Dialogar no es polemizar
03.02.07 @ 11:53:00. Archivado en Semántica, Pragmática, España, Sociogenética, Epistemología
Quien polemiza no dialoga y quien dialoga debe evitar en todo momento polemizar, si quiere preservar la autenticidad de su diálogo.
En los intercambios discursivos entre locutores que comparten un bien común, hay al menos dos tipos de conducta: una de naturaleza cooperativa, que es el diálogo, y otra de naturaleza conflictiva, que es la polémica.
Imagen: Diálogo intercultural
En el diálogo cooperativo, el objetivo común de los interlocutores es encontrar la solución “justa”, para un problema de su bien común. Si ésta solución no es posible inmediatamente, el objetivo común de los interlocutores será, sin demora, el encontrar al menos la mejor de las soluciones factibles.
En la polémica desafiante, llamada también erística o discutidora, el objetivo separado de cada uno de los interlocutores, ante un problema que ha surgido en la gestión del bien común de ambas partes, es tratar de imponer a su adversario la propia razón. Cada uno de los adversarios prescinde del hecho de que su razón pueda ser la razón equivocada, sin que le preocupe como inconveniente el que esta razón conduzca directa o indirectamente, provisional o definivamente a una solución "injusta" del conflicto.
En el plano operativo, dos tipos de reglas caracterizan tales conductas discursivas: las dialógicas, para el diálogo, y las polémicas, para la polémica. Se califican mejor las intenciones de quienes acuden a las reglas dialógicas, denominándolas principios consensuales; mientras que se manifiestan mejor las intenciones de quienes acuden a las reglas polémicas, denominándolas estrategias de movimiento argumentativo o maniobras de acoso retórico.
A estas dos conductas discursivas corresponden dos imágenes emblemáticas opuestas, vehiculadas por denominaciones verbales cuyos sentidos son antónimos:
* la guerra o batalla verbal, para la polémica, que vehicula el sentido de que “polemizar es mantener una batalla o una guerra, para imponerle o quitarle algo al adversario, desestabilizando así el bien común”, y
* la solidaridad constructiva, para el diálogo, que vehicula el sentido de que “dialogar es construir algo juntos, para contribuir al bien común de ambos dialogantes, preservándolo o enriqueciéndolo”.
Esta oposición paradigmática, que pudiera parecer marginal si estuviera limitada a una precisión en el uso del léxico, es en realidad sumamante reveladora, ya que las palabras tienen la virtud de engendrar imágenes, las imágenes de engendrar ideas y las ideas, si se las deja parir, dan a luz comportamientos.
El estudio atento de las lecciones que nos da nuestro propio lenguaje ordinario, fruto maduro de siglos de experiencia humana, es mucho más esclarecedor que la acumulación de las divagaciones de pretendidos expertos, que confunden los sofismas con el amor de la sabiduría, que es la denominación griega de la auténtica filosofía. Si este estudio sociogenético no contiene necesariamente la última palabra sobre un problema determinado, sí constituye sociogenéticamente la primera de las palabras de una auténtica sabiduría, la de la experiencia humana acumulada.
Cada vez que un político, sea del color que sea, opta por la polémica desafiante, en lugar de optar por el diálogo cooperativo, mantiene una actitud de guerra. Intentando imponerle o quitarle algo a su colega, como si fuera su adversario, desestabiliza el bien común, que es un patrimonio cuya defensa está confiada por el pueblo soberano no al uno o al otro separadamente, sino conjuntamente a los dos.
Un parlamento donde se polemiza entre adversarios y no se dialoga entre colegas es la prueba manifiesta de que en lugar de la democracia se ha instalado la guerra.
En España, por el momento, nuestros parlamentarios nos están demostrando que sólo saben hacer lo que nosotros más tememos, que es la guerra. En el nombre del bien común les pedimos que dejen ya de polemizar y que entre todos construyan el diálogo solidario de la paz sin actitudes polémicas. La solidaridad de este diálogo pide que la mayoría gobernante reconozca el fracaso de su política y que dé lugar al cambio que la oposición mayoritaria le propone como alternativa auténtica.
La manifestación de duelo de hoy, convocada según el espíritu de Ermua.
Ante la posibilidad de que esta tarde la ausencia de ciertas fuerzas políticas, en la manifestación de duelo por las víctimas del 30-D, escenifique la polémica más bien que la cooperación, me permito recordarles a los voluntariamente ausentes que:
El político que polemiza no dialoga, sino que hace la guerra verbal en favor de su interés personal; mientras que el político que dialoga con quien puede y debe dialogar, que es con quienes comparte la responsabilidad del Bien Común, que les ha sido confiado por su pueblo, evita en todo momento polemizar, porque quiere preservar la autenticidad y la eficacia conciliadora de su diálogo.
El político que dialoga con quien puede y debe, sin polemizar, lo que busca es cooperar en favor del Bien Común más que el ganar por ganar.
Hacer comentario
No hay comentarios:
Publicar un comentario