"No preguntes: ¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora? Eso no lo pregunta un sabio." Eclesiastés, 7,10.
Los defensores nostálgicos del nacional-catolicismo se obstinan en olvidar este sabio consejo del Eclesiastés. Estos nostálgicos se encuentran no solamente en España, sino en todos los países calificados de forma acrítica como católicos hasta la llegada de las constituciones laicas, uno de cuyos principios básicos es la separación de los poderes civiles y religiosos.
Esta separación no solamente no contradice las enseñanzas fundacionales del cristianismo, sino que tiene en ellas una de la expresiones más acertadas, cuya formulación más simple nos inspiraba en 2008 el Título de nuestro artículo: "Separar a Dios del César".
En las circuntancias actuales de crisis profunda de confianza entre la iglesia católica y la sociedades laicas de los países denominados católicos, muchos Amigos han deseado ver reeditado este artículo, porque les parece que en él expongo ideas que pueden ayudar a concebir una salida auténticamente cristiana, al mismo tiempo que éticamente válida, a la aporía en que los mismos católicos nos encontramos, al sentinos confrontados con la incomprensión bastante generalizada de la jerarquía católica ante nuestro deseo de "no confundir los dominios de Dios con los del César".
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Separar a Dios del César
15 Feb 2008.
Estamos padeciendo una situación penosa: algunos obispos españoles andan a la greña con el gobierno democráticamente elegido por los españoles para regir los destinos del estado español durante los cuatro años de la legislatura actual. Dichosamente no son todos los obispos, pero sí los más vocingleros y mandones en la conferencia episcopal, entre los cuales destacan tres cardenales, quienes por lo visto están empeñados en volver a algo muy parecido a la apostasía franquista del nacional-catolicismo.
Estos obispos dan la impresión de querer disfrutar en la próxima legislatura de un poder fáctico absoluto de aplicación universal, que recuerda el poder dictatorial concordado, que tanto mal nos hizo a la mayoría de los españoles, durante la interminable posguerra civil, con su miope clericalismo inquisitorial. Literalmente estos obispos se saltan a la torera el precepto evangélico de "dar al César lo que es del César (su tributo) y a Dios lo que es de Dios".
Recordemos que este tema del tributo del César, introducido en los tres sinópticos, Marcos 12,17; Mateo 22,21; Lucas 20,25, sirve de hilo rojo narrativo que conduce directa y trágicamente a la acusación contra Jesús ante Pilato, durante la cual las autoridades religiosas colaboracionistas recuerdan al poder ocupante este tema del tributo del César, mezclándolo con el tema del Mesías rey (Lucas 23,2):
1 Toda la asamblea de ellos se levantó, y llevaron a Jesús ante Pilato. 2 Y comenzaron a acusar a Jesús, diciendo: "Hemos hallado que éste pervierte a nuestra nación, oponiéndose a que se paguen tributos al César y diciendo que él mismo es Cristo rey (el Mesías)." 3 Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres Tú el Rey de los Judíos?". El le respondió declarando: "Tú lo estás diciendo". 4 Entonces Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: "No encuentro delito en este hombre." 5 Pero ellos insistían, diciendo: "El alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí."El evangelista Juan recoge la misma línea narrativa de los tres sinópticos completándola, al contrastar explícitamente el reino de Dios, que es el de Jesús, con los poderes terrenales del César:
Lucas 23,1-5.
28 Entonces llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio (residencia oficial del gobernador); era muy de mañana; y ellos no entraron al Pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua. 29 Pilato, pues, salió afuera hacia ellos y dijo: "¿Qué acusación traen contra este hombre?" 30 Ellos respondieron: "Si este hombre no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado." 31 Entonces Pilato les dijo: "Se lo pueden llevar y juzgar conforme a su ley". Los judíos repusieron: "A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie". 32 Esto sucedió para que se cumpliera la palabra que Jesús había hablado, dando a entender de qué clase de muerte iba a morir.Desgraciadamente los nuevos adalides del nacional-catolicismo defienden una hermenéutica de estos textos evangélicos que recupera la que hizo el general Francisco Franco, con ocasión de su propio doctorado honoris causa en derecho canónico por la universidad pontificia de Salamanca, el 8 de mayo de 1954:
33 Pilato volvió a entrar al Pretorio, y llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres Tú el Rey de los Judíos?" 34 Jesús respondió: "¿Esto lo dices por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí?" 35 Pilato contestó: "¿Acaso soy yo Judío? Tu nación y los principales sacerdotes te entregaron a mí. ¿Qué has hecho?" 36 Jesús le respondió: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los jefes Judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí." 37 Pilato le dijo "¿Así que Tú eres rey?". Jesús le respondió: "Tú lo estás diciendo que yo soy rey," . "Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que está por la verdad escucha mi voz." 38 Pilato Le preguntó: "¿Qué es la verdad?"
Juan 18, 28-38.
"La voz autorizada del Primado de las Españas os explicó perfectamente cómo es incomprensible la separación de la Iglesia y el Estado. Esta separación es adecuada en las sociedades o en las naciones que pasan por la desgracia de no tener una sola y única fe; pero no es aceptable cuando por su fe verdadera y única, una nación quiere llevar el titulo de católica. Aquella frase de la moneda del Evangelio de «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César» no tenía lugar en una sociedad católica, sino en la sociedad pagana, donde nacía el Evangelio. ¿Me queréis decir, en una sociedad católica, dónde acaba lo temporal y dónde empieza lo católico?Como muchos alumnos de las facultades de la Iglesia, yo oí en directo por la radio esta peregrina interpretación franquista de la tragedia evangélica, interpretación que constituye la expresión más clara y atrevida de la apostasía franquista del nacional-catolicismo. Imagino que Antonio María Rouco Valera, que cursaba ese mismo año en la universidad pontificia de Salamanca su primer curso de teología, la oyó en directo de labios de su autor. Siendo gallego como Franco y futuro especialista de la relación entre el estado y la iglesia, cabe suponer que vibró de entusiasmo con las palabras de quien había concluido el concordato con la sede apostólica el año anterior y era presentado por las más altas jerarquías de la Iglesia española, presentes en el acto salmantino, como "el salvador de España, el defensor de la Cruzada, del Imperio y de la grandeza de la Madre Patria". (2) Me temo que este entusiasmo del seminarista Antonio María Rouco Valera siga condicionando sociogenéticamente la teología del canonista combativo que es hoy el cardenal arzobispo de Madrid.
Si la vida temporal es medio para alcanzar otro fin, ves la sobrenatural el objetivo de nuestra vida, ¿cómo vamos a prescindir en esta vida temporal de aquello que es bueno para el fin para que fuimos creados...? Veis cómo, sin querer, por hablaros de lo temporal, acabo metiéndome en Teología...
Los católicos no pueden tener de la vida más que un sentido teológico. Y no se puede ser católico, como algunas veces he dicho, sin ser católico con todas las consecuencias, y si somos católicos con todas las consecuencias hemos de hacer que la vida temporal discurra obediente a la ley divina y no contra esta ley".
Generalísimo Francisco Franco.
Discursos y mensajes del Jefe del Estado.
Palabras en la Universidad Pontificia.
08 de mayo de 1954.
El teólogo José Mª Castillo, recordándonos la sociogenética no adulterada de este precepto evangélico de separar a Dios del César, el reino de Dios del imperio romano-cesáreo, precepto tan vigente hoy como en el momento fundacional del cristianismo, nos aconseja a los cristianos, entre los cuales los católicos somos los únicos que prestamos atención al griterío actual de nuestros obispos, que tomemos más en serio el Evangelio y la memoria de Jesús. Sólo por este camino de fidelidad evangélica puede venir la solución a la penosa situación que estamos padeciendo en España.
Por lo demás dejemos a los obispos clericalistas y a los políticos anticlericalistas, que los obispos tildan de anticlericales (1) sin que necesariamente lo sean, que anden a la greña según les convenga, recordándoles a unos y a otros, pero sobre todo a los obispos, que Jesús fue hasta tal punto antiimperialista y anticlericalista, que murió en la cruz crucificado por el imperio ocupante y entregado por el clericalismo farisaico, que traicionaba a su pueblo colaborando con el poder hegemónico de la ocupación romana.
Imagen: "Jesús ante Pilatos" del italiano Antonio Ciseri, realizado en 1891 para el Palacio Pitti de Florencia. Ver grandes dimensiones
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Las religiones rezagadas
por José Mª Castillo 11-Febrero-2008
“El mundo tiene prisa, y se acerca a su fin”. Esto dijo el arzobispo Wulfstan en un sermón pronunciado en York en 1014. O sea, hace casi mil años, ya había clérigos amenazando con desastres inminentes. Lo que pasa ahora es que la rapidez y profundidad de los cambios se ha acelerado hasta tal punto, que casi todo el mundo está desconcertado. En los últimos 30 años, la sociedad ha cambiado más que en los 300 años anteriores. Y nadie sabe en qué va a terminar todo esto.
Así las cosas, lo primero que conviene tener presente es que los cambios que estamos viviendo ahora son los más rápidos y profundos que se han producido en la historia de la humanidad. Porque son cambios globales, que afectan a todo el mundo y a todos los ámbitos de la vida. Ahora bien, cuando en la sociedad y en la cultura se producen procesos de cambio, son las instituciones religiosas las que más lentamente asumen tales cambios. Cuando la historia avanza tan velozmente, las religiones se quedan rezagadas. Lo cual es comprensible. Porque las religiones se basan en revelaciones, tradiciones, ritos ceremoniales, usos y costumbres, que tienen su origen en tiempos remotos, y que los creyentes asumen y hacen suyos hasta tal punto que modificar eso es inevitablemente lento y complicado. De donde resulta que, en este momento, las religiones producen la impresión de “cosas de otros tiempos”, que poco a nada tienen que ver con lo que está pasando y estamos viviendo ahora. Si a eso se añade que, con frecuencia y en muchas cosas, las religiones mandan y prohíben lo que a mucha gente le parece inútil, anticuado, incómodo o insoportable, ya tenemos una de las razones (no la única) más fuertes de lo que está pasando. Porque todo esto, como es lógico, afecta a nuestra Iglesia más de lo que imaginamos. Por eso yo me resisto a explicar los conflictos entre la Iglesia y el Gobierno echando mano de argumentos que no tocan el fondo del problema. Decir que los obispos son de derechas, que no son ni tan inteligentes ni tan buenas personas como deberían ser y cosas parecidas, todo eso seguramente tiene su parte de verdad. Pero el problema no está básicamente en nada de eso. ¿Por qué?
Cuando la Iglesia es vista por mucha gente como una cosa trasnochada, en las ideas que propone, en el lenguaje que usa, en las ceremonias que organiza, en las normas que impone y hasta en las vestimentas y oropeles que con frecuencia usa, y si además muchos ciudadanos ven que todo eso no sirve sino para complicarles la vida más de lo que ya está complicada, entonces pasa lo que tiene que pasar: las iglesias se van quedando cada día más vacías, los seminarios y conventos más solos, los recursos económicos escasean, la presencia social de la religión se hace problemática y así sucesivamente. La consecuencia de todo esto es que los dirigentes religiosos y sus feligreses más incondicionales se ven arrinconados y pueden tener la impresión de que no se les quiere o están en peligro. La salida, entonces, son los comportamientos fundamentalistas. El fundamentalismo, en efecto, es “tradición acorralada” (A. Giddens). Y el que se siente amenazado, se agarra a un clavo ardiendo. Y si el “clavo”, en lugar de arder, da dinero, aporta privilegios y lleva fieles incondicionales a los templos, ya tenemos la mejor explicación de lo que están haciendo los obispos españoles precisamente en estos días. Con un matiz que es fundamental. Los obispos hacen lo que estamos viendo porque están plenamente convencidos y seguros de que es eso lo que tienen que hacer, aunque tengan que pagarlo a costa de impopularidad y otros inconvenientes importantes. Pero tienen la fundada esperanza de que los resultados de las próximas elecciones les favorezcan y así les ayuden a salir de la penosa situación en que la Iglesia se ve metida.
A mí me parece que, por el camino del integrismo religioso y la restauración de la Iglesia anterior al Vaticano II, esta Iglesia no va a ninguna parte. Porque el problema no está en recuperar la Iglesia de los tiempos de Pío XII, sino en volver a la Iglesia de los orígenes, la que nació del Evangelio y nos ha transmitido la memoria de Jesús. Eso, y no otra cosa, es lo que muchos cristianos echamos de menos en la Iglesia. Los problemas de la familia, de lo que se enseña o se deja de enseñar en la escuela, el aborto, la eutanasia, los homosexuales, la derecha o la izquierda, todo esto puede tener la importancia que tenga. Pero mil veces más importante que todo eso es vivir como Jesús nos dijo que tenemos que vivir. Sin embargo, ahí está el problema. Lo que está pasando estos días con el libro, que ha escrito J. A. Pagola sobre Jesús, es elocuente. No puede ser casual que un libro sobre Jesús haya vendido 40.000 ejemplares en pocas semanas. Pero resulta que un libro, que tanto interesa a la gente, es sospechoso para los obispos. Es evidente que la gran mayoría de los creyentes va en una dirección y los obispos en otra. Sin olvidar una cosa que es fundamental: Roma está perfectamente enterada de todo esto. Y no solamente lo consiente, sino que lo justifica y lo fomenta. Porque la cuna del fundamentalismo católico no está en Madrid, sino en Roma. El papa diciendo misa en latín y de espaldas al pueblo es todo un símbolo. En vez de recuperar el retraso histórico y cultural que lleva la Iglesia, su cabeza visible retrocede hasta el siglo VIII, que fue cuando empezó la misa de cara a la pared y dicha en una lengua que la gente ya empezaba a no entender.
Termino: dejemos a los políticos ya los obispos que anden a la greña según les convenga. Y vamos a tomar más en serio el Evangelio y la memoria de Jesús. Sólo por ahí puede venir la solución a la penosa situación que estamos padeciendo.
[Este artículo ha sido publicado también en Ideal de Granada]
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(1) Anticlerical 'se opone al clero' ≠ anticlericalista 'se opone al clericalismo'. Ver: Anticlerical ≠ anticlericalista
(2) Franco, ese hombre, por Carmen González.
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