lunes, enero 08, 2007

Horror, estupor y desolación

Horror, estupor y desolación

Permalink 08.01.07 @ 14:35:08. Archivado en España, Pro pace, Ética

¿Cómo es posible que nuestro gobierno haya pretendido negociar con los autores del mega-atentado del Aeropuerto Internacional de Barajas, pecedido por cerca de mil otros atentados semejantes?

¿Cómo es posible que los autores de algo tan horrible puedan ser considerados como seres humanos con una dimensión política y, por tanto, con los que es posible negociar?

¿Puede considerarse persona razonable quien es capaz de ir hasta ese extremo, el del terrorismo, de persistir en él, de no arrepentirse nunca, de no dudar jamás de la justicia de sus propósitos, de navegar contra viento y marea, orlando de sangre y víctimas inocentes su ruta?

La obvia respuesta es no.

¿Quién puede pretender razonar con un loco? ¿Quién puede hacerle concesiones, sabiendo que éstas le van a afirmar más en su locura?

La negociación con un loco tan sólo puede maquinarla otro loco.

Es terrible pensar que nuestro país está gobernado por locos, por insensatos.

Estos son los grandes interrogantes y la terrible congoja que nos expresaba César Quevedo Navarro, en su meditación de la víspera del día de los Reyes Magos, cuando los padres hacíamos creer a nuestros hijos que los regalos que iban a recibir eran una prueba concreta de la Paz, tan esperada, tan ansiada y una vez más frustrada.

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Horror, estupor y desolación,
por César Quevedo Navarro

Mi apreciado y distinguido compañero en esto de lo blogues don Salvador García Bardón pide mi colaboración sobre este tema tan desgraciadamente actual que es el terrorismo. Y creo que va a ser la primera vez y probablemente la última que voy a escribir sobre esta cuestión. Porque esto, la muerte y la existencia después de ella son temas sobre los que prefiero no pensar y consecuentemente no escribir. Quizás mi actitud no sea totalmente ética, pero yo creo que sí. Y lo creo porque cuando no se puede pensar con un mínimo de frialdad sobre un tema, difícilmente se puede creer que la reflexión tenga un mínimo de lucidez. Y en tal caso mejor es abstenerse.

Y es que la verdad, a mí el terrorismo me produce horror. Me horriza pensar en la trágica muerte de ese pobre hombre que ni siquiera era español, que nada tenía que ver, pues, con nuestras viejas rencillas, y que ha perecido en un aeropuerto español cuando su única culpa era la de huir de la miseria y de la violencia reinantes en su país. Vino a España quizás a ser explotado por tantos empresarios desaprensivos como hay, y lo que encontró fue una muerte espeluznante, bajo no sé cuántas capas de hormigon, en un terrible amasijo de metales.

Por eso, que los autores de algo tan horrible puedan ser considerados como seres humanos con una dimensión política y, por tanto, con los que es posible negociar, me asombra hasta ese extremo paralizante que en nuestra expresiva lengua se denomina estupor. Puesto que quien es capaz de ir hasta ese extremo, el del terrorismo, de persistir en él, de no arrepentirse nunca, de no dudar jamás de la justicia de sus propósitos, de navegar contra viento y marea orlando de sangre y víctimas inocentes su ruta; es decir, quien es así ¿puede considerarse persona razonable? La obvia respuesta es no; por el contrario, en puridad, bien pudiera considerársele un loco. Entonces, yo me pregunto: ¿quién puede pretender razonar con un loco? ¿Quién puede hacerle concesiones sabiendo que éstas le van a afirmar más en su locura? Eso les hará creer aún más en que tiene razón, en que el procedimiento del terror es bueno para doblegar voluntades… Y llego a la conclusión de que la negociación con un loco tan sólo puede maquinarla otro loco.

Y claro eso me produce una tremenda desolación. Es terrible pensar que mi país está gobernado por locos, por insensatos o…, pero no. Aquí me paro. No quiero pensar cosas demasiado maquiavélicas. Prefiero mantenerme exclusivamente en esa percepción de locura, de insensata estupidez. Porque locura es pensar por un momento que la ETA y su entorno van a renunciar a la autodeterminación, a la anexión de Navarra… en definitiva, a desmembrar España. Y para esto, evidentemente, haría falta el consenso de todos los españoles, haría falta modificar nuestra Constitución, haría falta sobre todo que no existieran españoles… ¿Y quién pueda pensar que eso se pueda hacer sonriendo? ¿O sí? Porque, desgraciadamente, ¿quién se siente español en la actualidad? Hay muchos que se sienten catalanes, muchos también que se sienten vascos, algunos que se sienten valencianos, andaluces, extremeños… ¡pero españoles! ¡Tiene tan mala prensa eso de sentirse español! Es cosa de fascistas, de franquistas nostálgicos… Nadie piensa en la gloriosa Historia de España, que casi nadie conoce y muchos se permiten vilipendiar. Desde los viejos pobladores del Ál-Andalus, que ahora nos invaden pacíficamente y pretenden cambiar nuestras costumbres, nuestra tradicional religión, nuestra forma de vivir y de ser; hasta otros españoles de allende los mares que olvidando que la sangre que corre por sus venas es hispana, resucitan la vieja leyenda negra española que tanto airearon los paises anglosajones, sin recordar éstos lo mucho que tendrían que callar.

Pero, ¿alguien se preocupa de que los españoles conozcan su Historia? Sin embargo, cuántas historias amañadas, desvirtuadas, carentes del más mínimo rigor se cuentan en las ikastolas. Así, el germen del terrorismo se alimenta. Porque los terroristas son locos, pero su locura muchas veces tiene un origen identificable: un conocimiento sesgado de la Historia de España. Y eso nadie lo remedia, ni lo quiere remediar. De ahí mi más profunda desolación.

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