Todos por el fin del drama colombiano
25.07.08 @ 09:35:51. Archivado en Las Américas, Ética, Pro justitia et libertate
El drama de Colombia no ha cesado: centenares de secuestros, tres millones de desplazados internos, problemas de derechos humanos, entre otros, configuran la realidad del país.
Consciente de ello, Colombia entera se hizo de nuevo presente en las marchas que fueron programadas tanto en las diversas ciudades del interior del país como en muchas ciudades del exterior, para rechazar el secuestro, el terrorismo y a las FARC.
Las marchas colombianas tuvieron sus homólogas en múltiples países del resto del mundo, donde miles de personas fraternizaron con nuestros amigos colombianos.
Esta dimensión más amplia fue esencial para colocar la liberación de los rehenes en un referente ineludible de la política colombiana, hemisférica y mundial. Esto fue comprendido e inteligentemente potenciado por la madre de Ingrid, Yolanda Pulecio, quien procuró globalizar la presión sobre las FARC y Uribe, para obtener el retorno de su hija y de los demás secuestrados. La operación militar, que culminó con el rescate de Ingrid Betancourt, fue un categórico triunfo del gobierno colombiano.
"Si la maniobra fue fruto de la audacia de los cuerpos de seguridad del país o producto de la corrupción de mandos medios de las FARC es, a los fines prácticos, poco relevante: los insurgentes sufrieron un golpe tremendo.
Sin embargo, la cuestión humanitaria sigue pendiente. Hay otros 25 secuestrados políticos y muchos otros rehenes por motivos económicos en poder de las FARC. Por paradójico que resulte, este es el momento más adecuado para un compromiso humanitario.
Los rehenes ya no son una carta de negociación para la insurgencia: mientras más pasa el tiempo más se ilegitiman nacional e internacionalmente y ya nadie está dispuesto a abrir un espacio para su reconocimiento político o estatus de beligerancia.
La administración Uribe puede saborear su última victoria político-militar sobre las FARC pero no puede desatender a más de 700 colombianos que aún padecen la crueldad del cautiverio forzado. Ambos, gobierno y guerrilla, pueden ganar hoy más con un acuerdo práctico que con el intercambio de advertencias y excusas.
De ningún modo se trata de iniciar un proceso de paz; se trata de un pacto humanitario razonable que, eventualmente y en el futuro, pueda ser recordado como el antecedente de una solución política al prolongado conflicto armado interno. Y en ese sentido, habrá que gestar y reforzar una coalición de voces, estatales y no estatales, colombianas e internacionales, a favor de una opción humanitaria" (Juan Gabriel Tokatlian).
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El humanitarismo post-Ingrid
Por Juan Gabriel Tokatlian,
profesor de relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés.
La liberación de todos los rehenes secuestrados en Colombia se transformó en un clamor internacional. La Argentina contribuyó en importante medida a esta acción diplomática y debe seguir haciéndolo como contribución al proceso de paz.
Se ha creado un contexto favorable para imprimirle un gran impulso humanitario al largo conflicto armado en Colombia. Por lustros fue creciendo la industria del secuestro político y criminal: quizás ahora estén dadas las condiciones internas e internacionales para superar el oprobio y el dolor que genera esta práctica distante de todo espíritu o alcance revolucionario.
Hace más de seis años, cuando Ingrid Betancourt fue interceptada por las FARC mientras hacía proselitismo electoral, en Colombia interpretaron su captura como el resultado de su imprudencia e ingenuidad. Pocos reclamaron un gesto inmediato de las FARC a favor de su devolución. Elegido en 2002 el presidente Alvaro Uribe la situación de Ingrid desapareció de la agenda política y mediática colombiana: se trataba de desplegar una estrategia de mano dura frente a la insurgencia y cualquier atisbo de sensibilidad con el caso era interpretada como un gesto de debilidad.
Salvo por algunas personas, como el ex presidente liberal Alfonso López Michelsen, quien propuso un acuerdo humanitario gobierno-guerrilla, escasamente surgían voces a favor de una fórmula de transacción que permitiera poner fin al calvario de Betancourt.
Detrás de diferencias presuntamente semánticas -intercambio o canje-, de posturas retóricas -para el gobierno los insurgentes eran terroristas y para las FARC los secuestrados eran retenidos-, y de visiones tácticas alternativas -un acuerdo bilateral con o sin despeje de territorio- había algo evidente: no existía suficiente voluntad política para una salida incruenta al drama humanitario de Ingrid y otros 60 rehenes "políticos". Mientras tanto, una política estatal más vigorosa reducía el número de secuestros "no políticos". A partir de 2005 Francia asumió con mayor ímpetu el liderazgo en la demanda de la liberación de Betancourt. París logró que España y Suiza secundaran una iniciativa iniciada con Chirac y aumentada por Sarkozy.
Lo que aconteció en los últimos meses es más conocido: Hugo Chávez se involucra y una serie de altos y bajos sucedieron entre Colombia y Venezuela en relación con el tema de los rehenes. Argentina fue mostrando mayor interés en el tema como parte de su política internacional en derechos humanos. La intersección entre París y Buenos Aires fue creciendo y ambas capitales tuvieron un papel activo en la concreción de la Convención Internacional para la Protección de Personas contra las Desapariciones Forzadas y en torno al caso de Ingrid Betancourt.
El rol argentino fue importante porque contribuyó a internacionalizar el reclamo a favor de una acción humanitaria: la tragedia de los secuestros no se circunscribía ya a un pedido francés y venezolano.
Esta dimensión más amplia, a la que se fueron sumando más países y líderes, fue esencial para colocar la liberación de los rehenes en un referente ineludible de la política colombiana, hemisférica y mundial. Esto fue comprendido y potenciado por la madre de Ingrid, Yolanda Pulecio, quien procuró globalizar la presión sobre las FARC y Uribe, para obtener el retorno de su hija y de los demás secuestrados. La operación militar que culminó con el rescate de Betancourt fue un categórico triunfo del gobierno colombiano.
Si la maniobra fue fruto de la audacia de los cuerpos de seguridad del país o producto de la corrupción de mandos medios de las FARC es, a los fines prácticos, poco relevante: los insurgentes sufrieron un golpe tremendo.
Sin embargo, la cuestión humanitaria sigue pendiente. Hay otros 25 secuestrados políticos y muchos otros rehenes por motivos económicos en poder de las FARC. Por paradójico que resulte, este es el momento más adecuado para un compromiso humanitario.
Los rehenes ya no son una carta de negociación para la insurgencia: mientras más pasa el tiempo más se ilegitiman nacional e internacionalmente y ya nadie está dispuesto a abrir un espacio para su reconocimiento político o estatus de beligerancia.
La administración Uribe puede saborear su última victoria político-militar sobre las FARC pero no puede desatender a más de 700 colombianos que aún padecen la crueldad del cautiverio forzado. ***Ambos, gobierno y guerrilla, pueden ganar hoy más con un acuerdo práctico que con el intercambio de advertencias y excusas.
De ningún modo se trata de iniciar un proceso de paz; se trata de un pacto humanitario razonable que, eventualmente y en el futuro, pueda ser recordado como el antecedente de una solución política al prolongado conflicto armado interno. Y en ese sentido, habrá que gestar y reforzar una coalición de voces, estatales y no estatales, colombianas e internacionales, a favor de una opción humanitaria.
Por eso, ante una posible visita de Ingrid a la Argentina, el gobierno de Cristina Fernández podría acompañar una labor en esa dirección. El drama de Colombia no ha cejado: centenares de secuestros, tres millones de desplazados internos, problemas de derechos humanos, entre otros configuran la realidad del país. El éxito humanitario podría generar una coyuntura más propicia para ir superando los otros dramas pendientes. Así, el horizonte abierto con la liberación de Ingrid podrá, por fin, contribuir a la pacificación real en Colombia.
(1) Juan Gabriel Tokatlian es Director de ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina. Vivió en Colombia entre 1981 y 1998, donde estuvo vinculado académicamente a la Universidad Nacional, entre 1995 y 1998, y a la Universidad de los Andes, entre 1982 y 1994. Fue columnista del diario El Tiempo y colaborador de diversas revistas. Tiene un PhD en relaciones internacionales de The Johns Hopkins University of Advanced International Studies. Autor de Hacia una nueva estrategia internacional: el desafío de Néstor Kirchner y Globalización, narcotráfico y violencia: siete ensayos sobre Colombia.
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