Cabeza encantada en El Quijote
20.08.06 @ 12:45:00. Archivado en El Quijote
El narrador, al relatar la presentación por don Antonio Moreno de la cabeza encantada a don Quijote, la describe como 'un busto' colocado sobre una mesa de jaspe «en un apartado aposento»:
«sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce.», II.62.9.
La cabeza encantada que habla aparece en numerosos cuentos folklóricos (1).
También aparece ligada a la magia, al antijudaísmo primario de algunos pueblos y a una cierta pedagogía del miedo: «Estas cabezas fatídicas se usaron en varios tiempos, dice Pellicer, y se tenían vulgarmente por obra de la magia. De Alberto Magno se refiere que fabricó una, y otro tanto se dice del Marqués de Villena. El Tostado da como cierto lo de la cabeza fabricada por Alberto Magno, y habla también de una cabeza de metal que vaticinaba en la villa de Tabara y avisaba si había en ella algún judío (Super Numer., cap. XXI, quaest. XIX).
También la menciona fray Rodrigo de Yepes en la Historia del Niño de la Guardia (cap. LX), donde dice que Tabara se halla entre Zamora y Benavente, y que en la torre de la iglesia parece haber estado una cabeza de metal como la que tenía don Enrique de Villena. De la Tabara dice el Tostado que la ignorancia de los vecinos la hizo pedazos, y su anotador añade al margen que fué la malicia de los judíos.
Jerónimo Cardano, que murió por los años de 1575, citado por don Juan Caramuel en su Jocoseria naturae et artis (pag. 30), habla de un artificio con que Andrés Albio, médico de Bolonia, quiso y consiguió atemorizar a un mancebo prendado de cierta doncella, haciendo hablar a una calavera cortada con el mismo artificio que aquí se refiere, sobre una mesa que tenía un pie hueco por el cual pasaba un tubo o cañón, mediante el cual respondían desde el cuarto bajo a las preguntas que se hacían a la calavera, con diversión de los circunstantes que sabían el caso, y espanto de los que lo ignoraban. Pellicer cree que de este cuento adoptó Cervantes, sin duda, el suyo. De otra figura semejante del Padre Kirker habla también Caramuel (Extracto de la nota de Pellicer).», Clem. 1976.a-b.
Es muy posible que Cervantes, buscando ridiculizar la creencia en la astrología y supersticiones afines, haya querido transformar en aventura de la cabeza encantada la aventura del gigante de su propio imitador Avellaneda, en cuyo comienzo leemos: « —Soberbio y descomunal gigante, yo soy ese por quien preguntas. —Gracias doy—dijo el secretario, hablando desde lo alto, metida la cabeza dentro lo hueco de la del gigante—», DQA, 12 § 53-54.
Avellaneda echa mano de uno de los gigantes que sacan en Zaragoza el día del Corpus en la procesión (invención sin peligro); mientras que la versión cervantina hace jugar a la inquisición el papel de antagonista (invención peligrosa, ya que el asunto se consideraba dentro de la polémica sobre la adivinación y los pactos con el demonio):
«divulgándose por la ciudad que don Antonio tenía en su casa una cabeza encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no llegase a los oídos de las despiertas centinelas de nuestra Fe, habiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiciese y no pasase más adelante, porque el vulgo ignorante no se escandalizase», II.62.74.
He aquí la fuente del peligro real, histórico que no ficticio o meramente literario:
«Por este término los Inquisidores fueron entrometiéndose a examinar otra multitud de objetos, como si fuesen libros, y prohibirlos o modificarlos y permitirlos, según su capricho. Los abanicos, las cajas de tabaco, espejos, los muebles de adorno de una sala, fueron muchas veces ocasión de grandes pesadumbres y funestas consecuencias.», Llorente, Historia crítica de la Inquisición de España, 1835, III, p. 41.
• DQ cree que la cabeza habladora de Don Antonio Moreno está encantada, porque le promete el desencanto de Dulcinea del Toboso, II.62.67. ® lo deshiciese
|| cabeza respondona: ® respondona
Descripción del artificio de la cabeza encantada:
«El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba.», II.62.77.
el pie... que respondía a la garganta: 'el pie correspondía, coincidía con la garganta'
respondiente (doc. s. XV, por analogía con ardiente, corriente, doliente, floreciente, preguntante, querellante, etc., p.a. de responder) adj. y n. 'que responde'; por metonimia 'el que responde'
El narrador explica la técnica de la cabeza respondona:
«En el aposento de abajo correspondiente al de arriba se ponía el que había de responder, pegada la boca con el mesmo cañón, de modo que, a modo de cerbatana, iba la voz de arriba abajo y de abajo arriba, en palabras articuladas y claras, y de esta manera no era posible conocer el embuste. Un sobrino de don Antonio, estudiante agudo y discreto, fue el respondiente», II.62.77. ® peleante
respondón (doc. ±1580, de responder + -ón) adj.aum. 'que responde a todo'; peyorativo: 'que tiene el vicio de responder exagerada o irrespetuosamente'
La burla de la cabeza respondona (o Aventura de la cabeza encantada), en casa de don Atonio Moreno, recuerda la aventura burlesca del mono adivino:
«Y apartándose don Antonio de la cabeza, dijo:—Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡cabeza sabía, cabeza habladora, cabeza respondona, y admirable cabeza!», II.42 § 38-39.
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La cabeza parlante de las ferias de antaño
Esta "maravilla" se mostraba hace aún no muchos años en los "museos" y "panópticos" ambulantes de las ferias provinciales. Era algo que llamaba verdaderamente la atención del profano. Este veía ante sí una mesita, en la que, sobre un plato, se encontraba... ¡una cabeza humana viva, que movía los ojos, hablaba y comía! Debajo de la mesa no parecía haber sitio para ocultar el cuerpo. Aunque no era posible acercarse a ella, porque lo impedía una barrera, se veía perfectamente que debajo de la mesa no había nada.
Fig. 98. El secreto de la "cabeza parlante".
Si tenéis ocasión de presenciar alguna "maravilla" de éstas, tirad una bolita de papel debajo de la mesa. El secreto se descubrirá en el acto. La bolita de papel rebotará en... ¡un espejo! Incluso si no llega a la mesa, la pelotita descubrirá la existencia del espejo, puesto que se reflejará en él su imagen (fig. 98).
Para que el espacio que hay debajo de una mesa parezca de lejos vacío, basta poner un espejo entre las patas, por cada lado. Claro que, para que la ilusión sea perfecta, en estos espejos no deberá reflejarse ni el moblaje de la habitación ni el público. Es decir, la habitación deberá estar vacía, sus paredes deberán ser exactamente iguales, el suelo deberá estar pintado de un color uniforme y sin dibujos y el público situarse a bastante distancia de los espejos.
El secreto es ridículamente sencillo, pero mientras no se conoce en que consiste, se rompe uno la cabeza en adivinanzas.Este truco se presenta con frecuencia de una forma más espectacular. El prestidigitador enseña primeramente al público una mesa vacía. Tanto debajo, como sobre ella, no hay nada. Acto seguido, traen de dentro de la escena una caja cerrada, en la cual se asegura que está la "cabeza viva, sin cuerpo". En realidad, esta caja está vacía. El prestidigitador coloca la caja sobre la mesa, abre su pared delantera y, ante el público asombrado, aparece la "cabeza parlante". El lector se habrá figurado ya, seguramente, que el tablero de la mesa tiene una parte de quita y pon, que cierra un agujero, por el cual, en cuanto ponen sobre él la caja vacía y sin fondo, saca la cabeza la persona que está sentada debajo de la mesa, oculta detrás de los espejos. Este truco tiene otras muchas variantes, pero no vamos a entretenernos en enumerarlas, puesto que el mismo lector, cuando las vea, podrá explicárselas.
Ykov Perelman, Física recreativa, Capítulo 8, Reflexión y Refracción
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(1) cabeza (c.957, del lat. vulg. hisp. capitia, lat. caput) f. «es lo que se sustenta con el cuello», Cov. 250.a.3; por metáfora: 'origen, comienzo o extremo superior de una cosa'
(2) Caro Baroja, Vidas mágicas, I, p. 345
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