrario, es una falta de honestidad.

Sexta, no eludas la carga de la prueba. Si la patata quema ahora, no quemará menos cuando vuelva a tus manos.

Actuar franca y valientemente en cada momento es siempre lo más conveniente. Eludir las cuestiones no sólo es inútil sino contraproducente. Más tarde o más temprano se tendrá que entrar en la cuestión, así que más vale hacerlo en su momento.

Séptima, trata de ser pertinente. La irrelevancia de los argumentos es una de las causas más difundidas del vicio lógico.

A eso le podríamos llamar “irse por los cerros de Úbeda”, “salirse por peteneras”, etc. En definitiva, revela pobreza mental de nuestro interlocutor y su estúpida picardía.

Octava, esfuérzate en ser claro. La ambigüedad es un excelente recurso para los cómicos, no para el que discute.

Claro, la ambigüedad es propia de farsantes, no de personas honradas. Y el diálogo fructífero sólo es posible entre personas honradas e inteligentes, aunque más todavía de lo primero. Quien pretende llevar siempre la razón o es tonto o es que cree que va a ganar algo que no le corresponde con ello.

Novena, no deformes las posiciones ajenas. Al referir los hechos o reformular las intervenciones del otro, aplica el principio de caridad, que impone, en sentido positivo, ser comprensivo, y en sentido negativo, no distorsionar. Atente a la mejor interpretación posible de la posición de tu interlocutor.

Salvo que esto no sea posible, en cuyo caso la ironía es uno de los más eficaces recursos para demostrar de manera divertida la falacia o la inconsistencia de una argumentación.

Décima, en condiciones de empate final, suspende el juicio, a no ser que comporte un daño mayor.

En caso de duda, mejor abstenerse. Es una regla de prudencia casi infalible. Aunque sólo “casi”.

Undécima, en presencia de nuevos elementos, acepta la reapertura del debate y la revisión del caso.

La esperanza de encontrar la verdad, como cualquier otra esperanza, es lo último que debe perderse.

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(1) Nota del Editor: He adaptado esta frase, para respetar las reglas internas de nuestra edición. La frase original de César Quevedo era: "Para ello pondré en rojo cada regla y seguidamente mi comentario en azul".

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jueves, febrero 08, 2007

Las reglas del diálogo cooperativo

Las reglas del diálogo cooperativo

Permalink 08.02.07 @ 20:10:00. Archivado en Semántica, Pragmática, España, Sociogenética, Ética

La experiencia práctica y algunas investigaciones en el campo argumentativo atestiguan que la observancia de ciertas reglas promueve el diálogo cooperativo, lo torna más provechoso y facilita su eventual solución satisfactoria o su provisional disolución necesaria.

La solución será satisfactoria, en caso de acuerdo, mientras que su disolución provisional será necesaria, en caso de desacuerdo, a la espera de un mejor planteamiento.

Las reglas recomendadas o recomendables son pocas y de diversa naturaleza: las hay lógicas, éticas y operativas. El respeto de estas reglas garantiza la “integridad del debate”. Quien no las observa se convierte en culpable de alguna de las tantas falacias, que en realidad no sólo son defectos lógicos, sino con frecuencia y voluntariamente transgresiones éticas o pecados comportamentales, que se relacionan, además de con las reglas de la verdad y de la validez, con las reglas de la buena conducta y de la discusión fructífera. Pero si uno trata de vencer, o simplemente está firmemente convencido de su tesis, tenderá a hacer prevalecer su “capacidad de debate” sobre la integridad.

Por norma pretendemos que estas reglas sean respetadas tanto por los otros como por nosotros mismos y, en estricta reciprocidad solidaria, consideraríamos fastidioso si los unos o los otros fuéramos sorprendidos transgrediéndolas, ya que nuestro comportamiento delataría deslealtad, impertinencia o prejuicio y, en todos los casos, ruptura del diálogo.

La versión comentada que presentamos aquí de estas reglas, la debemos a nuestro colega Adelino Cattani de la Università di Padova. Se reconocerán, entre ellas, las máximas que presiden la conversación cooperativa (cantidad, cualidad, relación, modo) elaboradas por Paul Grice (no por casualidad el autor las consideraba aplicables a todos los intercambios finalizados y racionales).

Otras corresponden a algunas de las reglas pragmático-dialécticas de la discusión crítica fijadas por F. H. van Eemeren y R. Grootendorst.

Señalamos finalmente el llamado principio de caridad, fundamental para contener nuestras tendencias a la interpretación libre.

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Primera, no te consideres infalible; no creas que tus ideas son intocables y tus argumentos incontrovertibles. Tienes todo el derecho a tratar de ser convincente, pero, si no lo logras, reconócelo, por lo menos en tu interior. Mantente abierto a la duda y dispuesto a revisar tu posición de partida.

Segunda, busca un punto de partida común. La idea de que no se puede discutir si no se está de acuerdo puede sonar a paradoja, pero compartir al menos una premisa resulta fundamental por ese principio banal pero ineludible según el cual ex nihilo nihil. Es desalentador medir algo con dos varas distintas.

Tercera, atente a lo que crees cierto. No afirmes como si fuera objetivamente verdadero lo que sabes que es falso o puramente subjetivo.

Cuarta, aporta las pruebas que se te piden. Si se te exige que demuestres algo, hazlo o prueba que es una pretensión absurda. Las pruebas serán de la calidad adecuada, y la cantidad, suficiente (puede bastar con una sola o puede ser necesario reunir más de una).

Quinta, no eludas las objeciones. En la disposición a responder a las contestaciones y a las críticas está la razón de ser de la discusión; por tanto, eludirlo la hace naufragar.

Sexta, no eludas la carga de la prueba. Si la patata quema ahora, no quemará menos cuando vuelva a tus manos.

Séptima, trata de ser pertinente. La irrelevancia de los argumentos es una de las causas más difundidas del vicio lógico.

Octava, esfuérzate en ser claro. La ambigüedad es un excelente recurso para los cómicos, no para el que discute.

Novena, no deformes las posiciones ajenas. Al referir los hechos o reformular las intervenciones del otro, aplica el principio de caridad, que impone, en sentido positivo, ser comprensivo, y en sentido negativo, no distorsionar. Atente a la mejor interpretación posible de la posición de tu interlocutor.

Décima, en condiciones de empate final, suspende el juicio, a no ser que comporte un daño mayor.

Undécima, en presencia de nuevos elementos, acepta la reapertura del debate y la revisión del caso.

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