La formación jesuita, por voluntad de su fundador, vocación tardía, es intencionalmente larga y profunda.
Es conocido que san Ignacio de Loyola compartió escuela con chiquillos que se iniciaban en latín y griego, en Barcelona, cuando ya era ex cortesano y ex militar, combatiente mutilado y retirado, bien cumplidos los treinta años.
Es menos conocido que antes de acceder al sacerdocio se impuso un currículo universitario completo, complutense, salmantino y parisino, en letras, filosofía y teología.
La formación completa del jesuita ha comprendido durante siglos, siguiendo el espíritu de San Ignacio y de las Constituciones de la Compañía, dos años de noviciado; tres de letras clásicas y modernas; tres de filosofía; tres de magisterio; cuatro de teología y uno de "tercera probación".
Dieciséis años de formación superior, en su mayor parte universitaria, comenzada y terminada por la profundización, durante dos años al comenzarla (noviciado) y uno al terminarla (tercera probación), del entrenamiento intenso en la vida espiritual ascética, contemplativa, austera y solidaria que exige de sus miembros la vocación jesuita. Todo candidato a la vida jesuita sabe, antes de emprenderla, que en esta vocación el sacerdocio y el apostolado no son compatibles con la improvisación.
El espíritu de esta tradición ha sido mantenido hasta ahora, con una ligera adaptación de las etapas de letras y filosofía, para incorporar con discernimiento las nuevas disciplinas universitarias antes de emprender la teología y de acceder al sacerdocio.
La finalidad de la etapa de magisterio es preparar al jesuita de manera empírica tanto a la teología como al apostolado que va a asumir durante toda su vida.
El Autor del artículo que publicamos aquí se encuentra en esta etapa. Familiarmente, en el vocabulario jesuita, se denomina a quienes están cumpliendo esta etapa: "Maestrillos".
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Foto: Esc. Min John Kim SJ (fila superior, con birrete)
YIUTSARI Jesuit Centre for Migrant Workers
Gimpo, Korea
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Vivir y compartir con los migrantes
"Maestrillo" Min John Kim SJ, YIUTSARI Jesuit Centre for Migrant Workers, Gimpo, Corea
Quisiera hablar de un trabajador extranjero que traté de ayudar. Cuando lo encontré, me pidió que le ayudara a cambiar de empresa de trabajo. Desde el primer momento me di cuenta de que iba a ser difícil.
Nuestro Gobierno no facilita a trabajadores extranjeros el traslado de una empresa a otra. Y esto porque los empresarios quieren que los migrantes sigan sirviendo en sus propias empresas.
Le expliqué que nos iba a ser difícil obtener que dejara su empresa para ir a trabajar en otra.
Cuando me puse en contacto con su jefe, la respuesta que obtuve no me causó ninguna sorpresa. El empresario me gritó a la cara: "¿Es usted coreano? Si lo es, ¿por qué quiere ayudar a este migrante? No debería hacerlo. ¿Por qué me molesta? Ocúpese de sus asuntos."
Si la empresa no hubiese respetado las leyes laborales impuestas por el Gobierno, yo hubiera podido seguir el íter (camino) legal correspondiente. Pero el trabajador quería cambiar de empresa por diferencias culturales, así que no me quedaba más remedio que convencer al trabajador.
Mi experiencia me decía que iba a ser sumamente difícil persuadir a un empresario que 'soltara' a los migrantes. Así que me animé de valor y dije al trabajador extranjero: "Lo siento mucho, pero me temo que tendrás que trabajar en esta empresa hasta el final del contrato."
Sentí mucho tenérselo que decir, pero no había más remedio. Cuál fue mi sorpresa cuando él me lo agradeció diciéndome: "Hermano, muchas gracias. Me basta el intento que usted hizo para ayudarme." Me sorprendí. ¿Por qué me estaba agradecido? De hecho, no le había ayudado...
Estoy trabajando en el Centro para Trabajadores Migrantes que la Compañía lleva en la Provincia de Corea. Antes, en la zona en que estamos, la agricultura era muy floreciente. Pero ahora varias empresas han ocupado la zona, comprando los terrenos a un precio muy barato. De los 238.000 habitantes de la zona, 30.000 son migrantes. Hace siete años, se creó este Centro en el que trabajo para ayudar a esos migrantes, cuyo número ha ido aumentando sin cesar. Lo que el Centro trata de hacer es ofrecer servicios sociales a los migrantes.
La experiencia que acabo de compartir la he vivido hace unos meses. Confieso que este hombre ha tenido un fuerte impacto sobre mi vida. Antes de esta experiencia, yo pensaba que no ayudaba a la gente, que mi misión era un fracaso y esto me deprimía.
Estaba acostumbrado a evaluar mi trabajo según el éxito conseguido. Ese hombre cambió mi punto de vista. Me dio las gracias por algo muy pequeño, y fue capaz de encontrar un motivo de agradecimiento hasta en un fracaso. Por el contrario, yo lo único que miraba era el éxito. Me di cuenta que había cometido un error a la hora de definir mi trabajo. Decidí cambiar de actitud.
¿Qué significado tiene la presencia del Centro? Lo que cuenta no es la eficiencia de la obra apostólica, sino más bien -vivir y compartir con los migrantes. En coreano, el nombre del Centro (Yiutsar) significa: Vivir con los vecinos.
Al final de mi magisterio me doy cuenta del verdadero significado de mi misión. Lo importante de esta misión, la razón por la que se me envió al Centro no ha sido y no es el éxito en mi compromiso apostólico. He sido enviado a acompañar a los vecinos.
Pronto empezaré los estudios de teología para prepararme al sacerdocio. Mi tiempo de magisterio me ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre el verdadero significado de mi vida apostólica.
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Patxi Álvarez SJ, Director Responsable
Uta Sievers, Redactora
Secretariado para la Justicia Social y la Ecología, Borgo S. Spirito 4, 00193 Roma, Italia
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