martes, marzo 13, 2007

España en El Quijote

España en El Quijote

Permalink 13.03.07 @ 19:07:45. Archivado en El Quijote, España

«Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural… es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria.», II.54.22.

Imagen: Ruta de Don Quijote: gran formato.

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españ-: España: 75: [de España: 28; grande de España: 2; en España: 16; nuestra España: 3; rey de España: 1]; Españas: 3: [las Españas: 3]; español: 13: [renegado español: 3]; española: 3; españolas: 1; españoles: 12

España (del ant. Espanna, doc. 1140, del lat. med. Espania y Spania, del lat. Hispania; ◊ del fenicio *isephanim, 'isla de conejos') f. «Estrabón compara la forma de España a un cuero de buey estendido. Está casi ceñida de mar toda, fuera lo que ocupan los montes Pirineos que la dividen de Francia desde Salses o de Collioure hasta Fuenterrabía. Divídese en tres provincias: Bética, Lusitania y Tarraconense, de todas ellas hay muchos que han escrito, y así no tengo que alargarme yo a más de lo dicho. Antiguamente España debió ser para las otras naciones lo que agora las Indias para nosotros, como consta de muchos autores; y en el libro primero, cap. 8, de los Macabeos, se hace mención desto, hablando de los romanos: Et quanta fecerunt in regione Hispaniae et quod in potestate redegerunt metalla argenti et auri, quae illic sunt, etc. Pues antes que viniesen a ella los romanos habían venido los lidios, traces, rodios, frigios, fenices, egipcios, milesios, carios, lesbios, asirios», Cov. 551.a.9.

¿Qué era España en tiempos del Quijote?

«Hay palabras que usamos continuamente y que nos ponen en un aprieto si tratamos de definirlas. ¿Era entonces España una nación, un estado, un ámbito cultural o meramente una evocación de la antigua Hispania, sin contenido sustancial?

Las controversias nacionalistas de hoy han agudizado el problema; se cuestiona que los Reyes Católicos fundaran un verdadero Estado, que los habitantes de la Península se sintieran solidarios, miembros de una entidad superior a la de su pueblo, comarca o región y, aunque en estas afirmaciones hay mucho de exageración y prejuicio, npuede negarse que el concepto España estaba entonces lleno de ambigüedad.

De un lado, lo desbordaba una entidad más vasta, el Imperio, o, como entonces se decía, la Monarquía; de otro, se descomponía en una serie de unidades diversas y mal engarzadas: Castilla de una parte y los reinos integrantes de la Corona de Aragón de otra tenían sus leyes, instituciones, monedas, fronteras aduaneras, como también las tenía Navarra y, a mayor abundamiento, Portugal, reunido en 1580 a este vasto conglomerado. Y dentro de cada una de estas partes, la autoridad real tenía más o menos fuerza, mayores o menores atribuciones.

Especialísima era la situación de Canarias y más aun la de las tres provincias vascongadas, a pesar de que en muchos aspectos se consideraban incluidas dentro de la Corona de Castilla…§ Esas variedades, esas ambigüedades, esa herencia de un pasado medieval, que aún tenía mucha vigencia, exigía de los gobernantes un conocimiento muy detallado de las peculiaridades de cada reino, de cada provincia, y un tacto exquisito para no herir susceptibilidades, porque el privilegio no era la excepción sino la norma. Es poco exacto dividir la España del siglo XVI en países forales y no forales, porque fueros y privilegios tenían todos. La diferencia consistía en que en unos se trataba de una realidad viva, con la que había que contar, mientras que en Castilla, después del fracaso de las Comunidades, la balanza del poder se había desequilibrado de modo irreversible en favor del poder real y, entonces, la solemne jura de los privilegios de una ciudad, de un reino, como hizo Felipe II al entrar en Sevilla el año 1570, era una mera ceremonia que no le comprometía a nada, mientras que la jura de los fueros de Aragón sí tenía un hondo significado; tan hondo y tan anclado en el corazón de los aragoneses que, aún después de los gravísimos sucesos de 1591, el monarca sólo se atrevió a introducir leves modificaciones en un sistema ya totalmente anquilosado…

Es fácil distinguir las raíces históricas de esta diversidad de planteamientos: cuando la gran crisis del siglo XVII puso a prueba el entramado íntimo de la Monarquía, aquellas regiones con un pasado aún vivo de autogobierno reaccionaron de forma muy distinta a aquellas otras englobadas en el complejo castellano; es lógico que no fuera igual el comportamiento de Andalucía, que tenía una acusada personalidad cultural pero nunca fue una entidad política como Navarra o Cataluña. Ahora bien: mientras Portugal rechazó la integración plena, en las demás partes de aquel conjunto sí fue posible la integración gracias a la herencia medieval de las fidelidades múltiples, tan alejadas de los nacionalismos excluyentes, y que hacía posible que una persona conjugara un apego intenso a su pueblo, a su patria chica (era muy intenso el patriotismo local), con el sentimiento de pertenecer a una región, a una nación, a un imperio y, por encima de todo, al orbe cristiano. La verdadera frontera, más bien un foso profundo, era la que separaba esta comunidad cristiana del Islam y de la infidelidad.», A. Domínguez Ortiz, en Rico 1998 a, p. LXXXVIII-IX. ® Las Españas

|•| Nostalgia de los moriscos españoles, expresada por Ricote: «Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural… es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria.», II.54.22. • Ana Félix, la Ricota, habla del renegado que la acompaña: «Vino también conmigo este renegado español—señalando al que había hablado primero —, del cual sé yo bien que es cristiano encubierto y que viene con más deseo de quedarse en España que de volver a Berbería», II.63.32

|| Nueva España: ® nueva

|| las Españas: por los reinos en que España estaba dividida en la Edad Media. • Unidad y variedad, basadas ambas en la herencia ideológica y política del Medioevo, eran las características de la sociedad española de la época del Quijote: «Ciertamente, el panorama social de Galicia tenía numerosas peculiaridades, aun más acentuadas en el caso de Vasconia. En los países de la Corona de Aragón los gremios tenían un vigor institucional del que carecían los castellanos, y había un estrato situado a medio camino entre la nobleza y la burguesía comerciante, los ciutadans honrats, que no tenía equivalente en otros países peninsulares. El clero patrimonial, con visos de mayorazgos sacerdotales, estaba mucho más arraigado en el norte que en el sur, y así podríamos ir señalando una serie de diferencias, no incompatibles, sin embargo, con una sustancial unidad. Unidad basada en la herencia ideológica del Medioevo y reforzada por el interés de sus beneficiarios para que no se alterase de forma esencial. De hecho, solo fue demolida, y no por completo, en el siglo XIX.», A. Domínguez Ortiz, en Rico 1998 a, p. XCI-XCII. • La tercera imagen de un santo caballero que don Quijote descubre en la aventura de las imágenes es la de Santiago: «pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas», II.58.12.

|| no sólo en España, pero en toda la Mancha: Dorotea habla de España como si se tratase de una parte de la Mancha, lo que es considerado alternativamente como lapsus psicológico, chiste para reírse de DQ o error derivado de su ignorancia geográfica. Yo me inclinaría por un guiño dirigido al lector, para que no la tome por una sabelotodo, poniendo de manifiesto el poco saber al que las mujeres inteligentes como ella tenían acceso entonces. En los cuatro casos el autor de la fábula reenfuerza así su etopeya: «la buena fama que este caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha», I.30.25.

|| por quien su lugar será famoso como Troya por Elena, y España por la Cava: ® Troya

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