lunes, diciembre 08, 2008

ETA ha vuelto a humillar a los Vascos

ETA ha vuelto a humillar a los Vascos

Permalink 08.12.08 @ 17:17:00. Archivado en Europa, España, Sociogenética, Ética, Pro justitia et libertate

Éste es uno de esos momentos en que duele ser vasco. Humillado en sus propios valores universales y particulares, el vasco siente que le arrancan de nuevo el orgullo de pertenecer a un pueblo digno, respetuoso, justo, fraternal, solidario, humanista, trabajador, emprendedor, generoso, fiel, abierto, universalista.

El pueblo vasco sabe que estos valores universales no le impiden ser de los más antiguos de Europa, y por ello: milenario, misterioso, digno de ser estudiado, restaurado y conservado en sus valores particulares auténticos, cuyo atractivo considera mágico, por ser un patrimonio en gran parte desconocido.

Pero al vasco le duele ser vasco cada vez que la banda terrorista ETA lo condena a vivir en el infierno de una identidad estrecha, xenófoba y misántropa, que no es la suya.

Esto le sucede cada vez que ETA asesina a una persona, pretendiendo que lo hace en nombre del pueblo vasco.

El vasco es consciente de que ETA está transformando la imagen de su pueblo en la de un colectivo de homicidas suicidas, peligrosos para el País Vasco, para España, para Europa y para toda la humanidad.

La escritora vasca Isabel Aspe-Montoya, que ha vivido de cerca la reacción de su pueblo ante el asesinato del empresario Ignacio Uría Mendizábal, expresa lo esencial de este sentimiento de vergüenza colectiva.

Agradezco a Isabel y a los editores de cafebabel.com, la revista europea, la atención que han prestado a mis propias publicaciones sobre este tema.

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ETA vuelve a asesinar: el eco de Bombay resuena en Europa
por Isabel Aspe-Montoya
Vitoria.

El eco de la muerte escuchado en Bombay resuena también en Europa. Yo lo oí el 3 de diciembre de cerca, sonó a poco más de 100 km de mi casa. Un hombre caía al suelo tras varios disparos al pecho y la cabeza. Cómo duele ser vasco en estos momentos, cuando sientes que te arrancan de nuevo el orgullo de pertenecer a este pueblo mágico y milenario, cuando de nuevo la banda terrorista ETA nos condena a vivir en el infierno de la identidad.

Y mientras una escribe tres líneas más, el hombre que agonizaba en el suelo ya ha muerto. Otra víctima de ETA, otra esperanza que se apaga, otra pena que ahoga a este pueblo. Nuestros ideales convertidos en muerte, nuestra patria en guillotina. Es el número 825. Tras casi 50 años de existencia ETA nos ha proporcionado a los vascos 825 razones para sentirnos miserables. A cada cual más cruel e innecesaria. Me gustaría pensar que no va a haber ni una más, pero ETA sigue convencida de que tiene que liberarnos, salvarnos de nosotros mismos. A nosotros, los vascos, quieren salvarnos ellos. A nosotros, los que, como decía el escritor y filósofo Albert Camus, queremos amar nuestro país sin dejar de amar la Justicia.

ETA ha asesinado a 825 personas en sus 50 años de historia, además de miles de heridos

Ellos, los valientes que llevan pistolas. Ellos, los sabios que prefieren matar antes que dar la vida por su país. Ellos, los libertadores que asesinan a su amado pueblo. Ellos, los héroes que convierten nuestros sueños en pesadillas. Ellos, los verdaderos patriotas, los auténticos abertzales, los guardianes de todas las esencias vascas, los únicos merecedores de juzgar quién merece vivir y quién merece morir.

Ellos, todos ellos, los que se han vuelto a equivocar, los que se han equivocado siempre.

Ellos, que si no matasen, amenazasen y extorsionasen, darían casi risa. Ellos, los que hoy sólo nos dan pena y asco, mucha pena y mucho asco. Su pueblo no les quiere. Su patria no les necesita. Cada vez son menos. Cada vez son más cobardes.

"Ellos, que si no matasen, amenazasen y extorsionasen darían casi risa"

El terrorismo es un desgraciado destino que los vascos compartimos con muchos países, culturas y religiones donde una minoría vive de forma temerosa e impotente la inmensidad de la globalización.

El eco de cada bomba, cada tiro, cada muerto y cada amenazado llega a nuestros oídos y no podemos permanecer indiferentes. Como diría Hemingway pregúntate por quién suenan las campanas en Bombay, Nueva York, Líbano, Bali, Londres, Palestina, Madrid, Bagdad, Azpeitia o Kabul. En cada calabozo, centro de detención o confinamiento donde los derechos humanos se ausentan y una persona es torturada, en cada guerra o conflicto promovida o alentada por tu país donde personas son asesinadas o forzadas al exilio o a vivir en campos de refugiados... Las campanas suenan por ti.

Duele no solo ser vasca, sino ser ciudadana del mundo y encender la tele, escuchar la radio, leer el periódico y ver que en pleno siglo XXI aún no hemos aprendido que las campanas suenan aquí y allá, pero siempre es por cada uno de nosotros. Somos hermanos, primos, miembros de una gran familia que está condenada a entenderse. La Unión Europea es una buena prueba de todo ello. Siglos de encarnizadas luchas, guerras fratricidas y enfrentamientos han acabado dando lugar a un proyecto de cooperación. No hay otro destino posible. Si queremos que haya destino, claro.

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