sábado, febrero 10, 2007

Aprendiendo a dialogar

Aprendiendo a dialogar

Permalink 10.02.07 @ 09:45:00. Archivado en Semántica, Pragmática, España, Sociogenética, Ética

Nuestro colega bloguero valenciano César Quevedo Navarro ha tenido la amabilidad de enviarme un comentario completo de mi posteo Las reglas del diálogo cooperativo. Lo publico hoy aquí, agradeciéndole su contribución.

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Aprendiendo a dialogar,
por César Quevedo

09/02/2007 18:46

Estimado Salvador García Bardón:

Como me parecen interesantísimas las reglas que has expuesto para un diálogo eficaz, voy a comentarlas a continuación. Para ello pondré en letras cursivas cada regla y seguidamente mi comentario en letras normales (1). Veamos:

Primera, no te consideres infalible; no creas que tus ideas son intocables y tus argumentos incontrovertibles. Tienes todo el derecho a tratar de ser convincente, pero, si no lo logras, reconócelo, por lo menos en tu interior. Mantente abierto a la duda y dispuesto a revisar tu posición de partida.

¿Quién puede considerarse infalible? Tan sólo un necio. Además, si alguien se considerara así, no necesitaría dialogar y consecuentemente no lo haría. En todo caso pretendería molestar al que no piensa como él, que es otra cuestión. Si se desea convencer, hay que empezar por no molestar, por no herir los sentimientos del persuadible. Y si se tiene plena seguridad en lo que uno dice y desea trasmitirlo para el bien ajeno, poco bien puede hacérsele lacerando sus convicciones más íntimas por falsas que éstas sean.

Segunda, busca un punto de partida común. La idea de que no se puede discutir si no se está de acuerdo puede sonar a paradoja, pero compartir al menos una premisa resulta fundamental por ese principio banal pero ineludible según el cual ex nihilo nihil. Es desalentador medir algo con dos varas distintas.

En efecto, ponerse en el lugar del otro, tratar de entender por que piensa así. Y si se llegara a la conclusión de que eso no es posible, de que no hay nada común entre esa persona y tú, triste conclusión, entonces el diálogo será imposible. Pero eso no suele suceder, siempre hay elementos comunes, puntos de encuentro. El encontrarlos es fundamental para el diálogo persuasivo, no así para la polémica que ensalza el propio ego en detrimento del contrario.

Tercera, atente a lo que crees cierto. No afirmes como si fuera objetivamente verdadero lo que sabes que es falso o puramente subjetivo.

Evidentemente, a esto se llama honestidad, honradez, nobleza… El diálogo no es una pelea barriobajera en la que vale todo, ni siquiera una polémica en la que demostrar nuestra capacidad argumentativa o nuestra erudición. Dialogar es conectar con otra persona o con otras personas (aunque etimológicamente el diálogo sea cosa de dos) para unir las fuerzas mentales en busca de la verdad.

Cuarta, aporta las pruebas que se te piden. Si se te exige que demuestres algo, hazlo o prueba que es una pretensión absurda. Las pruebas serán de la calidad adecuada, y la cantidad, suficiente (puede bastar con una sola o puede ser necesario reunir más de una).

Así es, nada resulta tan molesto como el que tu interlocutor eluda cualquier cosa que le pidas o pregunta que le hagas. Eso suele hacerse porque no se tiene la prueba o la respuesta adecuada. Y en tal caso hay que reconocerlo noblemente y admitir las razones de la persona que dialoga con nosotros. Lo contrario tan sólo sirve para hacerte perder la estimación del contrario e imposibilitar, por ende, el diálogo.

Quinta, no eludas las objeciones. En la disposición a responder a las contestaciones y a las críticas está la razón de ser de la discusión; por tanto, eludirlo la hace naufragar.

Algo que se hace con mucha frecuencia. Se hace caso omiso de los argumentos del contrario, se los olvida deliberadamente. Eso, además de una falta de respeto al contrario, es una falta de honestidad.

Sexta, no eludas la carga de la prueba. Si la patata quema ahora, no quemará menos cuando vuelva a tus manos.

Actuar franca y valientemente en cada momento es siempre lo más conveniente. Eludir las cuestiones no sólo es inútil sino contraproducente. Más tarde o más temprano se tendrá que entrar en la cuestión, así que más vale hacerlo en su momento.

Séptima, trata de ser pertinente. La irrelevancia de los argumentos es una de las causas más difundidas del vicio lógico.

A eso le podríamos llamar “irse por los cerros de Úbeda”, “salirse por peteneras”, etc. En definitiva, revela pobreza mental de nuestro interlocutor y su estúpida picardía.

Octava, esfuérzate en ser claro. La ambigüedad es un excelente recurso para los cómicos, no para el que discute.

Claro, la ambigüedad es propia de farsantes, no de personas honradas. Y el diálogo fructífero sólo es posible entre personas honradas e inteligentes, aunque más todavía de lo primero. Quien pretende llevar siempre la razón o es tonto o es que cree que va a ganar algo que no le corresponde con ello.

Novena, no deformes las posiciones ajenas. Al referir los hechos o reformular las intervenciones del otro, aplica el principio de caridad, que impone, en sentido positivo, ser comprensivo, y en sentido negativo, no distorsionar. Atente a la mejor interpretación posible de la posición de tu interlocutor.

Salvo que esto no sea posible, en cuyo caso la ironía es uno de los más eficaces recursos para demostrar de manera divertida la falacia o la inconsistencia de una argumentación.

Décima, en condiciones de empate final, suspende el juicio, a no ser que comporte un daño mayor.

En caso de duda, mejor abstenerse. Es una regla de prudencia casi infalible. Aunque sólo “casi”.

Undécima, en presencia de nuevos elementos, acepta la reapertura del debate y la revisión del caso.

La esperanza de encontrar la verdad, como cualquier otra esperanza, es lo último que debe perderse.

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(1) Nota del Editor: He adaptado esta frase, para respetar las reglas internas de nuestra edición. La frase original de César Quevedo era: "Para ello pondré en rojo cada regla y seguidamente mi comentario en azul".

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