martes, mayo 22, 2007

Teología sin teólogos

Teología sin teólogos

Permalink 22.05.07 @ 14:50:00. Archivado en Universidades, Ética, Religiones

Uno de los problemas más graves que tiene planteada la Iglesia Católica, desde la llegada al papado de Juan Pablo II, es la noción misma de la Teología como disciplina científica, que debe disfrutar como cualquiera de su hermanas universitarias de la libertad académica. La consecuencia inmediata de esta actitud, que los universitarios atribuimos entonces a los servicios vaticanos más que al nuevo Papa, fue que desde entonces nuestros colegas teólogos no disfrutan de la libertad académica plena, garantizada por el Concilio Vaticano II, sino que están sometidos, como antes del Concilio y sin tener en cuenta sus disposiciones, a la minuciosa inquisición de su trabajo y a la censura.

Conviene hacer notar que esta inquisición y esta censura no es la obra fraternal de colegas universitarios del mismo nivel que el encausado, que ofrecerían a su colega la críticas científicas constructivas que le ayudarían a perfeccionar su obra. Los universitarios nos sometemos diariamente a esta disciplina sin que nadie nos lo exija, porque forma parte de nuestro espíritu crítico, una de cuyas caracterísicas es la modestia, ayudada por la solidaridad colegial. Se trata más bien de puros funcionarios, ajenos al diario discurrir de la exigente multidisciplinariedad de la ciencia teológica universitaria, cuya misión consiste en hacer reconocer por el teólogo su deber de obediencia a la jerarquía en todos y en cada uno de los puntos en que les parece que esta autoridad es puesta en duda.

Aunque mis dominios de investigación y enseñanza, refrendados por los respectivos doctorados son la filosofía y la lingüística, he tenido el honor de disfrutar de un año de formación en la Facultad de teología de Granada y he colaborado durante muchos años con el Seminario de Nuevo Testamento de la Facultad de teología de Lovaina. También he tenido el honor de colaborar con la Universidad Comillas, considerándome como uno de los interlocutores habituales de mis mejores maestros de la inolvidable Facultad filosófica complutense, SJ, que siguen enseñando allí.

Cualquier lector puede comprender que este contexto vital me hace sentir con un dolor agudísimo el calvario que sufre nuestro hermano mayor el teólogo José María Castillo, a quien conozco y admiro desde que lo conocí en la Facultad de teología de Granada, allá por los años cincuenta del siglo pasado, cuando uno y otro, cada uno por su particular camino, descubrimos la seducción de la gran familia de intelectuales jesuitas, que sería para siempre la nuestra.

No he tenido la ocasión de hablar con José María, para verificar si su decisión de convertirse en jesuita extramuros y sin papeles, como lo soy yo mismo desde 1961, es debida a su deseo de servir de pararrayos de la Facultad de teología de Granada. Conociendo su personalidad y los innumerables ataques recientes a la Facultad (1), que ha podido interpretar como dirigidos a sus discípulos, creo poder asegurar que él ha tomado esta decisión de afrontar en directo las descargas eléctricas del futuro, para que su Facultad de teología no se quede sin teólogos, por falta flagrante de libertad académica.

(1) Facultad teológica granadina 1/2

Facultad teológica granadina 2/2

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