jueves, octubre 04, 2007

Los monjes con el pueblo

Los monjes con el pueblo

Permalink 03.10.07 @ 23:45:02. Archivado en Universidades, Hispanobelgas, Sociogenética, Ética, Religiones, Educación, Pro justitia et libertate

Los monjes budistas birmanos están pagando con su vida la solidaridad que les une al sufrimiento de su pueblo. Mi amigo José María Castillo (1), el teólogo español que más firmemente ha apoyado a nuestros colegas universitarios jesuitas mártires del Salvador, hasta el punto de renunciar, a sus setenta y ocho años de edad, al confort de su vida comunitaria, para protestar libremente por el proceso doctrinal contra Jon Sobrino, reflexiona sobre este ejemplo de solidaridad de los monjes budistas birmanos.

Una de las cosas que más preocupan al teólogo José María Castillo, que es al mismo tiempo un testigo fiel de la encarnación, humillación suprema y resurrección del Hijo de Dios en Jesús, es la pujanza que ahora tiene en ciertos ambientes, la espiritualidad que “entontece” a los devotos. A su modo de ver, tanto teológico como pastoral y personal, éste es uno de los “peligros” más serios que amenazan en los tiempos que vivimos, no sólo a la espiritualidad, sino a las personas que la cultivan y la fomentan.

Haciendo autocrítica del sistema de vida del que beneficiamos, tanto los intelectuales como los religiosos, en el mundo occidental en que vivimos, José María nos advierte con la sencilla sinceridad del profeta que caracteriza su incansable acción pastoral: "los que vamos por la vida como “espirituales”, ahí estamos, satisfechos con nuestra “espiritualidad”. Me da por pensar que una espiritualidad así, resulta, por lo menos, “sospechosa”".

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Los monjes con el pueblo
por José Mª Castillo

28-Septiembre-2007

Los monjes budistas se han echado a las calles, unidos a su pueblo, en protesta por la opresión que sufren las gentes del Estado de Myanmar, en el sudeste asiático. Ya han muerto algunos de estos monjes por causa de la brutal represión militar que sufre la población.

Hace 20 años, el hambre del pueblo oprimido movilizó a la población al levantamiento en protesta por la dictadura brutal de los militares y la corrupción de los políticos. Entonces hubo unos 3.000 muertos entre civiles y “hombres de la religión”. ¿En qué va a parar la protesta de ahora? Es imprevisible. En todo caso, una de las cosas que sabemos es que los monjes budistas están pagando con su vida la solidaridad que les une al sufrimiento de aquel pueblo.

El hecho merece una reflexión. Recomiendo el documentado análisis que Vicenç Fisas ha publicado sobre la situación política de Myanmar y sus implicaciones (El País, 26.9.07).

Lo que a mí me hace pensar es la implicación de los monjes en la protesta popular. En no pocos ambientes del mundo occidental, se ha divulgado la idea de que el budismo es una religión que fomenta una espiritualidad ausente de los problemas que se plantean en la vida civil, en la sociedad, en la política, en la convivencia ciudadana. El ideal de tal espiritualidad sería solamente la Iluminación (“bodhi”) como conocimiento, al margen del mundo, en el retiro, la oración y el silencio. Y eso es cierto. Pero eso nada más es sólo una parte de la verdad. Porque tan cierto como eso es que el budismo comporta, concretamente para los monjes, una ética exigente. Por ejemplo, el profesor Thich Nhat Hanh, que fue director de la Escuela de Sociología de la Universidad Vanh Hanh, en Saigón, manifestó que, ya en el siglo pasado, el budismo se veía enfrentado a dos “ismos”, el comunismo y el anticomunismo. Y afirmaba que cuando un soldado mataba a otro hombre a causa de su “ismo”, no disparaba contra un hombre, sino contra una idea que brotaba de su propio miedo. Este profesor, monje-poeta, insistía en que el budismo necesita “actualizarse”, más que “modernizarse”.

Una de las cosas que más me preocupan, en los tiempos que vivimos, es la pujanza que ahora tiene en ciertos ambientes, la espiritualidad que “entontece” a los devotos. Es éste uno de los “peligros” más serios que amenazan, no ya a la espiritualidad, sino a las personas que la cultivan y la fomentan.

No cabe duda de que en la España de la República, de la guerra civil y de la dictadura franquista hubo miles de personas profundamente religiosas y que vivieron una espiritualidad sincera. Personas ejemplares y de una generosidad a toda prueba. Con todo, yo no sé qué nos pasa a los cristianos, pero el hecho es que, por ejemplo, cuando en España hemos sufrido hambre, represión, violencia y muerte, los “espirituales” nunca se han echado a la calle, jamás se han fundido con las protestas del pueblo. Y si es cierto que hemos tenido hombres y mujeres de extremo heroísmo que han dado su vida, la han dado más por “la fe”, por “la religión”, por “la Iglesia”, que por manifestarse públicamente identificados con el dolor y la causa de aquellos a quienes les ha tocado la peor parte en nuestra penosa historia del siglo XX.

Sabemos que la Iglesia ha canonizado al P. Maximiliano Kolbe, que dio su vida por salvar a un compañero en un campo de concentración, en la segunda guerra mundial. Como sabemos que Teresa de Calcuta ya está en los altares. Pero me pregunto por qué Monseñor Romero, asesinado en 1980 sobre el altar en el que decía misa, espera todavía que su causa salga adelante en Roma. Y como Romero, tantos otros que, en los años de las dictaduras de América Latina, no hicieron ni más ni menos que lo que ahora están haciendo los monjes budistas en Myanmar.

Posiblemente los monjes de la antigua Birmania se han echado a la calle porque ellos también son víctimas de la represión militar. Si es así, se comprende su reacción y su protesta. Seguramente la meditación budista les ha llevado a identificarse con la suerte y las desgracias del pueblo atropellado en sus derechos más fundamentales.

Es un ejemplo a imitar. Y un motivo para pensar. Y ese pensamiento me lleva a hacerme esta pregunta: ¿por qué la meditación del Evangelio no lleva a nuestros obispos, a nuestros sacerdotes, a nuestros frailes y nuestras monjas a manifestarse gritando por las calles contra el trato que se les da a muchos inmigrantes, contra la corrupción urbanística, contra el abandono en que viven tantos ancianos, contra las pensiones de miseria con que tienen que sobrevivir muchos miles de españoles, contra la venta de armamentos, contra las mentiras de los políticos que nos han crispado a todos?

¿Por qué nos callamos ante cosas que claman al cielo, al tiempo que mucha gente ve como lo más natural del mundo que los obispos se tiren a la calle para protestar por los derechos que se les conceden a los homosexuales?

Seguramente, si los monjes budistas de Myanmar estuvieran en nuestra España actual, a lo mejor se quedarían rezando en sus monasterios. No lo sé. Quizá hace falta verse con el agua al cuello para pedir a gritos que las cosas cambien. Pero no olvidemos que ahora mismo hay en España y en el mundo demasiada gente con el agua al cuello y, que yo sepa, los que vamos por la vida como “espirituales”, ahí estamos, satisfechos con nuestra “espiritualidad”. Me da por pensar que una espiritualidad así, resulta, por lo menos, “sospechosa”. Sin duda otras cosas se podrían decir sobre este asunto. El espacio de este artículo no da para más.

(1) Antiguo catedrático y actual profesor emérito de la Facultad de Teología de Granada y profesor invitado de las Universidades Gregoriana de Roma, Comillas de Madrid y Centroamericana "José Simeón Cañas" de El Salvador. Es vicepresidente de la Asociación de teólogas y teólogos Juan XXIII. Desde hace muchos años coordina, organiza, e imparte cursos, conferencias, congresos, seminarios y sesiones de formación teológica por toda España y Latinoamérica. Fecundo polígrafo, particularmente apreciado por lectores de todo el mundo, ha publicado treinta y siete libros y gran cantidad de artículos, tanto en revistas teológicas como en la prensa general.

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