jueves, agosto 09, 2007

El español, nuestra gran casa común

El español, nuestra gran casa común

Permalink 09.08.07 @ 10:10:10. Archivado en Las Américas, Lingüística, Hispanobelgas, España, Sociogenética, Antropología, Educación, Pro justitia et libertate

El español como lengua común de España, de gran parte de América y de otros países, es oficial en todos ellos porque es su koiné; lo que significa que les es común en el sentido de que permite a todos sus hablantes el entenderse sin necesidad de traducción ni de interpretación.

Esta ventaja comunicacional es comparable con la que ofrecen como protección contra la intemperie el tejado, los cimientos y los muros comunes de una gran casa comunitaria a todos los que viven dentro de ella. En ambos casos la ventaja común existe sin menoscabo de las ventajas diferenciales que el hablante o el habitante pueden seguir disfrutando en su vida más privada. En ambos casos seguirán valiéndose para la vida comunitaria de esta ventaja en común que también considerarán como propia.

Conviene saber que los lingüistas consideramos como koiné la "Lengua común que resulta de la unificación de ciertas variedades idiomáticas" DRAE. El español, nacido como lengua mestiza del castellano, no en solitario, sino en relación sociogenética con otras muchas lenguas, fue buscado y aceptado en toda España y en toda la hispanofonía como lengua mestiza de convivencia; su utilidad no fue impuesta, sino que fue engendrada tras ser buscada. Aquende y allende el Atlántico y el Mediterráneo, en los siglos pasados como ahora, la gente buscaba y busca el español como vehículo de cultura, de unión, de ascenso social.

La guerra de lenguas es un invento reciente de pequeños grupos extremistas, que han puesto las lenguas minoritarias al servicio de sus ambiciones políticas, convirtiéndolas en armas arrojadizas nacionalistas. Cada grupo la suya, como en Babel, lugar diabólico que escenifica la ruina del Bien Común por pérdida del sentido común y de la lengua comunitaria que lo hacían posible. Caracteriza a estos nacionalistas, enemigos acérrimos del Bien Común, el que lo sean de naciones que nunca existieron como tales. Antes de este invento no había guerra de lenguas: la lengua común y las minoritarias convivían, cumpliendo cada una su cometido propio. Así sigue practicándolas, en realidad, la mayoría de los hablantes: la común para el Bien Común de la gran comunidad de conciudadanos, sin excluir a ninguno, y la minoritaria para las relaciones familiares y cordiales propias a cada grupo.

La búsqueda del monolingüismo, promovida por los nacionalistas, fue certeramente desenmascarada y condenada por el insigne lingüista vasco Miguel de Unamuno, en un texto de los años treinta del siglo pasado, que los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos ocultan celosamente, por miedo de ver desprestigiado su empeño por desconectar a su pueblo del mundo, para mantenerlo en su exclusiva dependencia totalitaria.

Hacer obligatorio el conocimiento de una lengua minoritaria, cuando ya existe una lengua común, es obrar contra la justicia, imponiendo por capricho totalitario una obligación fuera de toda necesidad. En territorios donde la totalidad de las personas hablan la lengua común, sin que nadie, excepto los extremistas, quiera eliminar las otras lenguas, ¿a qué conduce ese conflicto entre las lenguas minoritarias y la lengua común? "Las lenguas comunes se han inventado para unir, para entenderse dentro y fuera" (R. Adrados). Lo peor que podría pasarles a los defensores del monolingüismo de las lenguas minoritarias es ganar esas guerras aislacionistas, porque sus hablantes quedarían reducidos en su capacidad de comunicación a mínimos territorios aislados.

La búsqueda de una koiné no es cosa sólo de los pueblos hispánicos, sino que es un fenómeno pancrónico general. Las grandes culturas, tanto europeas como no europeas, entre las cuales cabe recordar como ejemplos tanto la celta, la latina y la griega como la sánscrita, la árabe y la china, expandieron grandes lenguas comunes, para que sus hablantes se entendieran tanto en el ámbito cultural como en el religioso, en el administrativo y en el económico, sin excluir sino potenciando el ámbito personal y familiar. En las grandes naciones sólo hay una sola lengua común, cuya característica principal no es su origen más o menos prestigioso, sino el ser buscada por todos como tal lengua común. Así sucedió con el latín en el Imperio Romano, con el español en los países hispánicos y con el inglés en la Commonwealth of Nations, etc. Tanto éstas como todas las lenguas comunes o koinés son "un fenómeno socio-político-cultural que responde a la necesidad de entenderse en un amplio territorio. Es algo prepolítico y postpolítico, solo secundariamente político". (R. Adrados).

"Someter las lenguas comunes a castigo y persecución es regresión. Mal para todos. Es ir contra la historia, el mutuo entendimiento y el progreso" (R. Adrados). Es como si los habitantes de una casa comunitaria decidieran suprimir el tejado, los cimientos y los muros exteriores comunes, para quedarse con sus apartamentos respectivos suspendidos en el aire. Sin embargo, es lo que hoy se hace en España con el español, segunda lengua común de ámbito internacional. Los nacionalistas antihispanistas pretenden hacer vivir a la intemperie a quinientos millones de hablantes cuya casa común es la lengua española.

Estas ideas fundamentales y muchas otras las aprendimos desde los años cincuenta y sesenta, tanto en España como en el resto de Europa, todos los que teníamos oídos para oírlas o leerlas de los labios y de la pluma de nuestro gran maestro del helenismo, del comparatismo, del humanismo y de la lingüística general Francisco Rodríguez Adrados.

Hoy, desde la altura de sus lúcidos ochenta y cuatro años bien cumplidos, Adrados nos las recuerda con la misma claridad, con la misma valentía y con la misma solicitud cariñosa de siempre:

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La lengua común de España
por Francisco RODRÍGUEZ ADRADOS,
de las reales academias de la Lengua y de la Historia

Sobre el español como lengua común de España y no sólo de España, también de gran parte de América y de otros países, hablé en el Congreso de Academias de la Lengua Española en Cartagena de Indias, el marzo pasado. Lo repetí en alguna conferencia. ¿Por qué no insistir aquí? Vean lo que dice el Diccionario de la Academia, en el lema «español», en su uso masculino y substantivo: «lengua común de España y de muchas naciones de América, hablado también como propia en otras partes del mundo». Si es oficial, como dice la Constitución, es porque es común, no al revés; y si el Estatuto de Cataluña lo admite como oficial porque es oficial en el Estado (se entiende que español), esto es un sofisma. Es lengua común, simplemente, porque es común. Y es propia de todos. Son hechos. No en el sentido de «común» como vulgar o popular (hay el francés, el alemán común), sino en el sentido de que es communis, propio de todos. Una traducción del término griego que usamos los lingüistas: koiné. Había múltiples lenguas o dialectos griegos y había múltiples lenguas en los territorios que conquistó Alejandro: en Egipto, Persia, India, etc. Pero todos aceptaron una lengua común: el griego evolucionado, descendiente del ático, que llevaron consigo los macedonios. El que valía para entenderse. También lo escribían los búlgaros, los nubios, los romanos. Como luego hablaban en latín (otra lengua común) los sirios y britanos, los iberos y los númidas. Entre otros.

Una lengua común no suprime a las otras, vive junto a ellas para que todos se entiendan. Pero en España campañas interesadas tratan de ocultar los hechos: según ellas (llegaron a la Constitución, contra Dámaso Alonso, que dirigía la Academia Española) el español es castellano, es decir, una lengua regional (lo fue en el origen, ciertamente) invasora de las «lenguas propias». Como mucho, es «oficial», algo que impone el Boletín. Pues no: el español, nacido del castellano, fue buscado, aceptado en toda España como lengua de convivencia: no impuesto, buscado. En Cataluña y en toda España desde el siglo XIV y aún antes. En América desde el XVI: los frailes beneméritos que predicaban en las lenguas indígenas, fracasaron. Colón, en su segundo viaje, encontró indios que hablaban español. Luego creció, fue imponiéndose. La rebelión de Tupac Amaru, en el XVIII, hacía su propaganda en español. Los independentistas lo aceptaron. ¿Por qué? Hubo sin duda algunos intentos de imposición, bien publicitados. Pero lo esencial es que la gente buscaba el español, vehículo de cultura, de ascenso social, de unión. Aquí y allí. Que hubiera un reflejo del poder político no se duda, pero era, sobre todo, un hecho cultural y social. Las otras literaturas desaparecieron, prácticamente, desde el XIV y el XV. No se difundían, no interesaban.

Pero no había guerra de lenguas: la común y las minoritarias convivían. Así sigue, en realidad. Pero hay pequeños grupos que han puesto la lengua al servicio de sus ambiciones políticas, la han hecho un arma nacionalista. Nacionalista de naciones que nunca existieron como tales. Hay varios libros sobre el tema de las lenguas de España, la común y las otras. No voy a citarlos. Explican con datos y estadísticas las ofensivas nacionalistas contra el español, su búsqueda del monolingüismo.

Y cómo la Constitución es mil veces vulnerada. La última vez, por el nuevo Estatuto Catalán cuando (art. 6) hace obligatorio el conocimiento del catalán. Fuera de toda necesidad cuando ya existe una lengua común. Pura confrontación, a la que ayuda la antidemocrática Ley Electoral. Veremos qué dice el TC. Un señor Puigcercós añade que hay que apretar los tornillos: que él no tiene miedo a las guerras lingüísticas. Ya los aprietan bastante: prohibiciones, exigencias para ejercer cualquier puesto, multas, inspecciones, prebendas a los fieles, discriminación en la enseñanza. Y el PSC (y aun el PSOE) se catalaniza, piensa que es rentable. Y el PP ha blandeado desde que defenestraron a Vidal Quadras, Piqué ha sido un error. Veremos ahora. Yo sí tengo miedo a esas guerras. Son guerras de pequeños grupos, que acomplejan o seducen a los demás, guerras en territorios donde no había guerras, guerras que crean problemas y mala sangre. Hay en la Historia mil ejemplos. En territorios donde el 100% de las personas habla español y nadie quiere eliminar las otras lenguas, las minoritarias, ¿a qué ese conflicto? Las lenguas comunes se han inventado para unir, para entenderse dentro y fuera. Y las minoritarias tienden a perder esas guerras. Puigcercós teme que podría haber una Cataluña independiente que hablara castellano. No me extrañaría, ya ven Irlanda: independiente y hablando inglés. Y lo peor que podría pasarles a las lenguas minoritarias es ganar esas guerras. Quedarían reducidas a mínimos territorios aislados.

Esos nacionalistas deberían estudiar un poco de historia lingüística. Disculpen que les recomiende un libro mío, mi Historia de las lenguas de Europa, que voy a sacar tras el verano. Habla de las lenguas comunes: no es cosa sólo de España, sino que es un fenómeno europeo y general. Igual que en España, en las grandes naciones solo hay una sola lengua común. A partir de territorios mínimos se crearon y difundieron las grandes lenguas comunes, buscadas por todos. No solo el castellano, hecho luego español, también el francés y tantas lenguas más.

Así el alemán (el dialecto franconio de Lutero), y el inglés (producto de la fusión de varias lenguas germánicas y una dosis de francés), el italiano (el florentino, no generalizado hasta el siglo XIX), el ruso en su variante de Moscú, del XVIII. Y otras lenguas comunes más. Son un fenómeno socio-político-cultural, responde a la necesidad de entenderse en un amplio territorio. Como en la Antigüedad griega y romana. Es algo prepolítico y postpolítico, solo secundariamente político. Y a nadie se le ha ocurrido enfrentar al alemán con el «okattdeutsch», una lengua diferente, o al italiano con el napolitano y el véneto, ni siquiera con el corso que es también una lengua diferente. Porque el estado natural de las lenguas no es ése de las grandes lenguas comunes, estas son una creación de la historia. Es el de un pulular de lenguas y dialectos. Dicen que en la mitad de Nueva Guinea hay 750. ¿Y qué decir de la América precolombina (donde fueron los misioneros quienes, para difundir su doctrina, extendieron el nahua, el quechua, el guaraní)? ¿Y del África negra? Las grandes culturas europeas, y otras no europeas como la árabe y la china, expandieron grandes lenguas comunes. Para entenderse en el ámbito personal, en el ámbito cultural, en el administrativo, el económico. No excluían la existencia de otras lenguas, ciertamente. Pero someter a las lenguas comunes a castigo y persecución es regresión. Mal para todos. Es ir contra la historia, el mutuo entendimiento y el progreso.

Hoy el español es la segunda lengua internacional (el hindi y el chino, con más hablantes, no son internacionales). Une no solo a los pueblos de España sino a muchos otros más. Crece. Eso sí, tiene un problema en España, todos lo saben. Creo que ya sería el momento de poner una solución racional a un problema nada racional, un problema en realidad inexistente, fomentado artificialmente. Pero nadie se atreve, ni Gobiernos ni instituciones, temen agravar las cosas. Pero las cosas, no atendidas, se agravan solas. Se está viendo. Con una lengua común, cierto que obligatoria, es suficiente, para eso se inventaron. Y la lengua común, en Cataluña, en España y en veinte naciones y para mucha gente más, es el español. Hay en América y España, aquí y allá, además, lenguas entrañables. Pero minoritarias: con una obligatoria, que entiendan todos, es suficiente. No hay que forzar las cosas. Sin agravio para nadie. Con respeto para todos

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