◊ Embarco de moriscos en el Grao de Valencia = Embarquement de morisques dans la Plage de Valence = Moriscos' embarkation in the Shore of Valencia ◊
Author: Pere Oromig (1)
→ Cervantes entreveía tal vez un torvo futuro, preñado de infinitas exclusiones y discordias fratricidas, hacia el cual se daba un firme paso con los decretos de Felipe III y su «Atlante» el de Lerma. ←
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Periodos historiográficos de esta "Crónica hispano-flamenca cervantina (1547-1617)", publicada aquí por quinquenios.
I. 1547 - 1563
II. 1564 - 1575
III. 1576 - 1585
IV. 1586 - 1598
V. 1599 - 1609
VI. 1610 - 1617
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1607
Comienza para Cervantes un nuevo período de gran actividad creativa. Escribe "La Gitanilla", sus comedias y la "segunda parte del Quijote".
A mediados de este año, el editor Roger Velpius publica «en Bruselas..., en l'Aguila de Oro, cerca de Palacio, año 1607» la primera parte del Quijote en edición cuidadísima. «La pulcritud de la tipografía y del papel, largamente por encima de los usos españoles, va unida a un esmero verdaderamente excepcional, sin paralelo hasta 1738, en la preparación del texto. El corrector lo leyó con cien ojos, procurando remediar las que se le ofrecían como imperfecciones, y, así, enderezando felizmente numerosos tuertos y no dejando pasar tampoco deslices como los epígrafes erróneos de los capítulos 35 y 36 o las referencias indebidas al asno de Sancho que sobrevivían aún en la versión de 1605. Claro está que una edición crítica no puede seguir todas sus enmiendas (algunas, admirables), ni menos las sustituciones que introduce para obviar los descuidos del autor; pero la vivísima sensibilidad lingüística y literaria del corrector obliga a tomarlas siempre en consideración, cuando menos como señal cierta de problema.», F. Rico, 1998, p. CCIII.
Relaciones ilegales de Isabel de Saavedra con Juan de Urbina, un hombre casado, rico e influyente, de mediana edad, que casi podía ser su abuelo, secretario de la Casa de Saboya en la Corte de España, que se dedicaba a muchos negocios de diferente tipo, entre ellos, a la especulación de terrenos y edificios. En el mes de marzo Isabel estaba ya embarazada.
1608
Aparece en París la traducción al francés de la novela de "El curioso impertinente", coincidiendo con la tercera edición de Madrid, de 1608, por el impresor Cuesta. Sin embargo la continuación del Quijote se hace esperar.
¿Por qué Cervantes tardó tantos años en escribir la Segunda Parte del Quijote, que innumerables lectores esperaban, tanto en España como en el extranjero?
Hay respuestas múltiples a esta pregunta. Me limitaré a presentar las cuatro que me parecen más evidentes.
1) Cervantes no consideraba que El Quijote era la mejor de sus obras posibles.
No me cabe duda de que su éxito no le produjo vanidad, sino que le hizo pensar que tenía que producir la obra superior que le indicaba como posible la fuerza creativa que sentía en sí mismo.
Para mí está bastante claro que el Persiles, su obra póstuma, fue en su conciencia, al menos en parte, la concreción de esta obra. En su dedicatoria al Conde de Lemos del Q. II, Cervantes escribía a propósito del Persiles que
«ha de llegar al extremo de bondad posible», II.Pról.16,
con lo cual da a entender que para él fue probablemente más prestigioso ser autor de esta obra, que competía con Heliodoro, que del Quijote.
Cuatro días antes de morir, en abril de 1616, Cervantes, fiel en amistad hasta la muerte, le dedicó igualmente al Conde de Lemos Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
2) El haber convivido durante la mayor parte de su vida con el fracaso y la falta de reconocimiento, le dieron la fuerza necesaria para seguir sus impulsos creativos más bien que la llamada del éxito comercial.
Cervantes tenía una visión del tiempo y de la validez histórica muy diferente de la que tenían y tienen los obsesos de la moda. A él no le interesaba escribir para que su obra escrita produjera escándalo o sorpresa efímera, como les sucede a los obsesos de la moda, sino que lo hacía para entrar en diálogo con la humanidad permanente.
Digo bien entrar en diálogo con la humanidad permanente, con lo cual me refiero a la obsesión de Cervantes por abrir de par en par las puertas de la literatura, para que todos los humanos participáramos en el gran Diálogo pancrónico que justifica y dignifica nuestra existencia.
Estoy persuadido de que uno de los mayores sufrimientos de Cervantes, en la época de su plenitud, consistió en constatar que el éxito bullanguero de Lope de Vega le cerraba a él las puertas del Teatro.
Ahora bien, el Teatro era en su espíritu la manera más completa de entrar en diálogo con la humanidad permanente, cuya realización concreta eran para él los públicos de la ciudad en que vivía los últimos días de su existencia, es decir, de Madrid:
«Cervantes tenía otros sueños y ambiciones literarias, y todas las evidencias apuntan al hecho de que durante un periodo de años entre 1608 y 1612, estaba escribiendo teatro, poesía y diferentes obras en prosa simultáneamente. Era como si la inquietud física de sus primeros años hubiera dado paso inevitablemente a una inquietud intelectual, que se expresaba en una incesante experimentación.
Don Quijote, por consiguiente, tenía que esperar su turno, y nunca se hubiera completado a no ser por la aparición, para gran indignación y disgusto de Cervantes, del libro de Avellaneda, a raíz de la cual, continuar la obra se convirtió en una cuestión de honor y en la prueba esencial y definitiva para demostrar quién era el padre legítimo de la obra.», MMcK, p. 174-175.
3) No hay que olvidar tampoco, como razón de la tardanza de Cervantes en ocuparse de nuevo del Quijote, el que se desviviera hasta el final de su vida por los suyos y muy en particular por su hija natural, a pesar de la falta de correspondencia por parte de ésta. Una prueba de este desvelo es su comportamiento, rayano en la candidez, para asegurarle protección más allá de su propia muerte, que veía venir, pensando más en ella que en sí mismo.
He aquí los hechos en su cruda y compleja realidad, en gran parte debida a la escasa economía de nuestro bien intencionado Autor:
Se plantea un nuevo casamiento de conveniencia de la hija natural de Cervantes, Isabel de Saavedra, tras la muerte de Diego Sanz, con Luis de Molina, agente bancario. Empleamos el indeterminado “se”, porque este tipo de soluciones era el resultado de deliberaciones familiares, donde la responsabilidad de la decisión final era más bien del grupo que de tal o cual individuo concreto, aunque es muy posible que la propia Isabel, nada quijotesca y muy sanchopancesca, llevara la voz cantante.
Costean conjuntamente la dote Cervantes y Juan de Urbina, amante éste de Isabel de Saavedra y padre de su hija Isabel Sanz:
«En el contrato matrimonial, firmado el 28 de agosto en presencia de Cervantes (quien afirma, cosa inexacta, que Isabel es su hija legítima), se siguen ciertas normas de decoro al presentar a Urbina y a Cervantes como responsables ambos de la dote de dos mil ducados, aunque fue Urbina quien aportó toda la suma, presentando algunas casas, dos molinos de viento y otras propiedades suyas como garantía.
En el contrato se acordaba que Isabel y Molina utilizaran libre de renta la casa en que Isabel había estado viviendo hasta el matrimonio de la pequeña Isabel Sanz. Si esta última fallecía joven, Isabel de Saavedra podía utilizarla durante toda su vida, y en el caso de que ella falleciera —tanto si estaba casada con Molina como si no—, Cervantes heredaría el inmueble libre de alquiler, con el derecho a arrendarlo a quien quisiera. En vista de la edad de Cervantes era muy poco probable que esta curiosa cláusula se hiciera realidad, por lo que parece verosímil que se incluyera para proteger a su nieta excluyendo a Molina de cualquier derecho sobre la casa.
Cervantes firmó después una declaración comprometiéndose a devolver la casa a Urbina si su nieta fallecía, aunque en varias ocasiones se refirió a aquella casa como de su propiedad. Urbina era un hombre de negocios experimentado.
Los escrúpulos que pudieran surgir acerca de la naturaleza de las negociaciones serían anacrónicos. Los matrimonios de conveniencia estaban a la orden del día, y éste sólo es un ejemplo más. Molina estaba tan plenamente convencido de que estaba siendo comprado como, por otro lado, lo estaba de que lo que se le ofrecía era una atractiva transacción comercial. Era tan capaz como Urbina de mirar por sus intereses.
En cuanto a Cervantes, debió de encontrar desagradable su connivencia en todo el asunto, puesto que él no podía dar una solución alternativa y apenas podía ser útil a su hija; y lo que es más importante, no podía dar consejos morales a su nieta. Para Isabel nada iba a cambiar, y en tales asuntos Cervantes era realista. Su reacción ante el matrimonio de su hija debió de ser la de un padre del siglo XVII, práctico pero pobre.», MMcK, p. 175-176.
4) Este mismo año de 1608, Magdalena, la hermana menor de Miguel, tomó el hábito de las terciarias de San Francisco, una congregación laica fundada poco tiempo antes por los franciscanos. A partir de entonces llevaría la vida recluida de una seglar consagrada, reproduciendo en su medio laico las costumbres de las monjas.
No es imposible que el nuevo episodio de la vida de Isabel de Saavedra, que algunos biógrafos de Miguel consideran como hija de esta hermana suya, Magdalena, y del amante de ésta, Juan de Urbina, influyera en la decisión de la nueva terciaria, decisión que cabría considerar como la ejecución de una penitencia autoimpuesta, para purificarse de sus propios errores de juventud. Recordemos que Isabel de Saavedra, a raíz de la muerte de Ana Franca, su supuesta madre, entró al servicio de Magdalena, en 1598, cambiando su nombre, el que llevaba como hija natural de Miguel, por el de Isabel de Cervantes.
Lit. Bernardo de Balbuena, "Siglo de oro en las selvas de Erifile".
Pol. Formación de la Unión Evangélica entre luteranos y calvinistas alemanes.
Alianza de Inglaterra y de las Provincias Unidas.
1609
Miguel de Cervantes y Catalina, su mujer, viven en una modesta vivienda de la calle de la Magdalena, con sus hermanas Andrea y Magdalena y con su sobrina Constanza de Ovando.
Cervantes ingresó el 17 de abril en la Hermandad de indignos esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar, a la que también pertenecieron otros escritores como Lope de Vega y Quevedo. La hermandad, situada en la calle del Olivar, disfrutaba de ilustres protectores, entre ellos el rey y su favorito, el duque de Lerma; lo cual explica que muy pronto, tras su fundación, se pusiera muy de moda el ingresar en ella, tanto entre los miembros de la Corte como entre los socios de los círculos literarios. A finales de 1609 tenía ya cuatrocientos miembros importantes. Cabe pensar que los candidatos menos pudientes, venidos sobre todo de los círculos literarios, confiaban en que perteneciendo a la hermandad podrían encontrar algún mecenas que remediara su indigencia, o que al menos tendrían la oportunidad de alternar con los grandes de este mundo en plano de igualdad, en un contexto donde su indigencia no tuviera importancia.
Tal vez buscando una amable compañía, difícil de encontrar si no se pertenecía a la clase pudiente, pero ciertamente preocupado por su salvación eterna, como su hermana menor Magdalena, Cervantes decidió, tras aclarar el futuro de Isabel, la hija putativa del uno o del otro de los dos hermanos, que había llegado el momento de pensar en su alma; como dirá algunos años después en el prólogo de las "Novelas ejemplares", «mi edad no está ya para burlarse con la otra vida». Con idéntico motivo, dos mujeres más de su familia, Catalina, su mujer, y Andrea, su hermana mayor, lo hicieron después que él, el 8 de junio, en la Orden Tercera de San Francisco, siguiendo el ejemplo de Magdalena.
Como si el destino hubiera percibido la alarma de la familia de Miguel, la muerte se cebó vorazmente y con trágica premura en sus parientes: en octubre del mismo año 1608 murió su hermana Andrea; seis meses después, le tocó la vez a su nieta Isabel Sanz y, transcurridos otros tantos, a su hermana Magdalena.
Lit. Lope de Vega, "Arte nuevo de hacer comedias".
Pol. Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias-Unidas de los Países Bajos.
Creación de la Banca de Amsterdam.
Formación de una contra-liga católica en Alemania.
Se funda en Madrid el Convento de las Trinitarias Descalzas.
VI.
1610
Cervantes intenta ir a Nápoles como secretario del nuevo virrey, don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, pero el poeta e historiador Lupercio Leonardo de Argensola, encargado de reclutar la comitiva, lo deja fuera, lo mismo que a Góngora:
«Quizá fue este desagradable asunto con su enajenada hija el que hizo que Cervantes pensara con nostalgia en Italia, y posiblemente incluso en el hijo que había dejado allí muchos años atrás.
A finales de la primavera de 1610 se supo que Pedro Fernández Ruiz de Castro y Osorio, séptimo conde de Lemos y sobrino y yerno del poderoso duque de Lerma, había sido nombrado virrey de Nápoles, y que este generoso y entusiasta mecenas de las artes pretendía llevarse consigo a Italia, para ornato de su corte, a un grupo de literatos con talento. De la selección se ocuparía su nuevo secretario, el poeta e historiador Lupercio Leonardo de Argensola. Cervantes, que había conocido al conde, hizo saber que le gustaría ser incluido en el grupo. Pero no fue así. Se pronunciaron palabras lisonjeras y se hicieron promesas, pero al final, tanto Cervantes como el poeta Góngora, por quien aquél sentía la mayor admiración y que también había solicitado partir, fueron excluidos de la comitiva que embarcó para Italia con el conde el 3 de julio.
No se conoce con claridad la causa de su rechazo. Quizá, dado que Argensola era un admirador de Lope, el partidismo profesional estuviera detrás de todo ello: Lope de Vega estimaba a Góngora menos aún que a Cervantes. Quizá Argensola prefirió simplemente no cargar demasiado las balanzas del talento y la fama en detrimento propio. O, tal vez, Cervantes era sencillamente demasiado viejo y poco atractivo. Cualquiera que fuese el motivo, Cervantes se sintió profundamente herido, como demuestra esta referencia al Incidente en su "Viaje del Parnaso":
«Mucho esperé, si mucho prometieron
mas podía ser que ocupaciones nuevas
les obligue a olvidar lo que dijeron.»
Fue su última tentativa de obtener reconocimiento a su obra.», MMcK, p. 182.
En junio, la familia Cervantes se mudó a una casa de la calle de León.
Pol. El conde de Lemos, Pedro Fernández Ruiz de Castro y Osorio, séptimo conde de Lemos, sobrino y yerno del poderoso duque de Lerma, es nombrado virrey de Nápoles.
Toma de Larache.
Asesinato, el 14 de mayo, en las calles de París por el franciscano François Ravaillac de Enrique IV, primer rey Borbón de Francia. Se cree que el motivo del magnicidio fue el odio a los hugonotes, de los que el rey había sido el jefe antes de convertirse al catolicismo.
Alianza de la Santa Liga y de España.
Galileo inventa el telescopio.
Expulsión de los moriscos.
«1610 será año importante; Felipe III quiere terminar la operación destinada a la expulsión de los moriscos, completando así la tarea de los Reyes Católicos, de su abuelo Carlos I y de su padre Felipe II. El 10 de enero se dictará la real cédula por la que se ordena su apartamiento de España.», M.L., Cervantes, c.7, p. 178. En un plazo de cinco años tienen que dejar casas, pertenencias, amigos y parientes. Se expulsa a un total de entre 250000 y 300000.
«En el capítulo II.54 del Quijote trata Cervantes un asunto de suma actualidad cuando apareció la segunda parte del Quijote: la expulsión de los moriscos. El problema venía desde que los Reyes Católicos ganaron Granada, lo que dejó en incómoda situación a los musulmanes de España, minoría difícilmente asimilable, pues persistía en la religión mahometana en usos y costumbres moros y obligada a vivir como los cristianos, sólo lo hacía en apariencia.
Tras muchos intentos de solución, y la sublevación de los moriscos de las Alpujarras en tiempos de Felipe II, el acuerdo de expulsión lo votó por unanimidad el Consejo de Estado el 30 de enero de 1608, invocando la razón de Estado, o sea, la "conveniencia" y la seguridad de la nación; también se justificó por la reciente conquista de Marruecos por Muley Cidán, enemigo de España; el 9 de diciembre de 1609 se publicó el primer bando de expulsión de los moriscos de Murcia y parte de Andalucia; el 10 de julio de 1610 el que afectaba a los de Extremadura y las dos Castillas, comprendiendo la Mancha, y todavía en 1613 aparecieron disposiciones semejantes.
El destierro de los moriscos, que de toda evidencia es sentido por el Autor ( = Narrador homo-diegético) como algo no sólo concreto, sino particularmente grave en uno de los pasajes en que más sentimos en filigrana la personalidad de Cervantes tras la suya, es «un asunto suyo, porque es asunto de sus vecinos inmediatos».
«Al tiempo de la expulsión salieron del Toboso cincuenta y cuatro familias de moriscos, compuestas de doscientas sesenta y nueve personas, según dice Fray Marcos de Guadalajara en su Prodición y destierro de los moriscos de Castilla, citado por Pellicer.», Clem. 1824.a.
Esta tragedia de la joven nación española, una nación que ha sacrificado a la nueva unidad católica, celosamente controlada por la Inquisición, las variedades nacionales y religiosas que la han caracterizado durante siglos, es dramatizada en el Quijote por la doble tragedia de Ricote y de su hija Ana Félix, que son presentados como paisanos y vecinos de Sancho Panza. (® Ricote ® Félix, en nuestro diccionario enciclopédico) La trayectoria del padre le lleva a países protestantes, que resultan ser mucho más liberales que los países católicos. La trayectoria de la hija, la más común de las trayectorias de los moriscos expulsados de la patria, la lleva a Argel.
Como los moros tienen prohibido por su ley el beber vino, Ricote, de vuelta en España como peregrino, muestra su condición de moro auténticamente convertido al cristianismo bebiéndolo tanto o más que lo otros peregrinos, lo cual queda significado por las dimensiones excepcionales de su bota de vino: «hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.», II.54.15.
En la expulsión de los moriscos se ha cometido una injusticia atroz con los convertidos auténticos. Tal es el caso de Ana Félix, la bella morisca capturada por la galera de Barcelona bajo la apariencia de un arraéz mozo, que sintetiza simbólicamente ante el Virrey de Barcelona, el General de la galera, Don Quijote y Sancho, las justas quejas de sus semejantes moriscos expulsados como ella de su patria española ® morisca
El morisco Ricote, padre de Ana Félix, añade ante los mismos testigos su propio testimonio al de su hija: «Yo salí de mi patria (España) a buscar en reinos extraños quien nos albergase y recogiese… Si nuestra poca culpa y sus lágrimas y las mías por la integridad de vuestra justicia pueden abrir puertas a la misericordia, usadla con nosotros, que jamás tuvimos pensamientos de ofenderos», I.63.37.
El denominador común de ambos testimonios es que los moriscos no fueron expulsados por infieles a su nueva religión, sino por pertenecer a la nación árabe de la que los cristianos viejos desconfiaban. La desconfianza se tradujo en desprecio, el desprecio en odio y el odio en deseo de expulsión: «En la mayoría de las aldeas manchegas, y en muchos otros pueblos de España, hay gentes más abatidas y despreciadas, si cabe, que los jornaleros y campesinos pobres: los moriscos. Cervantes no parece compartir el odio que algunos profesan contra esta minoría, ni acepta los argumentos con que se justificó su expulsión; pero recoge, en algunos pasajes de sus obras, la opinión negativa que ciertos contemporáneos suyos tenían de este desdichado pueblo.», Salazar, 1986, p. 201.
«Cervantes debió de conocer a muchos moriscos en su dilatada vida andariega, y siguió de cerca, en Valladolid y Madrid, las discusiones y preparativos que precedieron a la expulsión. El tema era de candente actualidad en 1615, y Cervantes, aunque pone en boca de sus personajes palabras inverosímiles y alabanzas grandilocuentes en favor del destierro, expresa en la historia del morisco Ricote la tristeza y el asombro con que muchos españoles vivieron las consecuencias de la impopular medida, y reproduce además, con extraordinaria fidelidad, algunos detalles de este penoso episodio.», Salazar, 1986, p. 206.
El topónimo Ricote se transforma en onomástico por la decisiva razón de que el morisco manchego es, a su vez, un paradigma de víctima inocente:
«La maravillosa realidad de Ricote contrasta con aquella caricatura antimorisca al uso y su única afinidad con ella radica en la presencia de ciertos datos sociológicos enteramente neutralizados por Cervantes. La idea de un «buen» morisco, rebosante de dignidad y propicia a ganar el respeto del presunto adversario ideológico, discrepa rotundamente de cuanto se escribía en España por aquellos años, y sólo al tomarlo en cuenta se advierte su hondo sentido. En actitud que hay que llamar quijotesca, Cervantes se opone él solo a la marejada de odios, soberbias y confusiones mentales en que naufragan sus contemporáneos. Quijotesco y aun algo temerario también, al no privarse de suscitar aquella idea clave y peligrosa de la libertad de conciencia con que entra en el grano del problema.», FMV, p. 241.
«La elección de Ricote sirve a Cervantes para demostrar que no todos los moriscos eran apóstatas o descreídos, y para socavar así uno de los principales argumentos con que se justificó la expulsión. Lo que Ricote busca no es la herejía, ni el retorno al mundo islámico, sino el lugar idóneo para practicar el cristianismo en libertad o para esperar sin angustias la luz de la verdadera fe, porque: «...yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir» (II, 54).», Salazar, 1986, p. 207.
«Cervantes derriba en este breve episodio otro de los mitos que una historia apologética ha tejido en torno a la expulsión: el de su pretendida popularidad.
El decreto fue obra de unos pocos y nunca contó con las simpatías y el apoyo del resto de la población: de ahí que los moriscos no estén solos el día del destierro, y que a sus lágrimas y lamentos se una, en muchos lugares, el desconsuelo de los cristianos que los ven marchar. En el pueblo de Don Quijote las relaciones entre ambas comunidades son cordiales, y el episodio de la expulsión adquiere, según el relato homodiegético de Sancho, perfiles trágicos:
«...salió tu hija tan hermosa, que salieron a verla cuantos había en el pueblo, y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazada a todas sus amigas y conocidas, y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen a Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimiento, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón. Y a fe que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino; pero el miedo de ir contra el mandato del Rey los detuvo. Principalmente se mostró más apasionado don Pedro Gregorio, aquel mancebo mayorazgo rico que tú conoces, que dicen que la quería mucho, y después que ella se partió, nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y todos pensamos que iba tras ella para robarla; pero hasta ahora no se ha sabido nada» (II.54.38).», Salazar, 1986, 207-208. ® centinelas de nuestra Fe ® Ricote
Numerosos historiadores demuestran que no era una mayoría: «La expulsión no procedía de ningún clamor popular ni produjo el menor entusiasmo colectivo, contra lo que afirma una historia vindicativa y llena de mala conciencia. La España de 1610 quedaba sólo estupefacta y sumida en un penoso silencio que las vociferaciones del puñado de apologistas vuelve aún más profundo y elocuente.», FMV, p. 360. «La expulsión no procede nunca al aliento de un clamor popular, sino al de una minoría activista radicada en las más altas esferas de la política, de la Iglesia y de la Inquisición», FMV, p. 316.
«La expulsión de los moriscos no podía ser considerada por ninguna persona consciente en el mismo plano de otras importantes medidas políticas. España no podía poner su mano en aquella minoría sin tomar graves decisiones acerca de sí misma.… [¿Cuántas expulsiones puede soportar un pueblo sin desintegrarse o sin volverse en parásito de sí mismo?] Con la expulsión se franqueaban límites de hecho y de derecho vedados hasta entonces tanto por la prudencia política como por la conciencia cristiana. Era el más firme paso por la cuesta abajo moral de la dictadura irresponsable del duque de Lerma, dispuesto ahora a probar que su poderío no aceptaba las barreras que la duda jurídico-moral había impuesto a sus antecesores en el gobierno.
Muchos españoles conscientes (y nadie lo era más que Cervantes) debieron darse cuenta de que algo irreparable se había roto para siempre y que desde aquel momento no tenían ya rey, sino amo. Cervantes entreveía tal vez un torvo futuro, preñado de infinitas exclusiones y discordias fratricidas, hacia el cual se daba un firme paso con los decretos de Felipe III y su «Atlante» el de Lerma.
El destierro de los moriscos no sólo ha puesto fin a la última presencia islámica en suelo español: ha cambiado el tono de la vida, se han vuelto ahora inconcebibles muchas cosas, y la primera de ellas es todo asomo de «política» en el manejo de los negocios públicos. De ahí el júbilo, tan justificado, del sector de opinión más inquisitorial.
El caso de Ricote es paradigma de la suerte reservada al individuo (hombre o mujer cristiano nuevo o viejo) en un mundo regido por el pragmatismo anticristiano de la razón de estado.», FMV, p. 257 & 276 & 306 & 322 & 328.
1611
El 28 de enero fallece en Madrid Magdalena, hermana menor de Cervantes, a la que éste estaba muy unido. A partir de este momento viven en la casa de la calle de León con Miguel solamente su esposa y su sobrina Constanza de Ovando, mientras que su hija natural, Isabel de Saavedra, se distancia de su padre y del grupo familiar.
Pleitos entre Urbina y Molina.
Corta temporada de Miguel de Cervantes en Esquivias.
Lit. Fr. Diego de Hojeda, La Cristiada.
Sebastián de Covarrubias, "Tesoro de la lengua castellana".
Pol. Muere la reina Margarita de Austria el 3 de octubre.
Se cierran temporalmente los teatros.
Alianza entre Viena y Madrid.
Fuente: Salvador García Bardón: Miguel de Cervantes y su tiempo
Crónica hispano-flamenca cervantina
Cronología razonada y circunstanciada
Diffusion Universitaire Ciaco, Louvain la Neuve, 1988, reedición 2016 en preparación.
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(1) ◊ Embarco de moriscos en el Grao de Valencia = Un embarquement de morisques dans la Plage de Valence = Moriscos' embarkation in the Shore of Valencia ◊
- Autor: Oromig, Pere
- Título: Embarco de moriscos en el Grao de Valencia.
- Año: 1613
- Serie: La expulsión de los moriscos
- Tipo de obra: Pintura
- Materiales: Óleo
- Soporte: Tela
- Dimensiones: 174 x 110 cm (43.3 × 68.5 in)
- Localización actual: Colección Fundación Bancaja
Este cuadro pertenece a un conjunto integrado por siete lienzos, realizados entre 1612 y 1613. Seis propiedad de la Colección Fundación Bancaja, y un séptimo perteneciente a una colección particular.
Fueron encargados por el propio rey Felipe III, en 1612 (apenas tres años después de la expulsión de los moriscos valencianos)
El rey encargó al marqués de Caracena, virrey de Valencia, que buscase a los pintores apropiados que pudieran ejecutar su petición. Se buscaron pintores valencianos, ya que se puede suponer en buena lógica, que estos hubieran podido ser testigos de los embarques en los puertos hacía bien pocos años, o bien que tuvieran información de primera mano o, al menos, que conocieran bien los lugares que habían de pintar siguiendo la voluntad del monarca. Estos pintores fueron: Pere Oromig, Vicent Mestre, Jerónimo Espinosa y Francisco Peralta.
En estos lienzos se recoge con extraordinario realismo, una multitud de escenas sobre este dramático acontecimiento de principios del siglo XVII; desde el embarque de los miembros de aquella minoría religiosa en distintos puertos del Levante, hasta su desembarco en el puerto norteafricano de Orán.
Los lienzos son únicos en su género, en cuanto a que son coetáneos de los acontecimientos a los que se refiere, todos ellos fueron pintados entre 1612 y 1613; las expulsiones se prolongaron hasta 1616.
Fuente: La expulsión de los moriscos (Vicente Carducho) por Leticia Ruiz Gómez. Museo del Prado.
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