Federalismo de unión belga 1/2
02.09.06 @ 11:51:00. Archivado en Europa, Hispanobelgas
Se habla con relativa frecuencia, por ejemplo esta misma semana, de la explosión de Bélgica, cataclismo que haría saltar por los aires a los flamencos, a los walones, a los germanohablantes, a los bruselenses y a los francohablantes.
La enumeración intenta reflejar la enorme complejidad del conjunto de ingredientes que compone el delicioso cóctel de este país, uno de cuyos mayores méritos, probablemente debido a su complejidad sin complejos, es el de haber sido el único país en cuya matriz fue posible engendrar y desarrollar la actual Unión Europea.
Digo que la explosión haría saltar por los aires a los componentes de Bélgica, porque es muy difícil imaginar que los valones y los francohablantes se unieran con los franceses, para quienes los belgas han sido durante mucho tiempo uno de los motivos más frecuentes de chistes xenófobos. Ahora parece que es todo lo contrario; probablemente porque los belgas, con su sentido del humor, del compromiso y de la revisión, incluida la de la Constitución, han sabido corregir sus defectos e incluso transformarlos en virtudes.
Es igualmente difícil imaginar que los flamencos, cuyo separatismo antibelga nació y se cultivó como hijo natural del nacional-catolicismo populista de un clericalismo exacerbado, estuvieran dispuestos a casarse con los calvinistas holandeses, que además de su religión católica desprecian sus múltiples dialectos. Habría que añadir, para actualizar estos datos sociogenéticos, que los éxitos financieros y tecnológicos de los flamencos tienen cada día menos que envidiar a los éxitos comparables de sus parientes holandeses, cuya lengua culta, cuya cultura financiera e incluso cuyos bancos han adoptado en sus clases dirigentes e incluso impuesto a todo el país belga, dominado ahora económicamente por ellos.
También sería muy difícil imaginar que los germanohablantes de los cantones del este belga estén dispuestos a abandonar sus privilegios en la joven federación de unión belga, para sufrir las desventajas de la decrépita federación alemana.
Lo que muchos separatistas españoles no saben, porque esperan el cataclismo belga como una buenísima noticia que les serviría de precedente en el corazón de la Unión Europea, es que el concepto político de "federalismo de unión", cuyo principal ingeniero ha sido y es Wilfried Martens, constituye la mejor garantía para que el supuesto cataclismo, anunciado mil veces y otras tantas veces desmentido, no tenga nunca lugar.
A mi modesta manera de ver, este país, a pesar de la fama que tiene de divorcista, no parece que tenga razones suficientes para hacer saltar en pedazos su sólido matrimonio de razón.
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Wilfried Martens, Premio 1998 de la Academia Europea de Yuste
El político belga Wilfried Martens, fue designado para recibir el premio Carlos V, en su edición de 1998, por su trabajo en favor de la reconstrucción de Europa en momentos difíciles. El galardón lo entregó la infanta doña Cristina en una ceremonia celebrada el día 25 de junio de 1998 en el monasterio de Yuste.
Wilfried Martens nació el 19 de abril de 1936 en la ciudad de Sleidingue, próxima a Gante. Cursó estudios en la Universidad Católica de Lovaina, donde obtuvo el doctorado en Derecho, la licenciatura en Notaría y el Bachillerato en Filosofía Tomista.
Desde su juventud estuvo fuertemente motivado social y políticamente. En esta primera época se integra en organizaciones católicas de estudiantes y milita en el Movimiento Popular Flamenco, de signo obrerista. En 1964 se afilia al Partido Social Cristiano y pasa, un año después, a formar parte de su comité nacional.
Entre los años 1965 y 1968 ejerce como consejero en los gabinetes de los primeros ministros Pierre Harmel y Paul Vanden Boeynants, y como encargado de misión del ministro de Asuntos Comunitarios Leo Tindemans.
El 4 de marzo de 1972 es elegido presidente del Partido Social Cristiano, cargo en el que permaneció hasta 1977. En 1974 fue elegido diputado en la Cámara de Representantes por el distrito de GentEeklo, y reelegido en los comicios del 17 de abril de 1977 y del 17 de diciembre de 1978.
Primer ministro durante trece años
Fue elegido primer ministro el 3 de abril de 1979 e inmediatamente se puso al frente de una coalición socialcristiana socialista, pero pocos días después presentó su dimisión al rey Balduino por discrepancias entre el Gobierno y miembros del Partido Social Cristiano respecto al proyecto de reforma transitoria. El rey Balduino rechazó la dimisión.
El 18 de abril el rey le encargó la formación de un nuevo gobierno, para lo que tuvo que negociar con las seis organizaciones políticas más importantes del país. Cesó como primer ministro un año después, el 31 de marzo de 1981, pero después de un período de ocho meses volvería a formar gobierno tras las elecciones generales anticipadas del 8 de noviembre de 1981. Permaneció como primer ministro, en gobiernos sucesivos, hasta octubre de 1991.
El 10 de mayo de 1990 fue elegido presidente del Partido Popular Europeo (PPE), del que formaban parte trece partidos políticos europeos de orientación cristiano demócrata. Contaba con 121 diputados en ese momento. Asimismo, en julio de 1994 fue elegido presidente del grupo parlamentario del Partido Popular Europeo en la asamblea de Estrasburgo, cargo para el que fue reelegido en febrero de 1996.
Recientemente han sido recopilados algunos de los discursos del veterano político belga y publicados, con el título "La una y la otra Europa", en un volumen cuyo prólogo ha sido escrito por el ex primer ministro alemán Helmut Kohl.
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Federalismo de unión belga, por Wilfried Martens, antiguo Primer Ministro belga y Presidente del Partico Popular Europeo. Traducción de SGB.
Querer que Flandes se convirtiera en una persona de derecho público, que tuviera su propia política, el reconocimiento constitucional de sus fronteras, la integridad lingüística y cultural, se situaba para mí en la prolongación de mi acción flamenca. Pero tampoco he puesto nunca en duda que esta autonomía de Flandes se haría en el marco oficial belga y europeo. Eso significa, pues, que esta autonomía no sería nunca total, que Flandes no se transformaría en un Estado independiente, sino en una entidad federada belga y europea. Una entidad que podrá también ejercer sus poderes en la Unión Europea. Esta integración de las entidades federadas que conservan su identidad en una Europa federal, no centralizada sino descentralizada y basada en el principio de subsidiariedad, corresponde totalmente con el sentido de la Historia. La formación de nuevos “mini”-Estados (Kleinstaaterei) va contra la evolución histórica que se realiza en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín.
Bélgica es un estado federal rico de tres lenguas, de tres culturas y se sitúa en el centro de la Unión Europea. Si nuestro país se muestra capaz de funcionar eficazmente, entonces, nos beneficiaremos de una gran proyección y podremos constituirnos en verdadero corazón de Europa. Lo que resumo para los Flamencos en una divisa: “Flandes es el país de nuestras raíces, nuestro heimat; Bélgica nuestra patria y Europa nuestro futuro.”
Un concepto global
Mi concepción federalista se basa en un concepto global. En 1961-1962, cuando preparaba mi informe para el congreso del VVB, el que consigue el concepto de “federalismo de unión”, yo reflexioné durante meses, después de haber estudiado en profundidad los Estudios sobre el federalismo de Robert R. Bowie y Carl J. Friedrich. Este concepto forma un conjunto y se basa en componentes que no se pueden descuidar sin poner todo el concepto en peligro. Los elementos esenciales son: la autonomía efectiva de los Estados federados; la existencia y la cohesión del poder federal; la división de las competencias y medios financieros entre el poder federal y los Estados federados; el principio que no hay poder político sin responsabilidad financiera, el reconocimiento constitucional de las fronteras y de la integridad de los Estados federados; la solidaridad entre los componentes de la federación. No pueden cuestionarse estos elementos fundamentales bajo la presión del aire político del tiempo.
{409} Esta convicción explica por qué he sido siempre un adversario del confederalismo, y por qué lo sigo siendo. Tal concepto se basa solamente en la voluntad de Estados o pequeños Estados soberanos e independientes de colaborar en algunos ámbitos que ellos mismos habrán determinado. En una organización de este tipo, no se habla absolutamente de concepto global ni de adhesión real a normas comunes. Todo depende, pues, de la buena voluntad y el posible interés de los socios confederales. Y tal buena voluntad faltaría en Bélgica, después de una separación de hecho.
En 2002, el congreso del CVP de Courtrai hizo la elección del confederalismo. El partido estaba totalmente convencido de dar así un nuevo paso decisivo en la óptica federalista y pensaba mostrarse mucho más radicalmente flamenco que sus antecesores. Nada es menos cierto. En efecto, la orientación federal del partido se privó prácticamente de todos sus elementos vitales. Si se me permite la comparación, cabe ver el radicalismo de la elección confederal con la del “Coca light” por un bebedor. Ahora bien, temo que los extremistas flamencos prefieran más bien beber la “Coca verdadera”, lo que significaría la escisión completa y la desaparición de todas las instituciones belgas.
Por esta razón también, soy el adversario de estas reformas “en todas las direcciones” que no se terminan nunca. Es absolutamente necesario dar a nuestro sistema político la estabilidad y la continuidad. Eso no excluye las adaptaciones necesarias (por lo que se refiere, en particular, a los paquetes homogéneos de competencias); pero una sucesión permanente de reformas globales, sin un concepto claro del objetivo que debe alcanzarse, sería fatal para nuestro régimen federal.
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