viernes, marzo 16, 2007

Con Jon Sobrino y con la Iglesia, 1/2

Con Jon Sobrino y con la Iglesia, 1/2

Permalink 15.03.07 @ 15:40:25. Archivado en Universidades, Periodismo, Religiones

Si en esto días se convocara un Concilio Ecuménico, uno de los teólogos que buen número de obispos desearían tener como consejero y redactor conciliar sería Jon Sobrino. Estos obispos vendrían sobre todo de América Latina, de África y de Asia, pero también de las diócesis pastoral y teológicamente más dinámicas de Europa y de Estados Unidos.

A los obispos habría que añadir los innumerables teólogos de todo el mundo que desearían verse representados o acompañados en el Concilio por este teólogo jesuita, cuyo trabajo testimonial en la Universidad Centroamericana del Salvador asocia indisolublemente los méritos del investigador universitario, del pastor comprometido y del mártir por su fe.

De todos es sabido que el 16 de noviembre de 1989 Jon Sobrino, por estar en misión universitaria en el extranjero, escapó de ser asesinado, durante un ataque terrorista, llevado a cabo contra él y sus compañeros jesuitas, profesores de la Universidad, por agentes del estado salvadoreño. En este ataque murieron una mujer que se ocupaba de la intendencia de la residencia de los jesuitas, llamada Elba Ramos; su hija menor de edad, llamada Celina, y seis de los compañeros jesuítas de Jon: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín Baró, Amando López, y Joaquín López y López.

He aquí el sentido de este Concilio Ecuménico, tal como lo imagina Jon Sobrino desde hace ya muchos años.

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Entrevista a Jon Sobrino (Teólogo)

NUEVO CONCILIO ECUMÉNICO
Grito de esperanza universal

ADITAL: De América Latina salió la propuesta de un nuevo Concilio como un proceso de preparación. Una idea de América Latina, donde se vive una experiencia nueva y original de ser Iglesia que está viva y que actúa. ¿Cuál es su opinión?

Jon Sobrino: A mí me gusta mucho la propuesta. Y que venga de América Latina me parece importante, también. Creo que si la propuesta viniese de los países de la abundancia, digamos Europa, Estados Unidos, con todo el respeto a la gente buena que hay allí, tratarían ciertos temas importantes, pero en el fondo quizás se reducirían al derecho de las personas en la Iglesia, lo cual es muy importante, por supuesto, pero que siempre está amenazado de aburguesamiento. En cambio, América Latina sigue siendo un continente de pobres y oprimidos, hombres y mujeres, indígenas, la negritud.

Entonces ¿qué significa un nuevo concilio, cuando la propuesta surge de América Latina? En mi interpretación, un concilio es ante todo recoger un gran clamor que hoy ya no tiene los altavoces que tenía en tiempos del Obispo Hélder Câmara, Monseñor Romero -aunque siempre hay voces de profecía y compasión. Se trata, pues, de recoger el clamor que ahí está y de escuchar lo que nos dice a nosotros, seres humanos, creyentes en el Dios de Jesús, en el Dios de la vida: que queremos y estamos dispuestos a hacer para humanizar este mundo, y humanizarnos a nosotros mismos. Yo, así entiendo lo más fundamental de la propuesta de un nuevo Concilio.

ADITAL: ¿Alrededor de qué se debe pensar un nuevo Concilio ecuménico?

Jon Sobrino: Los temas se pueden detallar en concreto de muchas maneras, pero el fondo es América Latina, continente que sigue crucificado. Pero es también un continente que sigue teniendo una palabra de fe para sí mismo y para otros. Esa fe es como ese plus, a más, del espíritu para cambiar las cosas, para humanizar a todos.

Si una Iglesia es cristiana, sigue teniendo fe de que se pueden cambiar las cosas, y que eso debemos hacerlo entre todos los seres humanos. De ahí que es obvio que el Concilio sea ecuménico, cristiana, religiosa y humanamente. Y lo central de ese ecumenismo consiste en coincidir y convergir al menos en una cosa: en la gran compasión ante los pueblos crucificados de este continente y de este planeta, crucifixión que se hace visible de diversas formas, algunas de las cuales hoy reconocemos mejor que antes: la mujer, los indígenas, los afro-americanos, los jóvenes sin futuro, los emigrantes sin patria ni raíces...

Creo también que un Concilio debe evaluar bien qué es lo que ha pasado desde el Vaticano II y desde Medellín, dónde se ha descubierto al Dios de Jesús, no a cualquier Dios, pues de Dios se habla y se canta hoy más que nunca. Dónde se ha descubierto a Jesús y dónde no. Dónde florece su seguimiento y dónde hay un repliegue en la seguridad, hasta en el epicureismo religioso. Y que el Concilio no se olvide, que ha habido mucho del amor mayor, que dice el evangelio de Juan. Mártires, cristianos y seres humanos, que han amado hasta el extremo, sin guardarse nada para ellos. Son los que dan esperanza, credibilidad, dignidad a las Iglesias y, más todavía, a una familia humana a la que quieren reducir la especie, en la que darwinistamente los más fuertes encuentran salvación.

Ese amor mayor está hoy presente en África en medio de inmensa crueldad. Está presente en la India por lo poco que conozco. Ha estado muy presente, a raudales, y muchos lo recuerdan, agradecen y de él viven en América Latina.

Un Concilio debe preguntarse con gran humildad qué hacer hoy con el siervo de Jahvé, con los ochocientos millones que padecen hambre en el mundo, con los dos mil millones que no tienen techo digno bajo el que dormir, con los setenta millones que estarán afectados de Sida en el año 2020. ¿Podemos seguir con la liturgia del Viernes Santo con toda paz leyendo los cantos del siervo de Isaías? Sólo podremos hacerlo si miramos al siervo de hoy con veneración y nos desvivimos para bajarlo de la cruz..

ADITAL: ¿Un Concilio como grito de esperanza universal?

Jon Sobrino: Entonces, esto es para mí el significado del Concilio: mantener la honradez con muestro mundo, desvivirnos por él y recibir e insuflar esperanza. Eso significa recoger el clamor que surge de abajo. Y significa también, aunque esto es más utópico, recibir de abajo el plus, lo más de la fe, y creer que de ese debajo de la historia puede venir salvación, una civilización de la pobreza, como decía Ignacio Ellacuría, que puede traer salvación al mundo de abundancia -que no cree que nada bueno pueda venir de abajo, pues vive bajo la hybris, no bajo la gracia- y también para la Iglesia universal. Ese mundo debe dejarse evangelizar por los pobres, como Jesús que se dejó evangelizar por aquella pobre mujer que echó unos centavitos. En eso consiste la universalidad fundamental de un Concilio.

ADITAL: ¿De nuevo, son los pobres, la referencia primera, como cuando Jesucristo comenzó?

Jon Sobrino: Sí, son la referencia primera, lo que con gran dificultad se mantiene. Por ejemplo, las democracias occidentales ¿ponen a los pobres en el centro de su misión, son ellos la referencia primera? No, por decirlo suavemente. ¿Y la Iglesia? Voy a citar a un europeo Johann Baptist Metz. Dice muy agudamente que al comienzo en el movimiento de Jesús la mirada se dirigía al que sufre, a la víctima, y de ahí la compasión de Jesús. Pero poco después se cambió esa mirada primera y se dirigió hacia el pecador. Entonces la compasión es sustituida por la salvación y por el perdón del pecado, importante, por supuesto, pero que no es lo mismo.

Mantener la mirada de Dios hacia el que sufre, eso es lo fundamental. Y quizás, también la audacia y la humildad de preguntar qué hacer con ese mundo y de dónde sacar esperanza. Eso es para mí la entraña que mueve a anunciar un Concilio con la fe -en medio de oscuridades- de que algo bueno va a salir. No se trata de reunirse por reunirse. No sé si esa fe -no cualquier fe-, pero a la gente pobre, a las víctimas, a veces lo único que les queda es esa fe de que algo bueno puede salir de nuestra realidad. Esta fe, también, es lo que tenemos que recoger cristianos y otros. Y en la medida de las posibilidades entre todos ponerla a producir. Que algo bueno va a surgir de este mundo.

ADITAL: ¿Creer en nuevos cielos y nueva tierra, en la utopía de una humanidad humana?

Jon Sobrino: ¡Mire! Ahora se acerca el aniversario del 11 de Septiembre, y hay que recordarlo con respeto y con dolor por las casi tres mil personas que murieron. Pero ¿qué fe nos proponen, qué esperanza nos dan? Desde aquí, ya lo hemos dicho, enviamos solidaridad a las familias de las víctimas. Pero lo que uno escucha no es ninguna fe, ni ninguna esperanza, sino amenazas del poder que se va a imponer.

Entonces, de pocos lugares viene esa otra visión de la realidad, de esperanza, ese otro ánimo de que entre todos vamos a cambiar este mundo. Y que la utopía -tan desprestigiada- es cosa de los pobres, no del Banco Mundial, ni de Bush. La utopía que nos proponen -aunque no la llaman así- es la de una especie animal humana que sobrevive, donde poco a poco pueda comer más gente -y no está mal. Pero yo espero algo más. Además de una especie animal que pueda comer, espero que llegue a ser realidad una familia humana. Que los del norte no tengan que avergonzarse de pertenecer a este planeta. Que todos sintamos gusto en saber que tenemos hermanos y hermanas en África, en la India, en América Latina y en Europa, Estados Unidos, y en todo el mundo.

Este cambio de perspectivas me parece a mí que es algo que puede poner a producir la fe cristiana junto con otros, y mucha gente lo va a aceptar. Y si hay miedo de eso es que hay miedo de que Dios no es tan dios como lo deseamos. Yo creo que un Concilio debe llevarnos a ponernos delante de Dios, a no tenerle miedo, sino a captar su amor por su mundo y su amor muy especial por los pobres de este su mundo. Y dejarle decir su palabra: ¿qué has hecho de tus hermanos?

AGENCIA ADITAL, 16/08/02 MADRID.

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