miércoles, marzo 19, 2008

Traicionado, muerto y resucitado como Jesús

Traicionado, muerto y resucitado como Jesús

Permalink 18.03.08 @ 23:58:11. Archivado en Sociogenética, Ética, Religiones, Pro justitia et libertate

A todos aquellos que, tras haber sufrido como cosa propia la traición y la muerte de sus seres queridos, victimas del terrorismo, esperan con fe su resurrección, les ofrezco esta meditación, que ya hicimos juntos el 14.04.06, aplicándola a nuestra condición humana de pecadores redimidos por Jesús.

El Salvador por antonomasia, Jesús en arameo, fue traicionado por sus mejores amigos. Todos le fallaron y le abandonaron.

Uno de ellos lo vendió por treinta denarios y condujo a quienes habían de detenerlo al lugar donde Jesús se preparaba en la congoja y el sudor de sangre, para enfrentar la suerte que le estaba reservada y que él conocía perfectamente.

El traidor lo hizo abandonando la mesa pascual, donde Jesús había anunciado que iba a dar su vida por sus amigos, entregado por uno de ellos allí presente (1).

Otro amigo, el más firme, llamado por ello Pedro, supuestamente resistente como la Piedra, le negó tres veces solemne y vergonzosamente, poco después de haber pretendido defenderlo por la espada.

Negado, traicionado y abandonado por sus amigos, Jesús fue puesto entre las manos del poder extranjero por las autoridades religiosas de su propio pueblo. Condenado al suplicio de la cruz hasta la muerte por este poder extranjero, el suplicio fue ejecutado con saña y escarnio, sin que ninguno de sus amigos se atreviera ni a defenderlo con su testimonio ni a ayudarlo con su valor.

El único consuelo dolorido que tuvo durante los espasmos de su agonía fue la patética presencia de su madre dolorosa, acompañada en su dolor por el dolor de dos fieles discípulas, más valientes que los hombres, y del más joven de sus discípulos, que servía de frágil apoyo a las tres frágiles mujeres fuertes.

La muerte de Jesús tuvo lugar encomendando su espíritu al Padre, con una gran voz, que fue su último suspiro, tras haber protestado con franqueza de hijo por el abandono en que lo había dejado ante la prueba suprema.

Pero el Padre, a pesar de que permitió su sacrificio humano hasta el final, con su atroz muerte, no lo abandonó, sino que le devolvió la vida humana que Jesús le había confiado filialmente en el momento supremo de encomendarle su espíritu.

La resurrección de Jesús no fue postergada al final de los tiempos, sino que tuvo lugar al tercer día de su muerte, de manera que todos los que habían creído en él y muchos más que se unieron a ellos en la fe pudieron constatarla con sus propios ojos, con sus oídos y con sus propias manos. El cuerpo visible y tocable de Jesús resucitado ostentaba las llagas gloriosas del crucificado.

Es muy importante que prestemos atención a este hecho: Jesús resucitó al tercer día de su muerte en la cruz, para volver inmediatamente a la vida presente de quienes esperaban que sus vidas se transformarían radicalmente por obra suya en este mundo actual.

Traicionaríamos la verdad de esta realidad histórica si pretendiéramos que Jesús abandonó a los suyos tras su muerte en cruz, sea sucumbiendo definitivamente a la muerte, sea posponiendo su resurrección al fin de la historia. En el primer caso Dios Padre le habría abandonado. En el segundo Jesús habría dimitido de su función de Hijo de Dios hecho hombre, cuyo designio era convivir y salvar a sus hermanos humanos en el curso de su historia como Hijo del Hombre.

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(1) "Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.

Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es la Alianza Nueva sellada con mi sangre, que por vosotros se derrama.

Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en la mesa. A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado! Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí, quién de ellos sería el que había de hacer esto." (Lc. 22, 14-23)

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