Tradición y novedad de la nanociencia
15.06.06 @ 12:44:48. Archivado en Universidades, Hispanobelgas, Nanotecnologías, Turismo convivencial
Como puente natural entre la Universidad de Lovaina y la ciudad de Marbella, por mi doble pertenencia a estas dos comunidades, me felicito de que la preparación del Nanomeet que se está celebrarando en El Fuerte de Marbella, hoy 15 y mañana 16 de junio, haya coincidido con la preparación del número monográfico de la revista Louvain (1), que acaba de aparecer, consagrado “Al descubrimiento del nanomundo”.
También me felicito de que mi hija Marie, ingeniero en mecánica y electrónica formada en la Universidad francohablante de Lovaina, de la que yo mismo soy profesor emérito, perpetúe con su presencia en el Nanomeet de Marbella mi propia vocación de puente cultural, científico y afectivo entre las dos comunidades, amplificándola con nuevos lazos humanos, por el hecho de ser hoy investigadora en la Universidad flamenca de Lovaina y miembro del IMEC, prestigioso centro internacional de nanotecnologías asociado a esta dinámica Universidad.
A ella y a todos los participantes en el Nanomeet les ofrezco esta reflexión histórica, que refleja fielmente la visión sociogenética que se tiene de la Nanociencias en ambas Universidades de Lovaina, la flamenca y la francesa.
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La cuestión que se plantea inmediatamente, ante el éxito actual de la nanociencia, consiste en saber si se trata de un descubrimiento reciente.
Renunciemos al mito simplista de la nanociencia como milagroso descubrimiento reciente, destinado a revolucionar la tecnología moderna. Limitémonos a reconocer que asistimos a una revolución tecnológica, que no solamente ha comenzado ya, sino que ha empezado a producir innegables efectos concretos. En cuanto a hablar de un descubrimiento reciente, eso es menos evidente por lo que se refiere a los aspectos científicos. En efecto, es raro que un nuevo concepto, una nueva ruta científica, surja brutalmente de la nada. La nanociencia no escapa a esta observación. Es el fruto de una larga evolución, que finalmente condujo a las nanotecnologías modernas.
Ya cuatro cientos años antes de J.C., Démocrito, al hablar por primera vez de átomos, abría el camino a la nanociencia. Bastantes siglos después, estos mismos átomos contribuyeron en parte a la condenación de Galileo en 1633 y al suplicio de Giordano Bruno en Roma, una treintena de años antes. En la actualidad, ya no se muere en la hoguera por defender las nanotecnologías. Al contrario, su poder en el mundo de lo pequeño nos promete un mejor mundo de lo grande, al tiempo que numerosos investigadores, apasionados por su trabajo, se regalan científica y estéticamente descubriendo el mundo fascinante de lo infinitamente pequeño.
En 1959, en el congreso de la American Physical Society, el Premio Nobel de física (1965) Richard Feynmann presentaba su famosa conferencia titulada There is Plenty room at the bottom. Su discurso evocaba de manera profética lo que sería la evolución principal del mundo de los materiales. Expresaba en sustancia que al investigar la materia a una escala cada vez más reducida, se encontraría una muchedumbre de aplicaciones interesantes. A pesar de que en la época las observaciones de Feynman parecían formar parte de la pura ficción, hoy esta profecía ha sido ampliamente cumplida e incluso superada con creces.
En realidad, los físicos y los químicos contribuyeron a la nanociencia mucho antes de que esta palabra fuera utilizada y se convirtiera en la niña bonita de los medios de comunicación científicos. Pero es sobre todo la mecánica cuántica de los años veinte la que abrió la primera grieta por la cual penetró la nanociencia tal como la conocemos actualmente.
Las nanotecnologías que derivan de la nanociencia se basan también, y quizá incluso en primer lugar, en el desarrollo de herramientas que prolongaron los sentidos y las manos del hombre hacia el nanómetro. Entre éstos, en el emblemático microscopio a efecto túnel, puesto a punto a principios de los años ochenta por Rohrer y Binning de la sociedad IBM. Esta criatura de la ciencia ha permitido asociar un fenómeno puramente cuántico, el efecto túnel, a una tecnología sofisticada, requiriendo para su realización y su manipulación el control de propiedades de cerámicas finas, con el fin de “ver” y luego de actuar sobre los detalles de una superficie a escala del átomo. Esta herramienta extraordinaria ha permitido, por contrapartida, extender los conocimientos en el ámbito de la física fina que lo generó. Desde entonces, han sido realizadas otras herramientas, que en general permiten investigar o controlar los campos electromagnéticos de escaso alcance, generados por la materia (pinzas ópticas, microscopios de campo cercano, espectrómetros de moléculas únicas, etc).
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(1) Louvain 163, A la découverte du nanomonde, UCL, Alumni et amis, mai 2006.
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