Más de 40 jesuitas han participado en las dos Conferencias sobre economía sostenible y el clima, que han tenido lugar en Río, del 18 al 22 de junio, de modo paralelo: la Conferencia oficial Río + 20 y la “Cúpula de los Pueblos”, propia de los movimientos sociales.
La Conferencia oficial ha sido un fracaso anunciado. La causa principal de este fracaso es el que los estados no desean adquirir compromisos, ni que estos sean verificables.
La conferencia paralela de la Cúpula de los Pueblos ha sido más interesante. Ella ha mostrado nítidamente que existe un clamor de escala mundial de comunidades y grupos que están trabajando por proteger el clima y el medioambiente.
Cara al futuro, la mayor esperanza procede de estos grupos conscientes y activos que proliferan en todo el mundo.
El futuro del planeta y de los pobres -que son los más amenazados- se jugará principalmente en cambios culturales de una ciudadanía global, que ya comparte problemáticas y destino. Este es un campo privilegiado para la misión tanto de la Compañía como de la Iglesia.
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Durante la semana del 18 al 22 de junio nos reunimos en Río de Janeiro más de 40 jesuitas. Muchos acudíamos para participar en la reunión anual de los centros sociales de la Conferencia de Latinoamérica y Caribe, que tuvo lugar los dos primeros días. Otros venían de Europa y Asia Pacífico como miembros de la Red de advocacy ignaciano sobre Ecología. Estos últimos han estado alimentando EcoJesuit, una página web fruto de la colaboración internacional que está teniendo una creciente acogida por su claridad y su rigor.
Todas estas personas hemos tomado parte en las dos Conferencias sobre economía sostenible y el clima que han tenido lugar en Río esos días de modo paralelo: la Conferencia oficial Rio + 20 y la “Cúpula de los Pueblos”, propia de los movimientos sociales. Mientras esta última se celebraba en la ciudad junto a la playa de Botafogo, en uno de los lugares privilegiados de esta ciudad preciosa, la primera ha tenido lugar a casi 40km de la ciudad, para evitar los riesgos de manifestaciones y protestas.
La Conferencia oficial ha sido un fracaso anunciado. El documento final no comporta compromisos para los gobiernos a nivel internacional. A día de hoy sabemos que los problemas relacionados con el cambio climático y el cuidado del medioambiente pueden ser abordados, pues contamos con los recursos para hacerlo. Las soluciones son costosas, pero no tomar medidas hoy implicará costes muy superiores en el futuro. El tiempo apremia antes de que se superen los umbrales que comporten de cambios irreversibles, por lo que se requiere una acción coordinada internacional. Es ahí donde está la dificultad: los estados no desean adquirir compromisos, ni que estos sean verificables. No es que no estén preocupados; al contrario, casi todos están tomando sus propias medidas. Pero no quieren controles externos que consideran intromisiones en la soberanía nacional. Entre ellos, los países más ricos no desean gastos adicionales en tiempos de crisis económica y los emergentes están luchando por escalar posiciones en el ranking económico mundial. El medioambiente, cuyos cambios son de ciclo largo, parece que pudiera esperar.
Más interesante ha sido la conferencia paralela de la Cúpula de los Pueblos. Menos fría y con más pasión; no tan tecnificada en sus recursos, sino más viva y popular; con menos cosmética y más humilde. Sin embargo, La Cúpula mostraba nítidamente que existe un clamor de escala mundial de comunidades y grupos que están trabajando por proteger el clima y el medioambiente. Algunas comunidades son de campesinos e indígenas que defienden sus tierras y sus modos de vida de la amenaza de la minería, de los monocultivos de la agroindustria y de los grandes proyectos de desarrollo. Estas actividades producen desplazamientos de personas y miseria. Son también numerosos los grupos muy sensibilizados con la temática dispuestos a adoptar cambios personales y culturales que promuevan un estilo de vida menos agresivo con el medioambiente y que haga justicia a las poblaciones más amenazadas. Todos ellos reclamaban con fuerza una nueva economía centrada en las personas, que disminuya la desigualdad y la pobreza y que no sitúe el mito del crecimiento como la vía de solución de los problemas de la humanidad.
La mayor esperanza procede de estos grupos conscientes y activos que proliferan en todo el mundo. Es cierto que también se necesita el compromiso firme de los estados y cambios en el modo de organizar la economía. Pero ni políticos, ni quienes manejan la economía cuentan en la actualidad con los resortes necesarios para el cambio. Los primeros porque tienen una mirada cortoplacista; los segundos porque no responden ante nadie, sólo ante el interés del mayor lucro. En el caso de los políticos únicamente una presión creciente de la opinión pública podrá alterar sus respuestas.
En las próximas décadas el futuro del planeta y de los pobres -que son los más amenazados- se jugará principalmente en cambios culturales -de convicciones, actitudes y compromisos- de una ciudadanía global, que ya comparte problemáticas y destino. Este es un campo privilegiado para la misión de la Compañía y de la Iglesia. Es mucho lo que tenemos por hacer.
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Patxi Álvarez SJ, Director Responsable
Xavier Jeyaraj SJ, Redactor
Secretariado para la Justicia Social y la Ecología, Borgo S. Spirito 4, 00193 Roma, Italia
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13.07.12 | 12:00. Archivado en
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